Era un atardecer diferente, el otoño se había adueñado de los
árboles y en sus ramas oscuras, las pocas hojas pintaban de un naranja claro el
ambiente. Sólo los cipreses y los sauces mantenían su verde que resaltaba
contra los paraísos y plátanos descoloridos.
La hierba murmuraba, gemía con el sonido de un vuelo de
pájaro. Las primeras gotas de rocío sembraban un aroma de naranjas jugosas, de
besos, de caricias escondidas y sueños que habían quedado en el baúl de algún
genio misterioso.
La hierba relataba historias y el dorado flotaba en el aire
otoñal.
Y llegó la noche y el cielo se arropó de estrellas. De pronto
el ambiente oscureció, la lluvia cubrió la hierba y enmudeció la voz y todo fue
silencio; el campo y el amplio cielo se iluminaron y la lluvia besó mis manos y
las transformó en palomas.
Al amanecer un sol tibio cambió el ambiente, un aroma a
petricor surgió de la tierra, de las plantas y los pájaros cambiaron el
silencio con cantos, cada uno en su idioma, era el regalo dorado del otoño.

1 comentario:
Erase una vez... el otoño, que bonito titulo y que preciosa prosa, te quedo de fabula.
Un besote, querida amiga 🎃🧙
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