Colonia Médanos.
Luego
de siete horas de viaje, mi cintura se partía en dos, el cansancio me vencía y
se me cerraban los ojos. Ansiaba llegar. A lo lejos divisé un caserío, el
anuncio de la entrada era un buen augurio:
Bienvenidos a Colonia Médanos.
Me
recibió una llovizna fina. Calles
desiertas y tristeza; fue la primera imagen que tuve del pueblo, si a eso se le podía llamar
pueblo. La calle principal era ancha,
tierra y arena. Los negocios, típicos
almacenes de campo, donde se vende, desde cañas de pescar, azúcar, caramelos, ginebra o harina.
Algunas
casas de piedra, humildes, sin grandes dimensiones. Y dunas, subiendo y
bajando, marcando su territorio.
No
encontré hoteles a la vista, sólo un cartel, en el frente de una casa, que anunciaba:
pensión. Allí me dirigí y estacioné la camioneta en la puerta. En la vereda de
enfrente, un grupo de paisanos apostados en la vidriera de un bar seguían mis
movimientos con curiosidad.
Entré
a la pensión. Un salón amplio, con
algunas mesas y sillas, era el recibidor. A la derecha un mostrador. Me llegó
un agradable olor a comida, desde lo que parecía ser la cocina, se asomó un tipo alto, pelo renegrido y ojos
achinados, vestía un Jean y una camisa a cuadros, muy amplia para su flaca
figura.
—Buen
día —dijo, mirándome con curiosidad.
—Buen
día, soy Bautista Aguirre. Necesito una habitación, no sé por cuanto tiempo,
tal vez un mes…
—Hay
para elegir —fue la respuesta.
Se
acercó sonriente y extendió su mano.
—Soy
Carmelo Zabala.
Sin
hacer preguntas, me acompañó hasta la camioneta. Bajamos los bolsos y al entrar de nuevo en la pensión,
me guió por un pasillo angosto, pintado
de gris. Se detuvo en una puerta y la abrió.
—Su
habitación, espero le guste —y agregó sonriendo— .Buena estadía. A las ocho;
desayuno, a la una, almuerzo; a las nueve, cena.
Me
entregó una llave con una tarjeta y escrito a mano, un número: 16.
Era
un tipo agradable, luego comprobaría que
no le gustaba hablar demasiado. Sostuve
el picaporte, dudando de lo que estaba haciendo. Al fin entré.
Mi
vida en los últimos años había sido una sucesión de errores. Me casé
enamorado de una mujer y el tiempo me demostró que no estaba en sus cabales; Marta
Figueroa, que sólo vio en mí un escalón para salir de la miseria. Marta era
empleada de una galería de arte, se movía en un ambiente de gente adinerada,
pero vivía en un barrio pobre
del gran Buenos Aires. Hija de padres separados, había perdido contacto con su viejo hacía años. Su madre, una mujer depresiva y absorbente
que no le daba paz y la acosaba con sus miedos y rarezas. Mi posición económica
era buena, al menos en apariencia, y eso la enamoró. En ese momento, yo era un
pintor medianamente conocido y mis cuadros se vendían bien. Era el niño mimado
de las galerías de arte, y los marchand
peleaban por exponer mis telas. Marta creyó, que nuestra vida en común sería ir de fiesta en fiesta, cenas y espectáculos.
Allí comenzaron las desavenencias. Me trataba de hosco, rústico. Seguramente lo
soy, pero no me agradaba esa vida sin sentido a la que ella me arrastraba. Las
continuas discusiones me producían un
malestar que anulaba mi inspiración.
Nuestro matrimonio no llegó a durar diez
años, fue demasiado. Luego de un divorcio tempestuoso, que económicamente me
dejó en la calle; anhelaba tranquilidad. Posibilidad de olvido y realizar a lo único
que sabía hacer bien y me daba paz: pintar.
Mi
padre había comprado una propiedad en Colonia Médanos, hacía muchos años, luego
mi viejo enfermó y su muerte se sumó a
mis desdiches. El caserón, quedó en el olvido. Había llegado el momento
de rescatarlo y rescatarme, me dije. Y
acá estaba, en un pueblo perdido en la costa sur de la provincia de Buenos
Aires. Tratando de hallar una nueva oportunidad de vivir y ser feliz.
Mientras
almorzábamos, el dueño de la pensión, preguntó:
—¿Qué
hace un hombre como usted en este
pueblo?
—¿Por
qué dice un hombre como yo?
—Por
sus manos, son demasiado finas; debe ser médico, escritor. No sé, tiene
apariencia de hombre rico.
Reí.
—Soy
pintor. Tengo intenciones de establecerme en este pueblo, soy propietario de la
casa que perteneció a los Gaona, voy a ver lo que encuentro en ella, todavía no
la vi y si es necesario, reacondicionarla y
vivir en ella.
Desvió
la mirada, comprendí que no le gustaron mis palabras. Me sentí intrigado y pregunté:
—¿Conoció
a los antiguos dueños?
—No,
cuando llegué, ya no vivían aquí.
Sorteando
un posible interrogatorio, se levantó y me dejó almorzando solo.
Al
día siguiente, fui a conocer la casa. Mi
camioneta se hundía en las calles de
arena. El paisaje y el mar, me
transmitían bienestar. No me alcanzaban los ojos para ver tanta belleza.
12 comentarios:
Muy bueno y continua, espero.... Saludos amiga. Te deseo todo lo mejor para este 2021, que pases una linda Noche Vieja. Te mando un abrazo. cuídate,
¡Ooooh! ¡Deseando leer la segunda entrega! ¡¡Me encanta!!
Feliz año amiga mia :D
Me has dejado toda intriga, esperando la continuación.
Que tengas un buen Año de mucha salud que es lo que nos hace falta en estos días.
Un abrazo.
No te demores jeje, las cábalas se enredan en las ideas, la curiosidad crece. Un abrazo grande
Espero impaciente la segunda parte. Un beso
Ya tengo ganas de leer la siguiente parte, esto promete jajaj. Un besazo de los sonoros ,. Feliz 2021.
Como dirían a este lado de los mares "ya estás tardando" en publicar la segunda entrega.
Promete.
Que el año que está a punto de nacer, te sea propicio.
Besos.
Habrá que esperar, viene muy interesante...esperaremos!
abrazo Maria Rosa!
Muy buena historia, me sumergí en ella , tendré que esperar la continuación para ver que depara el momento.
Un abrazo amiga , pasa feliz año nuevo.
Me gusto la historia, me dejas intrigada. Te mando un abrazo y te deseo un buen año para ti y tu familia .
Maravillosa tu entrada
Que la vida te siga dando lo que necesitas y quieres
Lo mejor del mundo para vos
Una Magnífica introducción a una historia que se presume apasionante.
Feliz Año Nuevo!
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