4ª entrega.
Por la
mañana fui al pueblo, necesitaba ver a Carmelo y hablar con él. No lo encontré.
Crucé al bar a tomar una cerveza. Dos parroquianos conversaban en voz baja y
bebían en una mesa cercana a la puerta. Me senté alejado de ellos. Desde un antiguo grabador la voz de Sandro
cantaba su alegre canción: “Una muchacha
y una guitarra para poder cantar….”
La
bebida helada bajó por mi garganta: fue un placer. Bebí disfrutando. Alguien,
ruidosamente, corrió una silla en una mesa vecina. Era el viejo que me había
visitado días atrás. Lo saludé y seguí
bebiendo.
Pensé
que podría saber algo de la mujer
fantasma. Él me había hablado de ella.
Hice un
gesto con el vaso, invitándolo. Esperaba
mi llamado. Al segundo estaba sentado frente a mí. Pedí otra botella y pregunté:
—¿El
otro día, usted me habló de un fantasma?
Un
grupo de pescadores entró al bar, gritando y riendo.
El tipo
permaneció callado. Cuando la tropa
bullanguera tomó asiento y se tranquilizó, habló:
—
Había ansiedad en su voz. Su cara quemada por el
sol, surcada de arrugas, hacia resaltar
sus ojos claros, que parecían los de un muchacho.
—No he
visto fantasmas, gracias a Dios —mentí—
¿Por qué está tan interesado en saber de ella?
—Porque
es seguro que lo va a buscar a usted.
Me
inquietaron sus palabras.
—¿Qué
le hace pensar eso?
—Porque
vive en esa casa, y es diferente a nosotros, ella nos odia a los del pueblo,
sólo algún pescador la ha visto, pero nunca se acercaría a ellos, Elsa sabe lo
supersticiosos que son y se burla de ellos.
Trajeron
la cerveza. Corrió el vaso y bebió de la botella. Se bajó la mitad de un tirón
y se revolvió inquieto en el asiento.
—Tengo
que hablar con Elsa.
—
¿Hablar con un fantasma? —respondí burlón.
El
grupo de la mesa vecina comenzó a cantar. Estaban ebrios y su alegría resultaba
pesada.
—Sí,
hablar—me dijo— ella no me deja verla.
—Vamos
afuera, acá no se puede conversar.
Fui al
mostrador, pagué las cervezas y salimos. Me resultaba interesante la
conversación. El viejo no parecía estar loco y había despertado mi curiosidad.
Caminábamos en silencio. Soplaba una brisa helada que a pesar del gabán, me
estremecía. De pronto, el tipo dijo:
—Soy
Pedro Echagüe, padre de
Lo miré
desconcertado.
—Sí, es
mi hija —dijo—. No me quiere perdonar. Es su manera de castigarme.
—¿Qué
le hizo para que esté tan enojada?
—No me
haga hablar de eso, me da mucha vergüenza, tal vez otro día. Mejor me voy.
Quedé
desconcertado por su respuesta. Se alejó caminando lento, con esa inclinación
tan de él. Temí que se llevara algo por delante; pero no, conocía la calle
mejor que la palma de su mano.
Quedé
confundido. Así que Pedro Echagüe es el padre de mi fantasma, me dije, vaya
enredo en el que me he metido.
La
historia de aquella mujer se enmarañaba cada vez más.
Con las
palabras del viejo en mi cabeza, subí a la camioneta, Chucho me acompañaba.
Eran
pasadas las tres cuando llegamos. Las cervezas me habían quitado el apetito. Me
senté en el sillón, el letargo producido
por el alcohol me fue cerrando los ojos.
Cuando
desperté, anochecía.
Comí
algo y salí a caminar. Chucho acompañaba mi andar con saltitos juguetones. El
mar era una sábana oscura, que se extendía suave hasta la orilla. No había
viento. Caminé, hasta que el cansancio
le ganó a mis piernas. En unos peñascos me senté. Chucho había desaparecido.
Una
piedra cayó rodando a mi lado. Luego otra. Miré a los acantilados y allí estaba
ella. Era tan real que no podía creer que fuera un fantasma. Misteriosamente,
apareció junto a mí. De un salto me puse
de pie. Un aura de niebla azul la rodeó, no tocaba el suelo. Sí, era un ser
irreal.
Comencé
a transpirar. Mi pecho golpeaba con furia, me daba la sensación de que mi
corazón subía hasta mi garganta.
Ella
habló, su voz sonaba opaca, como un eco: La
caja de lata está en el sótano. En el
baúl. Allí están mis cartas, él debe verlas.
—¿Él?
Salvador, él debe leer esas cartas.
—¿Quién
es Salvador?—pregunté algo atontado.
Salvador Gaona, búsquelo.
—¿Por
qué yo?
La vi
sonreír. Un viento furioso surgió de
pronto, arremolinaba la arena y
castigaba mi cara. La mujer se convirtió en una nube. Algo la bebió, tal vez el mismo
viento. Desapareció.
Las
olas acariciaban mis pies. Me fui hundiendo sin fuerzas para caminar. Ni un
miserable rayo de luna me iluminó en ese momento.
Regresé. Salvador.
¿Quién sería ese tipo?
En la
puerta de casa, Chucho, me miró con temor.
Fui
directo al sótano. Encendí la luz. Era un lugar
mugroso. Restos de bicicletas,
ladrillos, cuadros viejos. Me
dije que era hora de limpiar semejante basural. Contra la pared, bajo unos
tirantes, descubrí un baúl. La madera
oscura, rajada en los bordes, demostraba sus muchos años. No tenía candado. Lo
abrí. Salió un tufo a humedad y dos
ratones tan asustados como yo. Entre
restos de diarios amarillentos y carcomidos por las lauchas, descubrí
una caja de lata, cerrada con varias
vueltas de cinta roja.
La
llevé a la cocina, y con un cuchillo
corté las ataduras. Paquetes de cartas oliendo a viejo, me saludaron. Dirigidas
a: Salvador Gaona. Remitente: Elsa
Echagüe, Río Cuarto, Córdoba.
Sólo
dos cartas estaban abiertas. Las leí. A medida que avanzaba en la lectura un
nudo en mi garganta fue creciendo, me ahogaba.
La
curiosidad por saber toda la historia me acicateó, quise abrir las demás… dudé.
No, no me pertenecían.
No
dejaba de preguntarme: después de tantos años ¿Por qué no lo buscó ella a Salvador? ¿O eligió a otra persona? Había
confiado en mí, por algo que yo no comprendía.
Me dije
que encontraría a Salvador Gaona, aunque
tuviera que recorrer toda Colonia Médanos. No imaginaba lo que me costaría
hallarlo.
Por la
mañana fui a ver a Carmelo. Quién mejor
que él para ayudarme a encontrarlo. Lo hallé en plena tarea de organizar el
desayuno de la pensión. Lo ayudé. Luego nos sentamos frente a una taza de
café. Mi cara le contó el momento que
estaba viviendo, preguntó:
—¿El
fantasma verdad?
—Necesito
encontrar a Salvador Gaona —le dije, sin más explicaciones.
Me miró
sorprendido.
—No sé
quién es —dijo— por el apellido, debe ser pariente de los antiguos dueños de tu
casa.
—El
hijo.
—La
única forma de saberlo —dijo Carmelo— es ir a la estafeta postal. Ellos conocen
a casi todos los habitantes del pueblo, que no son tantos. Salvador Gaona… es
raro, nunca escuché su nombre.
Salí de
la pensión y me dirigí por la calle principal rumbo al correo.
13 comentarios:
El suspenso se apodera de la historia, quien sera Salvador, quizá un viejo amor de la fantasma o quizá la historia de un giro inesperado.
Me gusta.
Un abrazo amiga, se feliz
Ves Mariarosa,... por esta razón no soporto los relatos por entregas jajaja. Nos dejas en ascuas...
Deseando conocer el desenlace. Como dirían en mi tierra "esto es un sinvivir".
Besos.
Plausible Maria Rosa:-deseando poder leer esa quinta entrega que esto pinta demasié.
Otro abrazo estimada amiga
Es un precioso relato que continúa y se espera con impaciencia el siguiente capítulo. Felicides.
Un abrazo.
El clímax de la historia. Un abrazo. Carlos
Hola María Rosa, feliz año, y muchas gracias por tu felicitación.
Estoy de vacaciones de blogs, pero hoy entré a buscar algo en el mío y he visto que había varias entregas de una historia, y siendo tuya no he podido resistirme a leerlas. No me equivoqué porque me han resultado fascinantes, así que he quedado prendida de ellas hasta saber el final de tan interesante relato con ese puntito misterioso que tan bien sabes desarrollar.
Está genial, y como siempre es un placer leerte.
Te iba a decir, felices Reyes, pero no sé si en tu país se celebra ese día; aquí es el día seis, donde los niños y mayores disfrutamos de los regalos.
Un abrazo y hasta la próxima entrega.
Que buena se está poniendo a ver si lo encuentra y nos enteramos que está escrito en esas cartas. Muchas garcais por esta novelita que nos estas regalando muakkkkk . Feliz noche
Abrazos !!
Interesante como crece la historia en cada capítulo. Es una buena forma de terminar el primer fin de semana del año.
Saludos!
J.
Uy sigue muy interesante ojala encuentre a Salvador. te mando un beso y te deseo una genial semana
Qué maravilla que la mujer fantasma le diera el recado, al fin se va a aclarar el misterio.El tiempo pone todo en su lugar.
Un abrazo y voy a por tu última entrega.
Esto se pone cada vez más interesante. Dará con Gaona? Cuídate.
Un abrazo.
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