Le
dolían los pies. La arena del camino penetraban en sus alpargatas y le hacía
ver las estrellas. El sol caía como un
manto caliente.
La
blusa se pegaba a su espalda y cada tanto, gotas de sudor, bajaban por su
cuello y rodaban por la curva de sus
senos produciéndole un cosquilleo.
Pobre
compadre Funes, dijo en voz baja, venir a morirse en pleno febrero.
La
calle de tierra no tenía ni un miserable árbol donde guarecerse. A los costados sólo alambrados, y más allá, campos y más campos
sembrados.
Un
carro, pasó destartalándose en el surco de la senda polvorienta, la voz de don Natalio, el carbonero, surgió
ronca:
—Buenas
tardes doña Sabrina.
—Buenas
tardes —respondió.
Él
siguió sin ofrecerle llevarla hasta el pueblo, negro bruto, dijo entre dientes.
Ya
estaba cerca de las primeras casas, las veredas ofrecían la sombra de una
hilera de sauces y por momentos la brisa suave dejaba llegar su alivio con
aromas de menta y lavanda. El cielo había cambiado, las nubes tapaban la furia
de ese verano tórrido.
Al
fin llegó a la casa de Funes. Un grupo
de paisanos conversaban en la puerta de calle. Le dieron paso respetuosamente.
Entró. Fue a
saludar a la viuda. Doña Remigia se
derramó en lágrimas al verla, el escote
del vestido de la mujer era demasiado
provocativo para ese momento, los pechos se le escapaban sin pudor. Sabrina la abrazó y
luego se acercó al finado. Hizo la señal de la cruz.
Del
Funes que conoció, no quedaba nada; era
una bolsa de huesos. La impresionó la blancura de la piel y el pelo. ¡Cuánto
había cambiado!
Sobre
una mesita varias imágenes religiosas presidian una asamblea de santos. No sabía que el compadre fuera tan creyente,
se dijo. Varias velas rojas de diferente tamaño daban al ambiente un olor
a cera e incienso, que mareaba. A un costado del cajón dos cirios de pie
flameaban su llama amarillenta.
Rezó
un ave María.
Funes
pareció mover las manos. Ella se inquietó. Sumida en una alucinación lo vio
revolverse en la caja y luego elevarse.
Sabrina se apoyó en una silla y buscó a la viuda con los ojos y no estaba, quería gritar y no
podía, se le cerraba la garganta. Los vecinos seguían en la puerta. Retrocedió, el olor de los cirios era más potente ahora. El finado, de pie, se elevó hasta una ventanita que
estaba en lo alto de la pared, algo vio que lo hizo estremecerse. Maldijo en voz baja.
Las
velas se apagaron, dejando caer lagrimones de cera contra el piso de cemento,
sólo las rojas permanecían encendidas. Un espesor de niebla invadió la
habitación. Sabrina quiso escapar y sus piernas no respondieron. Transpiraba y no
era culpa del calor. Estiró el brazo y con un pañuelo apagó las velas rojas.
Don
Funes se agitó y descendió lentamente. Se acomodó en el cajón. Le sonrió con su
boca desdentada, se acostó y quedó con un rictus amargo en la cara. La niebla escapó por la ventana. Sabrina tiritaba.
Estaba sola frente al finado que cruzó
las manos sobre el pecho y así quedó.
Sabrina
fue a la habitación de al lado, la puerta estaba apenas entreabierta. ¿Qué
había visto el finado por la ventanita? Se asomó, se tapó la boca para no
gritar: la viuda y el capataz de los Martínez, estaban abrazados, se tocaban,
se besaban con tantas ganas que no advirtieron su presencia.
Cerró
y fue a la cocina. Dos vecinas
preparaban el mate, les quiso hablar, contarles lo que le había sucedido y no
pudo, su lengua era un trozo de cartón.
Entró
doña Remigia arreglándose el pelo. Un resto de sonrisa le bailaba en la boca,
se sentó y rompió a llorar. Sabrina no
aguantó la actuación de la viuda y sin
decir palabra salió de la cocina, llevándose una silla por delante y ante los
ojos asombrados de la viuda que seguía gimiendo su pena.
Un antiguo cuento ya publicado, pero como los lectores se renuevan, espero que les guste.
Gracias por pasar.
Gracias por pasar.
María Rosa.
16 comentarios:
Has hecho bien en republcarlo, no lo había leído y es una joya. Un abrazo
Muy bonito , me encanto desde luego serán cuentos pero te imaginas si fuera cierto ..
Al menos podría haber esperado un poco la viuda ...¿digo yo ??
Un fuerte abrazo y te deseo un feliz domingo muakk.
Impactante relato! Y como siempre cuidando todos los detalles con esmero. Y, cómo no, el consabido misterio e intriga hasta el último párrafo.
Abrazo Mariarosa.
Es un relato bonito que me recuerda a unos de Cortázar.
Un abrazo.
Muy impresionante. Un beso
A medida que avanzaba en la lectura me pareció que lo había leído.
Me gustó la relectura porque mo recordaba ese final inesperado, con ese toque fantástico tan tuyo.
Besos, Mariarosa.
Magnificamente narrado y tan sorprendente o más que los cuentos a los que ya nos tienes acostumbrados, yo diría que éste está entre los mejores. Creo que tienes muy buena imaginación para crear historias. Un abrazo.
Pues me ha encantado María Rosa, como siempre un relato esplendido en su contenido con ese puntito de misterio, y tu magnifica forma de expresar.
Un abrazo y feliz semana.
Tus cuentos están llenos de un misterio que te atrapan en las primeras lineas.
Me ha gustado, un abrazo.
María Rosa como siempre consigues dejarme sin palabras. Me encantan tus historias de inesperado final. Qué maravilla como has relatado lo que ha ocurrido con Funes, que no quiero repetir para no hacer spoiler. Guau. Maravilloso.
Besos:D
No recuerdo haberlo leído, así que para mí es como uno nuevo. Muy bien contado.
Un abrazo.
Muy buen relato, un gusto leerte....saludos
Magnífica narración, una más de las tantas tuyas. Y con montón de detalles que la enriquecen.
Me parece bien de vez en cuando republicar antiguos relatos ya que la inmensa mayoría de visitantes solo lee la última publicación.
Saludos.
Los muertos lo saben todo.
Eso me genera cierta preocupación...
Saludos,
J.
Atra el cuento de Funes, porque tiene ese sabor de lo que ha constituido una cultura de la muerte. Un abrazo. carlos
Vaya estimada
si esta de pelos y hasta gracioso y descarado...pero me gusta porque tiene toda esa picardía de las historias de los campos...
que aquí también hay unos muy sabrosos de este estilo...
De todo hay en la viña del señor...
un abrazo.
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