Cada
mañana era la misma duda.
No
había hablado con nadie sobre lo que le estaba pasando, temía que lo juzgaran mal.
Sin embargo, todo sucedía sin que el provocara ese sueño, luego la duda y la
visión, lo perseguía durante el día.
Todo
comenzó cuando se mudó a la costa. Amaba
el mar, así que alquiló una pequeña casa cerca de la playa e hizo caso omiso a
las bromas de sus amigos, diciendo que en el bosque que rodeaba el pueblo
deambulaban duendes y fantasmas.
Su
trabajo le permitía escribir sus historias y enviarlas a la editorial por mail,
así que la distancia con la ciudad nunca fue para él una preocupación.
Una
tarde mientras disfrutaba en el parque, bajo la sombra de un tilo, vio entrar
en la casa a una mujer desconocida, fue tras ella, al entrar y buscarla por las
habitaciones, no la encontró. Quedó perplejo, estaba seguro de lo que había
visto, se retorcía las manos, miraba a todos lados, recorría los rincones de la
casa, nada encontró, al fin llegó a la conclusión de que se había quedado
dormido y solo había sido una visión onírica.
Cuando
ya casi había olvidado a aquella mujer, ella apareció en su sueño, la vio
entrar en su cuarto, con un largo vestido
blanco que le cubría los pies, se acercó a él y sonrió, luego se esfumó como
una voluta de humo. A partir de ese día, llegaba cada noche, flotaba en una
brisa tan ilusoria como ella, se metía en su cama y era tan real la pasión que
vivían, que despertaba con la sensación que deja una borrachera. Cada amanecer
ella se iba, la buscaba, recorría la casa, el parque… no estaba.
Creía
estar loco. Comprendió que no podía seguir así, esa noche cerró el cuarto con
llave, tomo una pastilla para dormir y se acostó.
De
nada sirvió la puerta cerrada ni la pastilla, ella volvió, esa y cada noche, no
entendía lo que estaba viviendo, se estaba enamorando de un fantasma creado por
su imaginación.
¿Tal
vez un terapeuta lo ayudara?
No
quería perderla, estaba viviendo una locura de amor como nunca hubiera
imaginado. Quería amarla y quería dejarla, una batalla en su cabeza le decía
que debía buscar una solución.
Comenzó
terapia. La voz del profesional lo serenaba, le hacían ver un mundo diferente,
debía convencerse que ella no existía. No era real. Lo repetía cada vez que la
imagen de la mujer aparecía en su mente y en sus sueños.
Cuando
creía que estaba caminando hacía una cura de su pasión por un ser irreal, ella lo
convenció de lo contrario. Una mañana al despertar y luego de una noche de
pasión, bajó de la cama, al intentar caminar, algo retuvo sus pasos y cayó al
suelo.
Enredado
entre sus pies el vestido blanco de la mujer parecía reírse de él.
3 comentarios:
La mente es increíble las jugadas que nos puede hacer. En esta ocasión es para volverse loco. Me encanto tu historia. Un besote grande.
Muy original. Un beso
La mente nos hace vivir cosas extraordinarias y las has plasmado muy bien.
Un abrazo.
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