El tren
se detuvo en la estación Belgrano. Ella
bajó. El perfume de los árboles de la calle Echeverria le llegó dulzón, le
gustaban esas veredas sombreadas, tan quietas. Sonrió ante su pensamiento: ¿Cómo
es una vereda quieta? se preguntó.
La
valija pesaba y la obligaba a caminar
lento.
Al
pasar por la panadería del gallego Juan, el olor a pan recién horneado le recordó que no había
desayunado. Su reloj marcaba las diez de la mañana. Sólo las hojas le hacían compañía. Era extraño,
por momentos una bruma se desprendía de
las paredes y caminaba a su lado.
Cruzó Cramer y siguió acompañada por el barullo de
los gorriones.
¡Volver!
La casa
de sus tías estaba sobre la calle Echeverria, cerca de la Avenida Cabildo. Soñó
tanto con irse de allí, y ahora llegaba extrañando el hogar y ese olor a café
con leche, tan lejano y querido.
Al fin
casi sin darse cuenta, se encontró
frente a la casona.
Tocó
timbre. Tras la entrada de rejas, un pasillo corto llevaba a la puerta
principal. Escuchó la llave que giraba con un sonido a óxido y trabazón.
Clarita
se asomó. Era la más joven de las tías. Gritó de alegría al verla, intentó correr
arrastrando las ojotas gastadas, daba risa verla. Abrió la reja y se abrazaron.
La cubrió de besos, la pinchó con sus bigotes de mujerona sin coquetería.
Entraron.
La casa estaba sumida en un celaje. Las paredes, las puertas desdibujadas, sólo
Clarita era real en aquel patio de
baldosas negras y blancas. Las macetas con alegría del hogar y helechos, como
si los años no hubieran pasado. Nada
había cambiado. Sólo ella era diferente. Fue hilando recuerdos, sensaciones.
Desde
la cocina llegaba un olor a galletas recién horneadas. La tía Clarita sonreía
feliz, los años no habían pasado por ella, debía tener cerca de setenta y no lo
parecía.
—¿Y las
tías Pepa y Lola? —preguntó asombrada de no verlas.
—Salieron.
¿Querés tomar mate?
Aceptó.
Siempre
amable, Clarita la miraba feliz de tenerla de nuevo en la casa, le reían los
ojos chiquitos y achinados. Fue a preparar el mate.
Isabel
quedó sola, desde la pared del comedor, la luna del espejo le devolvía una
imagen joven, su imagen. La tía regresó con una bandeja, y galletas con perfume a vainilla. Al darle el
primer mate le acarició las manos, brotaban lágrimas de sus ojos.
Les llegó
el sonido de la puerta que se abría. Las
otras, habían regresado. El taconeo de
sus zapatos, anunció que seguían siendo dos sargentos que marchaban al unísono en
un desfile imaginario.
Al
verla se detuvieron. Ni una pizca de alegría. La miraron con el seño fruncido. La niebla regresó, pareció cubrir el comedor.
—¿Qué
haces vos por acá? —preguntó la tía Lola.
Frías,
lejanas. Esa pregunta dijo más que cien palabras, la examinaban tratando de ver hasta lo
recóndito de sus entrañas. Los ojos de Isabel se enturbiaron. De pronto le
pareció que lo que deseaba hacer era dar media vuelta y echar a correr. Las
voces y los rostros parecieron salir de su campo visual.
Las
veía a través de una película de niebla. Tratando de ser amable dijo:
—Vine a
visitarlas, ¿Hay algún problema?
—No
querida ningún problema, es un gusto verte —respondió la tía Clarita antes, que
una de sus hermanas abriera la boca— vamos, te muestro tu cuarto, lo mantengo
igual…
—Sí,
gracias —y la siguió.
—
Isabel: ¿Te vas a quedar? —la voz de la tía Lola sonó seca a sus espaldas. Se
volvió y la miró desafiante.
— Sí,
¿por?
—Por la
valija. ¿Te quedás mucho tiempo?
No
respondió, salió acompañada por Clarita.
El pasillo, los muebles todo era confuso.
Su
habitación estaba igual.
Clarita
la abrazó con ganas, le acariciaba la cabeza, se notaba que estaba feliz.
—Ponete
cómoda, descansá —le dijo y se quedó de pie frente a ella, sus ojos expresaban
un inmenso cariño— luego te llamó para almorzar.
Al
morir su madre, Isabel tenía nueve años. Clarita fue su segunda mamá. Cariñosa,
le regalaba los mimos que las otras dos le negaban.
Recorrió el cuarto, las fotografías danzaban
un baile de nostalgia. La abuela Margarita. Evocaba a aquella anciana doblada,
que caminaba con bastón, Tac tac, tac tac, lenta y suave en sus gestos. La tía
Clarita se parecía a ella.
En otra
fotografía la imagen de su madre le arrancó una sonrisa. Un porta retrato mostraba a las tías
Lola y Pepa, se las veía jóvenes. Ya llevaban en su cara un sello de acritud. Fue difícil
vivir con ellas. Eran viejas de corazón, antes de serlo cronológicamente. Tenía
veinte años cuando tomó la decisión de irse. Prefirió partir, antes de asimilarse
a ellas.
Soñaba
con vivir. ¡Vivir! Como si fuera tan fácil protagonizar sueños, darles vida…
Otra vez
la niebla, debía ser su vista.
Cerró
la puerta. La cama era una invitación a su cansancio. El viaje había sido
largo. Dejo que su cuerpo se aflojara y se cubrió con una manta.
Lily escuchó
una voz entrecortada que gemía.
Entreabrió
la puerta del dormitorio. Allí, dormía profundamente la anciana. Entre sueños
sus manos abanicaban el aire, espantando moscas invisibles.
Pobre
señorita Isabel, otra vez sus pesadillas, pensó Lily. Se acercó.
— ¡Señorita! ¡Despierte! —Acarició el brazo de la anciana—
¡Isabel despierte que me asusta verla así!
Corrió
las cortinas, la luz avanzó y cubrió los
muebles. Isabel abrió los ojos. Estaba empapada de sudor, sumida en un sopor
del que no logra reaccionar.
Lily la
mira con ternura.
—La
escuché gritar y me asusté —le dice mientras le acomoda las sábanas— ¿le pasaba algo grave?
—Otra
maldita pesadilla —respondió.
Isabel
se sienta en la cama tratando de
regresar de ese mundo del pasado donde las imágenes se vuelven tan reales que
espantan. Mira a su alrededor, todo parece desconocido, no logra entrar en la realidad. Tiene la boca seca como de ceniza
y arena.
—¿Quiere
que le traiga un tecito? —la voz de Lily le llega como a través de un túnel.
—No, es
temprano, no tengo ganas. Anda a seguir con tus cosas, en un momento se me va a pasar el aturdimiento e iré a la cocina.
La
joven se aleja y ella queda tratando de interpretar su sueño. Acaricia con la
mirada los muebles, los cuadros con las cara queridas que ya no están, y va
tomando conciencia de su mundo actual.
¿Cómo
puedo soñar con tanta fidelidad el pasado —se pregunta— ver el barrio, la casa… las tías?
Toma el
bastón y se acerca a la ventana. Sobre la
calle Echeverria, cerca de la Avenida Cabildo ,
el sol ilumina el jardín y los jazmines
comienzan a perfumar la mañana.
28 comentarios:
Que bonita historia nos has dejado , hay que ver lo que la vida nos da y nos quita , ella misma se ve joven en esa habitación sus pesadillas le devuelven a una realidad .
Me gusto mucho como narraste la situación .
Un fuerte abrazo y feliz semana.
Yo tambiën tengo sueños muy reales. Me he visto reflejada. Un beso
Así es la vida como este maravilloso cuento amiga, los recuerdos quedan tan dentro de nosotros que en los sueños podemos ver la realidad,una historia muy bien escrita como siempre me da gusto volver a leer tus cuentos querida amiga. Besos de colores.
Me recuerda tantas noche de sueños, noches pobladas de recuerdos, insomnio y recuerdos que vuelan como papeles escritos en desorden al salir del colegio, que grato fue leerlo María Rosa gracias, la vida vive en cada lugar de encuentro.
Abrazo
Es un bonito relato, felicidades.
Un abrazo.
Si algunos sueños de esos tan majos se cumplieran, sería una bendición; pero lo bueno pocas veces se cumple o se hace mucho de rogar.
Abrazo.
La memoria juega con nosotros todo el tiempo.
Excelente relato.
Saludos,
J.
Bonita historia, precioso relato.
Que tengas buen mes de septiembre
La complejidad de los sueños has sabido exponerla como un relato precioso, me has hecho pensar que leía el principio de una novela. Un abrazo
Un giro inesperado y un final algo triste, pero así es la vida para muchos... llena de recuerdos.
Un abrazo.
Linda historia....hay personas que viven intensamente en sus sueños el pasado....y aveces hasta el futuro se nos revela en ellos. Saludos
Ay,el tiempo,ese ente invisible que todo lo devora.
Leyendo tu relato de hoy,he sentido el paso implacable del tiempo mientras nos pone a todos en el lugar que nos corresponde a la vez que va matando los sueños que un día nos ilusionaron.
Un relato realista y,por tanto,con ese halo de tristeza que posee siempre lo real.
Un abrazo
Bonita historia, cargada de recuerdos de la que me ha gustado especialmente ese final inesperado,... esa fusión entre el pasado y el presente, los sueños y la realidad. Feliz semana!
muy buen relato con esa sorpresa final que nos deja intrigados y tratando de comprender el drama que vivieron esas mujeres entre las paredes de su casa. Parece que algunas personas nunca pudieron escapar de las circunstaanxcias adversas. Gracias por tus comentarios en mi blog. Un abrazo.
Esos sueños que nos devuelven retazos de aquello que tan lejos quedó.
Me ha encantado María Rosa, como siempre. Tienes una sensibilidad especial a la hora de escribir. ¡Muchos besos! :D
Bonito relato. Volveré por aquí. besos
La memoria mezcla todos los tiempos y en ese momento de la vejez todo se confunde...Regresamos poco a poco a la niñez...Lo has expresado de forma magistral, María Rosa.La nostalgia de Isabel nos ha llegado a todos. Precioso relato, amiga.
Mi abrazo y mi cariño.
Los sueños que son como ventanas que se abren al pasado, a veces tan reales, otras desfigurándolo.
Menos mal que Isabel tuvo a la tía Clarita que supo darle tanto amor.
Me gustó mucho, Mariarosa, siempre con tus toques poéticos.
Besos.
Una entrañable historia, entretenida, con el buen hacer del relato.
Abrazo Mariarosa.
Cuando se sueña así es uno feliz poder pasar por la realidad de un pasado.
Me ha encantado tu cuento, precioso, un abrazo.
Qué bien se te da escribir.
Qué bonito escribes!! es precioso el relato, me ha encantado, además es muy ameno.
Muchos besos.
De vuelta de mis vacaciones, regreso poco a poco a mi rutina diaria.
Muy bobita la historia que has contado y que he leído, con la máxima atención.
Besos
Hola María Rosa , un relato muy emotivo , recordar los tiempos de juventud , de ver la casa de ver a sus tías , siendo ella una anciana , me a gustado mucho tu relato , te deseo una feliz tarde besos de flor.
Un relato genial, se me hizo nostálgico.
Qué buen juego con el tiempo y el sueño, donde todo puede ser realidad, así el tiempo nos orille a edad provecta. UN abrazo. carlos
Sucede a veces que no hay edad perfecta para seguir soñando
reviviendo lo realmente que ha sido significativo y aún lo es
de ese dulzor y amargor se nos hace la vida...es un desafío vivir
Hermoso cuento. Como todo lo que escribís y publicas en esta pagina. Realmente te admiro mucho.,
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