Sean felices. Por un tiempo me tomaré un descanso.
Les deseo lo mejor, bendiciones para todos.
Maria Rosa.
De María Rosa G.
Les deseo lo mejor, bendiciones para todos.
Maria Rosa.
Ella esperaba.
A
pesar de los años, ya olvidó cuantos, ella soñaba con el regreso de su amor.
Pasaban
los inviernos y las manos se le helaban, se fueron arrugando, junto con sus
sueños, pero ella esperaba.
Las
primaveras llegaban con su tibieza y ella se vestía con colores alegres
esperando.
Los
otoños traían brisas que elevaban las hojas y las hacían jugar en su pelo y
ella esperaba.
El
verano la llevaba al río, la bañaba de luz en los largos días de calor y ella
esperaba.
Las
amigas se casaron y tuvieron hijos. Sus padres partieron al país de los sueños
perdidos y ella seguía fiel a su amor.
Cuidaba
los rosales, las azaleas y los jazmines, ellos seguían a su lado para regarle
sus flores y perfumes.
Hasta
que un día, él regresó.
Traía
una rosa roja y masitas, igual que en los dorados domingos de la juventud y
ella lo abrazó y lo besó como aquella primera vez. Espero que él le dijera por
qué había tardado tanto, pero él, habló de su andar por el mundo y lo hermoso
que había sido pasar de un país a otro y conocer sus bellezas, sus éxitos y su
felicidad.
Rieron
felices, ella preparó el café y él acomodó en un plato las masitas.
Esa
noche se amaron, con la misma fiebre de la juventud.
Al
despertar él la esperaba, es hora de preparar el café, le dijo. Ella sonrió.
¿No lo preparaste vos?
Él
se encogió de hombros y tomó asiento esperando.
Ella
se acercó cariñosa, lo tomó del brazo y lo acompañó hasta la puerta de calle. Lo
besó con ternura, esta vez, sin pasión. Gracias, le dijo, se terminó el
romance. Él abrió los ojos como monedas enormes, sin entender. Cuando le cerró
la puerta en las narices, recién comprendió.
Ella
sonrió y ya no esperó más.
Era un canto que no lograba identificar, un murmullo,
y no sabía desde dónde llegaba, daba la sensación que brotaba de las paredes.
Di vueltas por la casa y en todas las habitaciones vacías, lo escuchaba.
Me pregunté si me estaba volviendo loca.
Regresaron a mi memoria las palabras de mi
padre: “El pasado es como un pozo negro, si te acercas demasiado te puede
absorber”. Intenté salir y al hacerlo la casa comenzó a cobrar vida, las
paredes se cubrieron de cuadros, en la cocina, la mesa y las sillas, los
muebles y ese olor a vainilla de las
tortas de mi madre, todo regreso y fue nuevo.
En el parque que rodea la casa, los arbustos
habían cubierto parte del césped, la variedad de verde era un llamado a
tenderse sobre él y cerrar los ojos en un descanso eterno, sobre una de las
paredes la enredadera de un jazmín del país florecía en ramilletes blancos que perfumaban el aire, me sentí abrazada por esa naturaleza que había
crecido sin que nadie cuidara de ella.
¿Qué intentaba la casa?
¿Convencerme de que debía quedarme allí?
Abrí la puerta, salí y mientras cruzaba el
jardín, el murmullo creció, identifiqué las voces de mis hermanas cantando
aquella vieja canción de nuestra infancia. Era verdad, el pozo negro intentaba absorberme, cerré la puerta de
calle, le puse doble llave y desde la vereda vi que el cartel de venta de la
casa, relucía bajo el sol con reflejos que caían sobre él y se elevaban como
los rayos de un abanico.
Con lágrimas, dije adiós al ayer, mientras me
alejaba, las voces se fueron perdiendo en la tarde, no quise mirar atrás, ya
nada quedaba, solo una casa y sus fantasmas. Apuré el paso, el mundo real me
estaba esperando.
Cuento reeditado.
“Los
relatos fantásticos no se pueden explicar por medio de la razón, tienen algo
sobrenatural o mágico, por eso llevan ese nombre.”
mariarosa
LOS
VESTIDOS.
Fue a
comienzos de la década del 2000. Con la recomendación de una amiga entre a
trabajar en el museo de la moda del cine.
La tarea
que me encomendaron era mantener los vestidos cuidados del manoseo de los
visitantes y cada tanto renovar los modelos en los maniquíes, controlar si
alguna puntada se soltaba debido a los años y al cansancio de ciertas telas muy
delicadas. Pronto habría una muestra de la moda en el cine y el museo se
preparaba con sus mejores galas.
Cada
vestido debía llevar el nombre de la actriz y en qué película lo había lucido.
Algunas creaciones era obras de arte para las cuales no pasaban los años.
Llegó el
día del evento.
Al
renovar un vestido y colocarlo en el maniquí no pude evitar quedar admirada de
su belleza, era de encaje y gasa en color natural, detalle que lo convertía en
un deleite a los ojos. Preparé un segundo vestido, para colocarlo frente al
primero, quité un tercer maniquí, me dije que dos vestidos tan finos debían
lucirse solos, para que las visitas del museo admiraran la finura y elegancia
del diseño. Terminé de acomodar el segundo vestido, era de encaje negro con un
profundo escote que terminaba en una rosa roja, mi admiración hizo que no
supiera cuál era el más hermoso.
Al día
siguiente se reabriría el museo para la muestra y todo debía estar en perfecto
orden.
Salí
pasadas las 23hs, satisfecha con el trabajo realizado. Pedí un taxi. Esa noche
descanse como un ángel.
No
imaginaba lo que me iba a encontrar al día siguiente. Al llegar encontré a la
coordinadora de la muestra y mi jefa; furiosas, gritaban, me acusaban y yo no
entendía nada. Me arrastraron hasta el salón que había decorado la noche
anterior y al entrar tuvieron que sostenerme para evitar que cayera de
espaldas. Los Maniquíes en el piso y los vestidos hechos jirones.
¿Qué
había pasado?
No
entendía nada.
Expliqué
mi trabajo de la noche anterior y que al retirarme todo había quedado en
perfecto orden.
Nadie me
creía. Me acusaban que intente boicotear la muestra, hasta me preguntaron quien
me había pagado para hacer semejante daño.
Me dejé
caer en un sillón llorando desconsolada, alguien se sentó a mi lado y me dijo:
-No fue
tu culpa, simplemente eres demasiado joven para entender ciertas cosas, nadie
va a creer que enfrentaste en el salón a dos mujeres que en vida se odiaron mutuamente,
esos vestidos debieron estar en salones distintos, los que te digan que los
fantasmas no existen, relátales lo que sucedió en este museo.
-No la
entiendo…
La mujer
sonrió.
-Tengo
suficiente edad para saber de qué te hablo, fui actriz y las conocí a las dos,
se odiaban.
-Sigo sin
entender, ¿quiénes eran las que se odiaban?
-Dos
actrices famosas en su época y enamoradas del mismo hombre, su rivalidad y su
odio las destruyo, el hombre que amaban, al no soportar tanta persecución se fue
del país, solo y sin trabajo, murió en Italia. A ellas nadie las volvió a
contratar, murieron muy viejitas, maldiciéndose y jurando volver del más allá
para vengarse.
-¡¡Dos
locas…!!
-Dos
enfermas, practicaban la magia negra y eso las enloqueció.
-¿Usted
cree que ellas destruyeron los vestidos?
-No lo
afirmo, pero tampoco lo niego…
Llegó pálido, más pálido
que de costumbre.
—¿Ya está? —la voz de Gina denotaba ansiedad.
—Sí —dijo y se desplomó
en la silla.
—¿Lloró, clamó piedad?
—No y eso fue lo peor.
Me miró como si me estuviera esperando.
Dejó el arma sobre la
mesa.
—¿Sabía?
Él se rascó la cabeza,
la miró y sin poder contenerse rompió a llorar. Ella insistió:
—¡Habla tarado!
No lograba articular
palabra, se le ahogaban en la garganta.
—No seas estúpido, ¿cómo
que te esperaba?
—Me miró directo a los
ojos y dijo sin gritar; sabía que algún día ibas a venir, no imaginé que fuera
tan pronto. En el cajón de la cómoda están los documentos.
—¿Los trajiste?
Roque no respondió.
Del bolsillo interior del gabán, sacó
varios papeles y un sobre, los dejó sobre la mesa. Gina se abalanzó sobre
ellos. Leyó en voz alta.
—Declaro como mi único
heredero a mi sobrino; Roque Salvador García Méndez. ¡Al fin vieja podrida! ¡Al
fin!
Bailó por la habitación
con los papeles aferrados a su pecho. Parecía una loca, una poseída. Él seguía
sentado mirando el suelo. Se detuvo ante
Roque y preguntó:
—¿Qué más te dijo?
—Nada.
Se puso de pie, la tomó
por los hombros y la acercó.
—No me dijo nada, sólo
me mostró algo —en un gesto rápido empuñó el arma que había dejado sobre la
mesa y disparó.
Ella cayó al piso, con la sorpresa dibujada en su cara. Roque abrió el sobre, un
grupo de fotos se diseminaron sobre la mesa. Gina y un hombre desconocido se besaban
en una, en otra bailaban o hacían el amor y así en todas. Le arrojó las fotos
en la cara.
Gina boqueaba sangre,
intentó hablar, sólo pudo decir: ¡Vieja podrida!
Al fin
había llegado.
Se dejó
caer sobre la arena, la beso, miró las palmeras, el cielo azul y dio gracias a
Dios por haber llegado sano y salvo. Miró sus manos, los pies, heridos por la
sal del mar y el esfuerzo que fue correr hasta la Bahía y esperar que la
oscuridad cubriera la playa, quedó en silencio como un animal agonizante, dejó pasar
el control de la guardia costera, calculó su llegada a la zona de los bares,
allí era seguro que bajarían a beber, no se equivocó.
Sacó su
canoa y se largó al océano, era un pez abriéndose camino entre las olas, la
luna se escondió entre las nubes ayudando su partida.
Dejó
atrás al pueblo que lo vio nacer, la miseria y la angustia de ver a su madre
trabajar en el campo como bestia de carga, debía salir del hambre y la
violencia de un gobierno de asesinos, si la suerte lo ayudaba, en pocos años la
mandaría a buscar.
No tenía
idea de cuántos días había navegado, dos, tal vez tres…el sol y la sal le
quemaron el cuerpo, pero nada importaba, había llegado. El olor del mar mezcla
de yodo y pescado le llenó los pulmones, era el olor de la libertad.
El hambre
crujía en su estomago, las nauseas y la sed le secaba la boca, su lengua
parecía de cartón, días sin comer ni beber, con esfuerzo se puso de pie y a
pocos pasos lo vio. ¿Sería un espejismo? Era un coco, eran varios bajo la
palmera. De la canoa sacó su cuchillo y comenzó la tarea, bebió y comió,
escondió la canoa entre unos arbustos y a la sombra se quedó dormido. Mañana
buscaría el pueblo más cercano y con suerte comenzaría una nueva vida.
Duerme la barca a un
costado de la playa, huele a pescado su madera vieja, la visitan las gaviotas
que le cuentan historias que traen de otros lares y entre el murmullo del mar, y el picoteo de las aves
buscando restos de peces, se va quedando
dormida.
Al anochecer, las
rudas manos del pescador la quitan de su ensueño. Hay que trabajar, le dice,
mientras acomoda las redes y le canta en un dialecto extraño, que ella no
entiende, pero que le gusta escuchar mientras van entrando al mar. El vaivén del océano la mece, revive
su cuerpo sumado de años donde la vida y la sal dejaron sus huellas.
A veces intenta recordar
aquel bosque donde nació, cuando era un árbol alto y fuerte, y pretendía
crecer para llegar al sol, las imágenes
se pierden, vienen y se van, son siempre las misma, las que han quedado
retratadas en su memoria frágil de una barca vieja.
Es feliz, sabe que es útil, que renace cuando mira de
soslayo el dorado del amanecer que anuncia que la tarea fue cumplida. Al regresar cargada de peces, el pescador le
habla, le agradece y se aleja con su carga cantando la misma canción que sólo él entiende,
mientras ella se duerme abrazada por el sol.
Sean felices. Por un tiempo me tomaré un descanso. Les deseo lo mejor, bendiciones para todos. Maria Rosa.