María Pilar.
El viejo me miró de arriba abajo, yo me
quedé prendida en su cara, eran tantas sus arrugas que me sorprendió, no era
para menos debía tener más noventa años.
—No
te pareces a tu abuela —me dijo— mejor para vos, ella no era bonita.
No
supe que responder, achicaba los ojos para verme mejor.
—¿Qué
quieres saber de tu abuela?
—Algo
de su vida, cuándo llegó a Buenos Aires, en qué año… lo que usted recuerde.
Se
puso de pie, arrastraba una pierna, hizo un gesto para que lo siguiera,
entramos a una cocina pequeña, entraba una mesa con tres bancos, un mueble y la
mesada con un anafe, apenas se podía mover en tan justo ambiente. Me ofreció un
banco mientras el preparaba el té.
—Llegó
de España en 1932, fui con mi madre a recibirla al puerto —me miró serio— ¿vos
querés saber si vino sola? En realidad no te incumbe, hace años que tu abuela murió y no se va a enojar que te lo cuente.
Sirvió
el té y puso en un platito algunas galletitas dulces.
—Tu abuela, era muy reservada y sólo la familia sabía la verdad, en ese tiempo
yo andaba por los diez años, ella y mi madre hablaban creyendo que yo era tonto
y no entendía. Trajo una niña de dos años, pero no era hija de tu abuela.
Abrí
los ojos, no me animé a preguntar nada, el viejo siguió:
—Tu
abuela se vino con una criatura que era hija de la hermana mayor; Carmiña,
imagínate debieron mudarse del pueblo por la vergüenza y Pilar con dieciséis
años, cargó con la sobrina, la mandaron
derechito a Buenos Aires donde una tía les dio albergue, en España quedó
la madre y la hermana, Con el tiempo, Carmiña se casó y para todos quedó
establecido que Santina, era hija de tu abuela. ¿Era eso lo que
querías saber?
—Si,
aunque no tenía la certeza ni sabía de quién hija, siempre sospeché que no era
de la abuela.
—¿Qué
te hizo sospechar?
—La
trataba mal, no la quería y lo demostraba de todas formas. Cuando ya estaba muy
viejita, la tía Santina le llevaba regalos y los tiraba o se los daba a las
amigas, hasta recuerdo que una vez estando yo presente la tía, le trajo pollo al
espiedo y lo tiró, porque dijo que
estaba salado. Cosas así, la despreciaba.
—Tu abuela siempre fue mala --lo dijo con rabia, me miró a los ojos y dijo--- yo estoy muy viejo, pero mi memoria no, tengo presente las cosas que hacía, los arranques de nervios, tu padre que era su hijo verdadero, lo trataba bien pero a Santina le daba golpes por cualquier motivo.
—¿Y
la madre de la tía, nunca la visitó o le mandaba cartas?
—Que
yo sepa, no. Debe ser por eso y unido a su mal carácter, que tu abuela nunca la
quiso y te juro que tu tía era buena, recibía los golpes e insultos sin
quejarse, pero la vida la consoló, tuvo un buen esposo y dos hijos que la amaban.
—¿Por
qué dijo que la abuela fue mala?
—No
quería a nadie… yo fui siempre un tipo trabajador y creo que buena persona y cuando
le dije que amaba a Santina y me quería
casar con ella, me arrojó una plancha que si no la esquivo, casi me mata, me prohibió
verla y como tú tía le tenía miedo, dejamos de vernos. ¿Estás satisfecha? Esa fue
tu abuela, un demonio en persona.
No
le respondí, no quería escuchar más. Lo saludé y me fui. Las palabras del viejo
confirmaron lo que mi tía me había relatado y que me costaba creer, la abuela
siempre había sido cariñosa con mi padre y conmigo… ¿Cómo se puede ser bueno y
malo al mismo tiempo…?
La
realidad es que las dos historias fueron muy tristes, la de la abuela y la de
Santina, la ignorancia de los pueblos chicos, el miedo al que dirán pueden
lograr que los destinos forzados destruyan vidas.
Queridos amigos les deseo una felices fiestas. Durante el mes de enero mi blog y yo descansaremos. En febrero del 23, si Dios quiere, volveré.
Un abrazo.
mariarosa