lunes

La señorita Isabel.





El tren se detuvo  en la estación Belgrano. Ella bajó. El perfume de los árboles de la calle Echeverria le llegó dulzón, le gustaban esas veredas sombreadas, tan quietas. Sonrió ante su pensamiento: ¿Cómo es una vereda quieta? se preguntó.  
La valija  pesaba y la obligaba a caminar lento.
Al pasar por la panadería del gallego Juan, el olor  a pan recién horneado le recordó que no había desayunado. Su reloj marcaba las diez de la mañana.  Sólo las hojas le hacían compañía. Era extraño, por momentos una  bruma se desprendía de las paredes y  caminaba a su lado.
Cruzó  Cramer y siguió acompañada por el barullo de los gorriones.
¡Volver!
La casa de sus tías estaba sobre la calle Echeverria, cerca de la Avenida Cabildo. Soñó tanto con irse de allí, y ahora llegaba extrañando el hogar y ese olor a café con leche, tan lejano y querido.    
Al fin casi sin darse cuenta,  se encontró frente a la casona.
Tocó timbre. Tras la entrada de rejas, un pasillo corto llevaba a la puerta principal. Escuchó la llave que giraba con un sonido a óxido y trabazón.
Clarita se asomó. Era la más joven de las tías. Gritó de alegría al verla, intentó correr arrastrando las ojotas gastadas, daba risa verla. Abrió la reja y se abrazaron. La cubrió de besos, la pinchó con sus bigotes de mujerona sin coquetería.
Entraron. La casa estaba sumida en un celaje. Las paredes, las puertas desdibujadas, sólo Clarita era real en aquel  patio de baldosas negras y blancas. Las macetas con alegría del hogar y helechos, como si los años no hubieran pasado.  Nada había cambiado. Sólo ella era diferente. Fue hilando recuerdos, sensaciones.
Desde la cocina llegaba un olor a galletas recién horneadas. La tía Clarita sonreía feliz, los años no habían pasado por ella, debía tener cerca de setenta y no lo parecía.
—¿Y las tías Pepa y Lola? —preguntó asombrada de no verlas.
—Salieron. ¿Querés tomar mate?
Aceptó.
Siempre amable, Clarita la miraba feliz de tenerla de nuevo en la casa, le reían los ojos chiquitos y achinados. Fue a preparar el mate. 
Isabel quedó sola, desde la pared del comedor, la luna del espejo le devolvía una imagen joven, su imagen. La tía regresó con una bandeja,  y  galletas con perfume a vainilla. Al darle el primer mate le acarició las manos, brotaban lágrimas de sus ojos.
Les llegó el sonido de  la puerta que se abría. Las otras,  habían regresado. El taconeo de sus zapatos, anunció que seguían siendo dos sargentos que marchaban al unísono en un desfile imaginario.
Al verla se detuvieron. Ni una pizca de alegría. La miraron con el seño fruncido.  La niebla regresó, pareció cubrir el comedor.
—¿Qué haces vos por acá? —preguntó la tía Lola.
Frías, lejanas. Esa pregunta dijo más que cien palabras,  la examinaban tratando de ver hasta lo recóndito de sus entrañas. Los ojos de Isabel se enturbiaron. De pronto le pareció que lo que deseaba hacer era dar media vuelta y echar a correr. Las voces y los rostros parecieron salir de su campo visual.
Las veía a través de una película de niebla. Tratando de ser amable dijo:
—Vine a visitarlas, ¿Hay algún problema?
—No querida ningún problema, es un gusto verte —respondió la tía Clarita antes, que una de sus hermanas abriera la boca—  vamos, te muestro tu cuarto, lo mantengo igual…
—Sí, gracias —y la siguió.
— Isabel: ¿Te vas a quedar? —la voz de la tía Lola sonó seca a sus espaldas. Se volvió y la miró desafiante.
— Sí, ¿por?
—Por la valija. ¿Te quedás mucho tiempo?
No respondió, salió acompañada por  Clarita. El pasillo, los muebles todo era confuso.
Su habitación estaba igual.
Clarita la abrazó con ganas, le acariciaba la cabeza, se notaba que estaba feliz.
—Ponete cómoda, descansá —le dijo y se quedó de pie frente a ella, sus ojos expresaban un inmenso cariño— luego te llamó para almorzar.

Al morir su madre, Isabel tenía nueve años. Clarita fue su segunda mamá. Cariñosa,  le regalaba los mimos que las otras dos  le negaban.
 Recorrió el cuarto, las fotografías danzaban un baile de nostalgia. La abuela Margarita. Evocaba a aquella anciana doblada, que caminaba con bastón, Tac tac, tac tac, lenta y suave en sus gestos. La tía Clarita se parecía a ella.
En otra fotografía la imagen de su madre le arrancó una  sonrisa. Un porta retrato mostraba a las tías Lola y Pepa, se las veía jóvenes. Ya  llevaban en su cara un sello de acritud. Fue difícil vivir con ellas. Eran viejas de corazón, antes de serlo cronológicamente. Tenía veinte años cuando tomó la decisión de irse. Prefirió partir, antes de asimilarse a ellas.
Soñaba con vivir. ¡Vivir! Como si fuera tan fácil protagonizar  sueños, darles vida…
Otra vez la niebla, debía ser su vista.
Cerró la puerta. La cama era una invitación a su cansancio. El viaje había sido largo. Dejo que su cuerpo se aflojara y se cubrió con una manta.

Lily escuchó una voz entrecortada  que gemía.
Entreabrió la puerta del dormitorio. Allí, dormía profundamente la anciana. Entre sueños sus manos abanicaban el aire, espantando  moscas invisibles.
Pobre señorita Isabel, otra vez sus pesadillas, pensó Lily. Se acercó.
— ¡Señorita!  ¡Despierte! —Acarició el brazo de la anciana— ¡Isabel despierte que me asusta verla así!
Corrió las cortinas, la luz  avanzó y cubrió los muebles. Isabel abrió los ojos. Estaba empapada de sudor, sumida en un sopor del que no logra reaccionar.
Lily la mira con ternura.
—La escuché gritar y me asusté —le dice mientras le acomoda las sábanas—  ¿le pasaba algo grave?
—Otra maldita pesadilla —respondió.
Isabel se sienta en la  cama tratando de regresar de ese mundo del pasado donde las imágenes se vuelven tan reales que espantan.  Mira a su alrededor, todo  parece desconocido, no logra entrar en  la realidad. Tiene la boca seca como de ceniza y arena.
—¿Quiere que le traiga un tecito? —la voz de Lily le llega como a través de un túnel.
—No, es temprano, no tengo ganas. Anda a seguir con tus cosas, en un momento se me va  a pasar el aturdimiento e iré a la cocina.
La joven se aleja y ella queda tratando de interpretar su sueño. Acaricia con la mirada los muebles, los cuadros con las cara queridas que ya no están, y va tomando conciencia de su mundo actual.
¿Cómo puedo soñar con tanta fidelidad el pasado —se pregunta—  ver el barrio, la casa… las tías?  
Toma el bastón y  se acerca a la ventana. Sobre la calle Echeverria, cerca de la Avenida  Cabildo, el sol ilumina  el jardín y los jazmines comienzan a perfumar la mañana.

                                                                                                         






28 comentarios:

Campirela_ dijo...

Que bonita historia nos has dejado , hay que ver lo que la vida nos da y nos quita , ella misma se ve joven en esa habitación sus pesadillas le devuelven a una realidad .
Me gusto mucho como narraste la situación .
Un fuerte abrazo y feliz semana.

Susana dijo...

Yo tambiën tengo sueños muy reales. Me he visto reflejada. Un beso

Gladys dijo...

Así es la vida como este maravilloso cuento amiga, los recuerdos quedan tan dentro de nosotros que en los sueños podemos ver la realidad,una historia muy bien escrita como siempre me da gusto volver a leer tus cuentos querida amiga. Besos de colores.

lanochedemedianoche dijo...

Me recuerda tantas noche de sueños, noches pobladas de recuerdos, insomnio y recuerdos que vuelan como papeles escritos en desorden al salir del colegio, que grato fue leerlo María Rosa gracias, la vida vive en cada lugar de encuentro.
Abrazo

Rafael dijo...

Es un bonito relato, felicidades.
Un abrazo.

Rafa Hernández dijo...

Si algunos sueños de esos tan majos se cumplieran, sería una bendición; pero lo bueno pocas veces se cumple o se hace mucho de rogar.

Abrazo.

José A. García dijo...

La memoria juega con nosotros todo el tiempo.
Excelente relato.

Saludos,

J.

Trini Altea dijo...

Bonita historia, precioso relato.
Que tengas buen mes de septiembre

Ester dijo...

La complejidad de los sueños has sabido exponerla como un relato precioso, me has hecho pensar que leía el principio de una novela. Un abrazo

Rafael Humberto Lizarazo Goyeneche dijo...

Un giro inesperado y un final algo triste, pero así es la vida para muchos... llena de recuerdos.

Un abrazo.

Sandra Figueroa dijo...

Linda historia....hay personas que viven intensamente en sus sueños el pasado....y aveces hasta el futuro se nos revela en ellos. Saludos

Joaquín Galán dijo...

Ay,el tiempo,ese ente invisible que todo lo devora.
Leyendo tu relato de hoy,he sentido el paso implacable del tiempo mientras nos pone a todos en el lugar que nos corresponde a la vez que va matando los sueños que un día nos ilusionaron.

Un relato realista y,por tanto,con ese halo de tristeza que posee siempre lo real.

Un abrazo

El Baile de Norte dijo...

Bonita historia, cargada de recuerdos de la que me ha gustado especialmente ese final inesperado,... esa fusión entre el pasado y el presente, los sueños y la realidad. Feliz semana!

Franziska dijo...

muy buen relato con esa sorpresa final que nos deja intrigados y tratando de comprender el drama que vivieron esas mujeres entre las paredes de su casa. Parece que algunas personas nunca pudieron escapar de las circunstaanxcias adversas. Gracias por tus comentarios en mi blog. Un abrazo.

Margarita HP dijo...

Esos sueños que nos devuelven retazos de aquello que tan lejos quedó.
Me ha encantado María Rosa, como siempre. Tienes una sensibilidad especial a la hora de escribir. ¡Muchos besos! :D

Mavi dijo...

Bonito relato. Volveré por aquí. besos

Mª Jesús Muñoz dijo...

La memoria mezcla todos los tiempos y en ese momento de la vejez todo se confunde...Regresamos poco a poco a la niñez...Lo has expresado de forma magistral, María Rosa.La nostalgia de Isabel nos ha llegado a todos. Precioso relato, amiga.
Mi abrazo y mi cariño.

Mirella S. dijo...

Los sueños que son como ventanas que se abren al pasado, a veces tan reales, otras desfigurándolo.
Menos mal que Isabel tuvo a la tía Clarita que supo darle tanto amor.
Me gustó mucho, Mariarosa, siempre con tus toques poéticos.
Besos.

Ernesto. dijo...

Una entrañable historia, entretenida, con el buen hacer del relato.

Abrazo Mariarosa.

Mari-Pi-R dijo...

Cuando se sueña así es uno feliz poder pasar por la realidad de un pasado.
Me ha encantado tu cuento, precioso, un abrazo.

Trini Altea dijo...

Qué bien se te da escribir.

Adelina dijo...

Qué bonito escribes!! es precioso el relato, me ha encantado, además es muy ameno.

Muchos besos.

VENTANA DE FOTO dijo...

De vuelta de mis vacaciones, regreso poco a poco a mi rutina diaria.
Muy bobita la historia que has contado y que he leído, con la máxima atención.

Besos

Flor dijo...

Hola María Rosa , un relato muy emotivo , recordar los tiempos de juventud , de ver la casa de ver a sus tías , siendo ella una anciana , me a gustado mucho tu relato , te deseo una feliz tarde besos de flor.

Boris Estebitan dijo...

Un relato genial, se me hizo nostálgico.

Carlos Augusto Pereyra Martínez dijo...

Qué buen juego con el tiempo y el sueño, donde todo puede ser realidad, así el tiempo nos orille a edad provecta. UN abrazo. carlos

Meulen dijo...

Sucede a veces que no hay edad perfecta para seguir soñando
reviviendo lo realmente que ha sido significativo y aún lo es
de ese dulzor y amargor se nos hace la vida...es un desafío vivir

Monica -Abran dijo...

Hermoso cuento. Como todo lo que escribís y publicas en esta pagina. Realmente te admiro mucho.,

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