sábado

Esas cosas del amor.


 

Hay historias de amor muy bellas, hay otras de amor odio, esas también existen, de estas últimas les voy a relatar una que ya casi es leyenda en mi país.

 

Se casaron enamorados, eran ricos y la vida les sonreía, todo era color de rosa. A él lo llamaremos S, era un político importante, ella la señora T era ama de casa como se acostumbraba en el siglo XIX, en esos años sucede esta historia. S ocupado con sus quehaceres en el gobierno, dejaba que ella disfrutara con organizar fiestas y gastar dinero a dos manos.

Llegó un momento en que los gastos desbordaban la billetera de S y al fin, enojado por los caprichos de la esposa que excedieron su paciencia y su bolsillo, habló seriamente con ella, debía controlar sus gastos, en ese entonces no existían las tarjetas de crédito y la costumbre era que la señora pagara en efectivo o que el vendedor pasara por la oficina del marido para cobrar la deuda.

Las compras de la señora T eran demasiado abultadas e hizo caso omiso a las sugerencias de S.

Él, cansado de que ella siguiera con su derroche, publicó en el principal diario una nota que decía más o menos así: “Soy T y desde este día no me voy a hacer cargo de los gastos de mi esposa, al comerciante que no respete este aviso ya puede saber que nadie va a pagarle.”

Ningún comerciante de la ciudad volvió a venderle a la señora T.

La respuesta de la furiosa mujercita, fue no dirigirle la palabra al esposo y lo cumplió hasta el día de la muerte de S. Pero allí no termina la historia, la encantadora señora cumplió en levantar un mausoleo en el cementerio de Recoleta, en honor de su difunto esposo, un famoso artista de la época, esculpió en mármol una estatua, donde se lo ve a S sentado en un elegante sillón y mirando al horizonte, una obra superior y que se destaca de la mayoría de las que hay alrededor.

A partir de la muerte de S, ya nadie controlaba los gastos de T, hizo lo que se le antojo, volvió a gastar a dos manos.

Años después, ella muere y deja establecido que deben crear un busto de ella y colocarlo de espaldas a su esposo.

Hoy se ve en el cementerio de Recoleta a S en su elegante sillón y ella de espaldas.   Ni en la muerte lo quiso mirar.

Sin embargo, las cosas de la vida, los ataúdes fueron enterrados bajo el mausoleo…juntos.

Esta historia tragicómica la conocí en una visita al cementerio de Recoleta y los protagonistas fueron Salvador María del Carril y Tiburcia Domínguez López Camelo. Salvador M. del Carril fue vicepresidente del país durante el gobierno de Urquiza.

Cosas de la vida y del amor-odio.

lunes

Desde el otoño.


 

A veces necesito estar sola, dejarme llevar por la tranquilidad del silencio, cerrar los ojos y poder meditar, escuchar mis propios pensamientos que saltan de un tema a otro, pero siempre hurgando en ellos, qué quiero y que me incomoda.

O simplemente leer, ver una película o escribir.

No me molesta la relación social, me gusta, pero necesito mi tiempo, meterme dentro de mis pensamientos que vuelan, pasan por recuerdos vividos, buenos y malos, la vida es agridulce y para meditarla se necesita paz y reflexión.

Hoy he llevado a mis lectores por una senda diferente, espero no haberlos aburrido. Debe ser el clima, hace días que llueve en Buenos Aires y mirar desde la ventana es como ver una cortina que no termina nunca de correrse y empaña la vista.

Es el otoño que a llegado con sus amarillos y ocres cubriendo el espacio y me predispone para la soledad. 

Les digo hasta la semana que viene "si Dios quiere y los minibuses lo permiten" y con algún nuevo cuento.

(La frase encomillada la repetía siempre un locutor de radio de tiempos idos y me ha quedado grabada por lo simpática.)

mariarosa.

Les dejo el link de uno de mis cuento en Youtube, gracias a Maite del blog: "Poesía y Prosa poética de Volarelaque lo diseño y publicó.


 https://youtu.be/Xd2PFBiL-LE?si=Jz83bgbUyC78bmWt

martes

El boxeador.

 



Mientras le vendaban las manos pensaba en su madre, ella nunca quiso que fuera boxeador, pero la vida y la fuerza de sus puños lo empujaron a serlo, sabía que no era un grande, sus primeras peleas tenían la fuerza de su juventud, pero ahora la cosa era diferente, no daba más, estaba quemado por la mala vida y los golpes, esta sería su última pelea, lo sabía, pero, necesitaba dinero y buena cantidad y la única forma de conseguirlo era pelear y dejarse caer en el tercer round, así fue el contrato, y así lo iba a cumplir.

Llegado el momento cayó como si fuera de trapo, lo sacaron en camilla, una vez que le curaron la cara y con el ojo izquierdo inflamado, se quedó en la camilla haciendo tiempo, esperó que se fueran todos, luego fue a la oficina del director técnico.

Entró, movió la cabeza en señal de saludo y quedó de pie frente al escritorio, el director le entregó un sobre, lo abrió y con voz serena le dijo:

-Esto no es lo que habíamos arreglado…

-Es lo que te mereces, no diste un buen espectáculo, se notó que te dejaste caer, infeliz, ni siquiera sabes perder...

Crispó las manos, su cara se fue poniendo roja, sin decir palabras dio la vuelta al escritorio y levantó al director por la camisa, el tipo gritaba, nadie apareció.

-Quiero mi dinero -su voz sonaba dura, no gritaba- lo necesito por las buenas o por las malas

El director se acomodó la ropa y buscó en el escritorio otro sobre.

Se lo entregó.

-Sabes que después de esto no peleas más y te voy a denunciar por robo.

No respondió, abandono la oficina y se fue directo a la clínica, la enfermera del turno noche lo miró sorprendida.

-¿Qué le pasó en la cara?

-Nada importante, ¿hay atención en la oficina central?

-Si, las 24 hs, es en el primer piso.

Un empleado con cara de dormido lo atendió.

-Vengo a depositar el dinero para la operación de la paciente Lucia Menriquez.

Después del papeleo, se acercó a la sala donde dormía su sobrina, la pequeña descansaba tranquilamente, la mujer que la cuidaba salió y lo empujo suavemente al pasillo, le acaricio la cara con suavidad.

-Por favor hermano, que no te vea así que se va a asustar, dijeron que posiblemente mañana la operan.

-Posiblemente no, la van a operar, ya deposité el dinero.

La mujer lo abrazo.

-Basta Lucas, que sea la última pelea, por favor.

-Fue la última, está noche me voy, si me quedó en la ciudad pierdo, me la tienen jurada…

-¿Y qué vas a hacer, adónde te vas a esconder?

-Hay un amigo al que una vez le salve la vida, él me va a ayudar…

Luego de dar un beso a la pequeña y a su hermana, salió a la calle, caminaba mirando a todos lados, sólo el silencio era su compañía, llegó la estación, compró un pasaje y con apenas un bolso de mano subió al micro. El viaje era largo, se durmió en seguida, soñó con un campo verde, con árboles, la esperanza de una nueva vida lo hizo descansar, despertó casi llegando a Goya.

Bajó del micro y se dio cuenta que nadie lo miraba, era un desconocido, unos más, un cualquiera, al fin, se dijo… es tiempo de recomenzar.

 

 

 

 

 

 

 

 

-

 

 


Después de la tormenta.


 

La ventana del séptimo piso era una postal que reflejaba la playa “La perla”. El mar se debatía furioso sobre la arena, las carpas que durante el verano cobijaron a los veraneantes, por precaución, las habían retirado. Se anunciaba una tormenta.

Pronto el panorama fue gris, la niebla unida a la arena que levantaba el viento, dificultaba la visión, la calle se perdía en una cortina que se desmayaba por momentos.

Me estremecí, al comprender que Martín no iba a llegar.

Bajé al tercer piso a tomar un café, en el hotel. por ser junio, había pocos turistas. Me senté al lado del ventanal, había comenzado a llover.

Que tonta, me dije, viajar desde Córdoba a Mar del Plata por el juramento de un amor de verano, ni que fuera una veinteañera ilusa, aunque las chicas de hoy día no creen en palabras de amor, se fuman la vida en una noche y al salir el sol ya están pensando en otra cosa.

Él tendría que haber llegado ayer. Lo esperé en la puerta del hotel a las 10:00hs, tal cual habíamos quedado. Hoy de mañana pregunté al conserje si se había registrado alguien con su nombre, dijo que no.

El clima esta furioso, viento, lluvia y yo mirando el panorama  y con ganas de llorar.

De pronto una voz  me hizo estremecer.

-Puedo sentarme a su lado a tomar mí café, la tarde está triste…

A través de mis ojos empañados lo vi.

-Martín ¿cuándo llegaste?

-Recién, la tormenta hizo que  cambiaran mi vuelo…

-Por qué no me avisaste.

-Me sucedieron cosas que ahora no importan, acá estoy…

Olvide la lluvia, el viento golpeando los árboles, en mi corazón había salido el sol.

 



miércoles

La señora Clemencia.


 

Este cuento nació en una mañana de lluvia, lluvia de esas que hacen temblar la tierra y que nos llevan a pensar en literatura fantástica y en memorias de un pasado ficticio, esas que alguna vez escuchamos y que he reformado, esperando lograr que sea interesante.

 

“Soy una niña y amo mucho a mis padres, hace un tiempo las cosas cambiaron en mi familia. Mi padre quedó sin trabajo, mi madre aumentó sus horas en la juguetería y yo cambie de escuela, nos mudamos a otra casa más vieja, pero que no es fea.

En mis tardes de aburrimiento recorrí el sótano de la nueva casa, entre trastos viejos encontré una caja con libros. Los fui hojeando uno a uno y entre todos encontré uno de magia, que me intereso.

Durante el verano, no tengo clase y mi madre me lleva con ella, me quedo en el fondo del negocio, sentada leyendo, a veces ayudo a plumear libros, pequeñas cositas que puedo hacer.

La dueña del negocio, la señora Clemencia, es mayor y de muy mal carácter. Me sorprendió ver lo mal que trata a mi mamá, a veces sin motivo la insulta. Una tarde una clienta pidió ver juegos de salón, los reviso todos y se fue sin comprar, Clemencia se enojó con mi mamá, no solo la insultó, la tomó de un brazo con fuerza y la zarandeo como si fuera de trapo, dejo en su brazo marcados sus dedos, ella sabe nuestra situación y se aprovecha de su poder, sabe que mi mamá no se va a ir.

Esa noche leí y releí el libro de magia, convencida de que podría vengar a mi madre de tan mala persona junté lo necesario para hacer un hechizo.

Tizas de colores.

Ramas de laurel.

Gotas de vinagre de alcohol.

Cuando llegué, fui rápida a realizar el hechizo antes que Clemencia bajara al negocio. Ella vivía en el piso superior, mi madre abría a las 8,00hs y ella bajaba a las 9,00hs.

El hechizo consistía en dibujar al pie de la escalera un redondel pintarlo de marrón y en el centro celeste, sería un pozo ilusorio lleno de agua y en el centro las ramas de laurel salpicadas con vinagre. Lo hice. Cuando mi madre lo vio se enojó, no entendía qué era eso, me dijo: “debemos limpiar antes que llegue la señora”.

Clemencia llego antes.

El estruendo que hizo el piso cediendo y tragando a la señora Clemencia fue atroz.  Caí sentada en una caja que se hundió a mi peso y solo veía a mi madre correr, llamar al 911 y olvidarse de mi persona que seguía en medio del cartón sin poder emitir una palabra.

Según explicaron los de defensa civil, en esa zona, hace más cien años, se hacían los pozos ciegos sin resguardo,

Con el paso del tiempo se fueron tapando, pero en algunos casos no se hicieron bien los trabajos y el movimiento natural de la tierra creo la desgracia.

Durante varios días perdí el habla, mis padres preocupados pensaban que el susto fue demasiado para una niña de diez años tan pequeña e inocente.

Lo primero que hizo la niña inocente fue quemar el libro de magia y pensar; ¿si no habrá sido demasiado fuerte el hechizo para la señora Clemencia?"



La lluvia y los duendes.


 


 

Qué habrá sido de aquellas tardes en que la lluvia aburría mis sentidos en este mismo patio, al que el agua, dejaba brillante cual espejo, y donde la higuera se reflejaba, poblada de hojas enormes escondiendo la miel roja del fruto abierto.

Regresan imágenes que no he llamado, me acompañan y la sonrisa se renueva entre las deshiladas gotas que lavan las baldosas que ya no son las mismas, ni yo soy igual.

Dicen que desde el pasado, los duendes nos llaman y cuando están aburridos juegan con nosotros, nos convierten en piezas en un tablero de ajedrez y buscan en un jaque mate hacernos llorar y perder la partida.

Dicen que dicen, o son mentiras que la imaginación de algún loco soñó, tras una noche de alcohol y mala yerba, y que alguien me contó.

Pero algo sucede en tardes de lluvia, mientras las pesadas hojas que dejó el otoño se van fundiendo entre el césped y la tierra, acunadas por la armonía que las chispas hilvanan en el pentagrama de la tarde, algo sucede, llegan voces que cuentan historias, vidas ajenas que quedaron escritas con tinta invisible en las viejas paredes de la casa, casa que según me contaron levantó mi bisabuelo al llegar de Italia. Había dejado atrás su ciudad: Verona y una historia difícil. Él era un pobre trabajador, enamorado de una niña rica, que, en su locura de amor, dejó todo y se embarcó con él, rumbo a un país desconocido y lejano del hemisferio sur. Atrás se cerraron todas las puertas y aquí hubieron de comenzar de cero. La tierra nueva fue generosa con ellos, les regaló trabajo, hijos y amor, que los acompañaron hasta sus últimos días.

Los duendes saben y cuentan esas leyendas que fueron pasando de padres a hijos, se escudan en la lluvia y el sonido de las gotas les da resonancia musical.

Mi madre me contaba que los duendes no existen, que esas voces que se escuchan y las pequeñas luces que circulan por el patio cuando llueve, son los fantasmas de la casa, ellos siguen aquí, nos acompañan, nos protegen, no se dan por vencidos ante la realidad.

Y como decía Borges: “Ajedrez misterioso es la vida, cuyo tablero y cuyas piezas cambian como en un sueño y sobre el cual me inclinaré después de haber muerto”.

 

 Reeditado.

 

 

 

 

 

 

 

 

jueves

La llaman Mimí.


 

La encontró dormida en el banco de la plaza. El día despuntaba entre restos de nubes oscuras y un cielo que intentaba amanecer. Su cuerpo flaco apenas lo cubría un vestido de colores llamativos. La despertó. Está por llover, le dijo y su torva mirada hizo que se alejara. No había caminado dos pasos cuando le dice;

— ¿Oiga che, me paga un vino?

—No, si querés te pago un café.

Quedó en silencio, lo pensó y se puso de pie, caminó a su lado sin decir palabra. Encontraron un bar abierto, raro a esa hora, pero Buenos Aires tiene esas cosas.

Se sentaron, el mozo se acercó y su mirada crítica dijo más que las palabras, quién sabe qué imaginó. Afuera comenzaba a caer una garúa fina.

 El café fue un aliciente para dos trasnochados, orilleros de la vida, ella pidió medialunas, comía con hambre vieja, lo conmovió, se la veía sufrida. Andaba cerca de los sesenta años, pero gastados, el alcohol y la mala vida le brotaba en los ojos que debían haber sido hermosos en su juventud y que a pesar del rímel y la sombra pesada que cubría sus párpados irradiaban luz. Cuando terminó con la última miguita del mantel, le dijo:

—¿No me vas a pedir nada?

—No.

         —¿Ni preguntar?

—Si querés hablar, habla… —respondió.

—Soy una loca, digo loca por ser fina, me llaman Mimí, trabajé hasta hace poco en un boliche del bajo, pero ya ningún tipo me da bola, buscan las minas jóvenes —lo miró a los ojos esperando un comentario, él guardó silencio— igual sigo, cada tanto algún amigo de los viejos tiempos aparece y me invita un trago o me lleva a la cama, hay uno que cuando me encuentra en pedo, me da plata y me lleva hasta mi casa, me acuesta, me tapa con una manta y se va…hay gente buena…

Se quedó callada y miraba la calle, había dejado de llover, un sol sin fuerzas iba cubriendo la copa de los árboles y sumida en quién sabe qué recuerdos, sonreía.

—¿Dónde vivís, te acompaño? —preguntó.

Mimí levantó las manos en un gesto extraño y le dijo:

       —Yo te agradezco, pero me voy sola…

Se puso de pie y se fue tambaleando sobre los tacos demasiados altos para su pobre equilibrio.

Él pagó el café y salió a la calle, ella había desaparecido con el viento del bajo.

Enfiló para Retiro, el primer tren de la mañana estaba por salir.




 

 

Esas cosas del amor.

  Hay historias de amor muy bellas, hay otras de amor odio, esas también existen, de estas últimas les voy a relatar una que ya casi es leye...