martes

La vida sigue igual.


 

Los últimos rayos del sol atravesaban el ventanal,  la habitación cobraba  tonos dorados y un beso de sombra acariciaba los muebles oscuros y antiguos.

En una mecedora, una anciana trabaja una carpeta de mesa, muy blanca y bañada con los  colores que le imprimen las flores bordadas. Sus manos ligeras, sabedoras de giros y enlaces iban dibujando figuras en la tela. Envueltos como ovillos, sus gatos, dos negros y uno blanco, duermen a sus pies. Cada tanto,  uno de ellos alza la cabeza y la mira, luego continua con su celebración del descanso.

La vieja detiene su tarea y recuerda.  Su pensamiento vuela a los tiempos juveniles donde el dolor era algo desconocido para ella, palabra que sólo los mayores pronunciaban. Épocas donde el baile, los amigos y la alegría ocupaban su vida.

Se cansa de bordar  y deja el sillón. Recorre la habitación.  Va acomodando  los libros del estante, recorre los retratos de la familia: papá, mamá, los va nombrado suavemente, como si los llamara.

Se detiene frente a la ventana, apoya la frente en el cristal y observa las sombras que van tragando el paisaje y se llevan los tonos rojizos del horizonte.

 

Como todas las noches, llegan las voces. Voces sin rostro. Las reconoce; una es su madre que regresa desde el fondo del tiempo y le dice;

—La cena está lista Nene.

Se dirige lenta hacía la cocina, sobre la mesa, la sopa humeante la espera.

Los gatos la siguen, trepan a una silla y esperan.

La anciana come, les cuenta de sus dolores y los mininos escuchan. Regresan las voces. Ahora es su padre quien habla. Voz firme, clara:

—Apaga las luces y vete a dormir.

Ella obedece igual que en la infancia. Deja el plato sobre la mesa, le da de comer a los felinos y camina lentamente hacía su cuarto.

—Padre —dice alzando la voz— cierre usted las puertas y las ventanas. Nadie responde. Sólo se escucha el sonido de las llaves al girar.

 

A la mañana siguiente, la anciana entra en la cocina, prepara el mate y tuesta el pan. Con paso lento, como cada mañana, abre las ventanas. Los gatos la siguen pegados a sus piernas.

Corre las cortinas y la luz de un nuevo día entra en la habitación y el círculo de su vida se inicia de nuevo.

 

 

Este relato escrito hace algunos años, surgió de la extraña sensación que sentí al visitar a una vecina. Siempre me invitaba a su casa y yo nunca accedía a sus invitaciones. Un día acepté. Al entrar en su casa, noté algo raro en el ambiente, vivía sola, los muebles, retratos, cortinados, era como respirar  y vivir en el siglo pasado. Hablaba de sus padres como si estuvieran vivos y llevaban más de  30 años muertos. De esa tarde y de la sensación que viví, nació el relato; “La vida sigue igual”.

 

 

19 comentarios:

Campirela_ dijo...

Al ver la foto, pesenti una dulzura inmensa, y al leer tus letras no me equivocaba.
Ella con sus presencias de padre y madre nunca estará sola,además esos dos gatos son su fieles compañeros . Un cuento dulce a más no poder.Un inmenso abrazo

Emilio Muñoz dijo...

Qué facilidad tienes para el relato. No me cansaré de decírtelo, mariarosa!!!

Porque es fácil sentir lo que sentía aquella anciana. Y es que tú bella sensibilidad supo reconocer sus emociones... sus rutinas... su tragedia.

Esa anciana había anclado su barca en el siglo pasado, por eso todo seguía perteneciendo a esa época. Pero no era fruto de una elección, sino la tiranía de la soledad y el desarraigo.

Tu relato es tan bello como doloroso. Una obra de arte...

Un enorme abrazo, querida amiga!!!

Ester dijo...

La soledad causa estragos y se busca, se inventa compañia, un relato tan bien narrado que puede representar la vida de muchas mujeres. Un abrazo

Rafael dijo...

Es muy duro pero hay situaciones así, por desgracia.
Un abrazo.

Alfred dijo...

manteniendo las rutinas día tras día, bajo la atenta observación de los padres, ausentes.

Un abrazo.

J.P. Alexander dijo...

Es un bello y emotivo relato. AS veces la rutina te salva. Te mando un beso.

Hada de las Rosas dijo...

Hola mariarosa, esta historia me deja una sensacion de tristeza,
me duele la soledad de la señora. Vive con sus muertos en la cabeza
y los gatitos que dependen de ella, como si tuviera 9 años, como si el tiempo no hubiera pasado, pero sí lo hizo. Ahora es una niña vieja. Pobrecita, cuanta ternura me da.

Una historia perfecta.
Un besote y buenas noches!

Ana dijo...

Es una historia muy bella, entiendo que ella ha decidido no estar sola y no solo los mininos la acompañan, el cariño hacia sus padres que brota en cada rincón de la casa, hace que los sienta cercanos.

Un abrazo

Elda dijo...

Pues fue una inspiración bellísima, llena de encanto y sensibilidad por tu parte para escribirla, con la magia que tienes para expresar las historias.
Los padres son las personas más queridas y que siempre están en nuestro pensamientos, con lo cual no es de extrañar que en una soledad grande, sigan siendo habitantes de la casa.
Me ha encantado, pero siempre resaltando tu forma de escribir para contar.
Un abrazo María Rosa.

Susana Moreno dijo...

Los padres nunca desaparecen de nuestras vidas. Un beso

Margarita HP dijo...

Sin lugar a dudas un relato conmovedor. Qué preciosidad de historia, y además, verídica. Quiero pensar que esos padres estaban ahí, en cierta forma, cuidando a su hija ya anciana y sola. La soledad puede ser una losa pesada, y a partir de una edad, más. Besos amiga mía, y gracias por estas historias tan vivas y hermosas :D

Mª Jesús Muñoz dijo...

María Rosa, nos dejas un relato muy entrañable y visible. Podemos ver a la anciana momento a momento y hasta nos creemos las presencias vivas, que suavizan su soledad y le dan consistencia a su vida. Quizá sus padres siguen cerca, impulsándola a seguir adelante. Lo cierto es que ella "eternizó el tiempo" y siguió adelante. Muy buena tu atención e inspiración, amiga. Me gustó mucho.
Mi abrazo entrañable y admirado por esta preciosidad, que nos dejas.

Jaime Portela dijo...

Há aspetos da velhice bem interessantes.
O seu texto é maravilhoso.
Gostei de ler.
Continuação de boa semana, amiga Mariarosa.
Um beijo.

José A. García dijo...

Ya cantaba Sandro eso de que "al final la vida sigue igual", ¿o no?
Somos rutinas, lo queramos así o busquemos evitarlo.

Saludos,
J.

Laura. M dijo...

Me encantó Marariosa. Es una realidad. No sé si la edad trae esas rutinas, las he visto en personas que he visitado con Cruz Roja y siempre es lo mismo.
Buena semana.
Un abrazo.

Jaime Portela dijo...

Passei para ver as novidades.
Mas gostei de reler este magnífico texto.
Boa semana e bom feriado, amiga Mariarosa.
Um beijo.

Carlos Augusto Pereyra Martínez dijo...

Qué bien lo cuentas. Cierto. La vida y la realidad consubstanciales, nos nutren para escribir, como este relato siempre en el tono que te caracteriza. Un abrazo. Carlos

Franziska dijo...

La soledad es la autora de una forma de vivir semejante y quién puede afirmar que todo es una locura y no una extraña situación de seres esìrituales apegados en la defensa de su hija. El giro mágico que le has dado, lo hace diferente. Es muy bueno. Un abrazo.

Lu dijo...

Ay María Rosa!
Es un relato muy conmovedor.
La soledad puede ser muy triste (el sentimiento de soledad, no el vivir sola)
Aunque es muy posible, y alentador en todo caso, que tu protagonista no la sintiera pues sus buenos "fantasmas" estaban siempre con ella.
Otra de tus grandes historias amiga, siempre tan bien narradas.
Abrazo ¡que tengas una excelente tarde y días por venir!

La chica de la heladeria

      —La vida es un circulo, todo se repite —me dijo mientras cruzábamos la plaza San Martín, bajo un   tibio sol de otoño—   una tarde...