Amaneció domingo.
Ni un transeúnte se dejaba ver bajo la llovizna que acariciaba
los árboles en esa madrugada, el barrio disfrutaba su modorra de día de fiesta.
Yo regresaba de una joda entre amigos, truco y vino, mi andar
era lento, el cansancio que deja el alcohol y las risas se hamacaba en mi
cuerpo.
Un coche cruzó salpicando el asfalto y a lo lejos resonó un
ladrido de perros que pareció sacudir mi andar cansino.
El tintinear de una campanilla me llegó lejano. Se fue
acercando, hasta escucharlo a pocos metros, me volví y la sorpresa me dejó
clavado en la vereda. Era un tranvía que con su amarillo descolorido avanzaba
sobre los rieles que brillaban en la calle mojada.
Se detuvo en la esquina. El guarda me hizo señas. No lo pensé
y de un salto estuve arriba. Al sentarme las maderas del asiento crujieron, era
el único pasajero. Me emocionó volver a viajar en él y recordé mis primeros
años, en los que mi madre y yo subíamos en el tranvía 56, que venía por
Ayacucho y pasaba por la puerta de casa.
En Las Heras y Uriburu, saludábamos al agente de policía que
desde su garita nos sonreía. El recuerdo fue tan nítido que hasta el perfume a
rosas de mi madre pareció acompañarme.
La lentitud del tranvía lograba que las calles parecieran
otras. La avenida Triunvirato se iba ampliando, hasta que llegamos a la subida
de la estación Urquiza. Cruzamos las
vías, me puse de pie y avisé mi descenso, el guarda se llevó la mano a la
visera a modo de saludo y bajé. Se había largado a llover más fuerte.
Quedé de pie observando cómo se alejaba, hasta que el sonido
de su campanilla no se oyó más.
Al llegar a casa le comenté a mi hermano y su respuesta burlona me dolió.
—Seguro que te emborrachaste y viste visiones, a ver decime;
¿por qué riel venía el tranvía? ya no existen en las calles de la ciudad. ¿No habrás
entrado en la dimensión desconocida?
No le respondí.
Desde otro cuarto mi madre me llamó:
—Nacho…
Me acerqué, la vi tan pequeña y viejita, tan diferente de como
la vi en el sueño...
—¿Estaban hablando de tranvías? —preguntó.
Asentí con la cabeza.
—Qué casualidad, anoche soné que viajábamos juntos, vos y yo
en el tranvía 56, el que pasaba por casa y que nos llevaba hasta tu escuela y
al pasar por la garita del policía, que estaba en la esquina lo saludamos desde
la ventanilla, luego nos bajamos y corrimos porque llovía… fue tan real que, al
despertar, no me vas a creer…o vas a pensar que son cosas de vieja… encontré mi
pelo… mojado…mojado por la lluvia…
Abrase a mi madre, la bese y le dije:
-No son cosas de vieja, son cosas que no tienen explicación…

2 comentarios:
Un texto muy mágico sobre la añoranza. Un beso
Que cuento tan mágico y que conexión entre madre e hijo.
Bienvenida la dimensión desconocida.
Un besote grande 😘 🌹 💖
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