Acostumbraba ir siempre al mismo
muelle, aquel día el viento interminable congelaba las palabras
y dolía en los labios. Un sol sin fuerza
se dormía en mis manos y se anunciaba bajante. Siempre había visto al río
golpear contra el murallón, era la primera vez que lo veía en retirada. Alguien
me dijo que en mayo, el Río de la Plata acostumbraba a bajar. En pocos minutos
se formó una arena, ondeada y sucia.
Bajé por la escollera y quedé
absorta ante la playa recién nacida, me
recibió cubierta de ramas y restos de todo tipo; plásticos, bicicletas,
botellas. El río estaba limpiando su casa y arrojaba en la arena sus desechos.
Algo resplandeció entre una maraña de hilos de pesca, era una piedra
transparente, la levanté, pesaba en la mano, brillaba. La limpié con mi camisa y acentuó
sus destellos, era un cristal finísimo, la guardé en el bolsillo y seguí
andando. El frío era intenso, las ráfagas
de viento golpeaban con furia mi cara. Fue entonces que observé en el
agua, una extraña quietud, me acerqué,
estaba congelada. Me decidí a caminar por ella, apenas me llegaba a los tobillos. Perdí la noción del tiempo
hasta comprobar que estaba cercada por el agua. El horizonte era una línea, separando el cielo del río oscuro,
giré y me encontré dentro de un círculo, solo agua y cielo me rodeaba. Busqué el muelle y no lo vi.
Me encontraba en algún punto del
espacio, intentaba salir y no hallaba la forma, era prisionera de un laberinto
abierto, sin caminos ni puertas que abrir.
A pesar de mi abrigo, el viento me
envolvía en un abrazo que me hacía temblar, el agua congelaba mis pies; estaba helada, trozos de
escarcha flotaba sobre el río.
Apreté la piedra que guardaba en mi
bolsillo, estaba caliente, la miré, su brillo se había acentuado y sin saber
por qué, le dije: quiero regresar. Sonreí ante mi estupidez, pedirle ayuda a una piedra, sólo a mí se me
podía ocurrir.
Apreté los párpados con fuerza, la
piedra en mi mano, era una brasa que ardía, pero no quemaba, abrí los ojos, comenzaba a atardecer cuando
divise el muelle. Apuré el paso por la bajante que cubría mis pies.
Al llegar a la escalera y volver la
vista atrás, sólo divise un río recostado en una playa sucia. La llave de mándala
se había quebrado y con ella el círculo que me mantuvo en su centro, el
encantamiento lo había eclipsado la piedra, que ahora al contemplarla ya no brillaba, era gris y
porosa, un simple canto rodado que había dejado en mi… demasiadas dudas y una
marca roja en la palma de mi mano.…
Cuento corregido y reeditado.
9 comentarios:
Un espectáculo, una visión, un sentimiento, y un cuento que dura más que su lectura. Abrazos enormes
Siempre se sueña y, al final, muchas veces, los sueños se rompen, por desgracia.
Un abrazo y feliz día.
Una historia impresionante. Un beso
Me ha encantado amiga mia, me ha mantenido en vilo. Muchos besos :D
Una piedra llena de magia y un enigmático río
Paz
Isaac
Excelente narración Mariarosa. Creativa!
Abrazo.
¡Un relato con muchas imágenes!
Una frase que me guardo: "El río estaba limpiando su casa y arrojaba en la arena sus desechos"
Y un final para dilucidar. ¿Fue un sueño? ¿Atravesó la protagonista esta dimensión y fue a dar a otra?...
Todo es posible
Atrapante relato, como siempre, María Rosa.
Que tengas un bonito fin de semana
Beso
Qué maravilla! Me ha encantado. He visualizado perfectamente el encantamiento. Da bastante pavor. El frío, el misterio, la nada de agua y cielo… La ambientación es muy buena. Esencial para atrapar al lector. Y lo terminaste limpiamente, dejando un buen sabor de boca.
¡Aplausos entusiasmados, mi admirada escritora!
Y un beso bien grande :-)
Parece haber sido ésta una piedra magica!
por suerte te ayudo a volver a la orilla
porque con el temor que le tengo a los rios y a los mares...
uf, me da vertigo de solo pensarlo.
Esta muy interesante tu version renovada,
tengo un leve recuerdo de que ya lo habia leido.
Esta muy bueno, querida escritora. Te mando un beso y
buen inicio de semana!
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