domingo

Más allá de la memoria.




La vida nos va llevando por diferentes caminos y quién sabe por qué, hace algunos años conocí a  Delfina Duraven.
¿Quién era?
Una idealista, un ser firme en sus convicciones políticas, de las que yo nada entendía.
Militante de Perón y fiel a la causa. Se ganó el respeto de sus compañeros, y en la época en que la conocí, ya anciana, pasaba los ochenta y cinco, intentaba sobrevivir dignamente.

La dureza de su mirada, que me intimidó al conocerla, se fue aflojando pasados los primeros días. Resultó un ser tierno, aunque trataba de ocultarlo.

Su casa era antigua y amplia. Algo llamó mi atención; en todas las habitaciones, había retratos de una joven. Siempre fui  reservada, así que nunca pregunté quién era. Un día ella  me descubrió mirándolos.
—Es mi hija —dijo.
—Es muy bonita —fue lo único que atiné a decir.
—Falleció hace muchos años —al decirlo frunció la boca en un gesto que no comprendí—. Otra mártir de la política argentina.
No dijo nada más.

Una  mañana de lluvia y mientras le cebaba mate, me dijo:
“Durante los primeros años de la década del 50, fui secretaria y algo más, de un ministro de Perón, del cual no voy a decir su nombre. Al caer el gobierno en el 55 debimos escapar, él, con su esposa viajó al Uruguay, y yo, embarazada, me refugié en Pilar en casa de una tía. Allí nació Claudia. Pasados unos años, las dos regresamos a la ciudad. La vida no fue fácil, pero mis compañeros del partido me consiguieron trabajo, me dediqué a criar a mi hija y a trabajar duro”.
Hizo silencio y no volvió a hablar del tema, hasta que una tarde mientras caminábamos bajo un sol cansado que se iba perdiendo tras los árboles del parque, volvió como la vez anterior a leer en  el libro de su memoria. Entramos  en la casa, la noté muy pálida, pero al ir narrando trozos de su vida, pareció renovarse y los colores volvieron a su cara.
—“En la década del setenta, Claudia integraba un grupo que se oponía al gobierno. Los amigos de ella, buscados por la policía, estaban escondidos en una vieja casa en las afueras de Villa Ballester. Ella hacía guardia, cuando vio detenerse un coche Falcón. Los habían cercado. Claudia hizo frente a los del comando, disparaba para contenerlos,  mientras sus compañeros escapaban por los terrenos del fondo. Mi hija murió en ese enfrentamiento, tenia veintitrés años”.
No supe que responder. Delfina quedó en silencio y de pronto, como sacudiendo los recuerdos dolorosos, me dijo:
—Anda hacer un café bien caliente que tengo frío.

Delfina era muy personal, cuando la acompañaba al médico, quería entrar sola. Yo quedaba en la salita de espera. Un día, mientras aguardaba,  la secretaria del doctor, comentó:
—Que personaje es la señora Duraven,  ¿verdad?
—Si —respondí— en el corto tiempo que la conozco he aprendido a quererla, es muy valiente con todo lo que ha sufrido.
—Es cierto, no se merecía la hija que tuvo.
Quedé muda. Algo no estaba bien en el comentario.
—¿Habla de Claudia? —pregunté.
—Sí, su única hija. Defina nunca supo la verdad, pero hace pocos años, uno de sus camaradas dejó testimonio en su libro de memorias de la traición de Claudia Duraven. Ella vendió  a sus compañeros, por eso logró escapar a Europa. La vieja sigue creyendo que su hija fue una mártir y ella ha sido tan digna, que ninguno se ha animado a decirle la verdad.
Las palabras de la secretaria y lo que Delfina me había contado no tenían ninguna analogía.
—¿Dónde vive Claudia actualmente —pregunté.
—Está radicada en Francia.
En ese momento se abrió la puerta del consultorio y apoyada en su bastón apareció Delfina. Debió notar algo raro en mi cara porque me preguntó:
—¿Y a vos que te pasa, estás más blanca que un papel?

No volví a tratar el tema de la hija y si ella intentaba dialogar, cambiaba de conversación, temía traicionarme con algún gesto.
Una tarde se descompuso y mientras esperábamos al médico y ante mi asombro me dijo:
—De ésta no me salvo y no quiero que le avisen a mi hija.
Quedé boquiabierta como una tonta, ella me palmeó la mano y dijo en un suspiro:
—Yo sé la verdad, fingía, para sobrevivir a tanto sufrimiento y vergüenza. Quiero que mañana juntes las fotos de Claudia, hagas un pozo en el parque  y les prendas fuego, luego los cubrís con tierra, así quedará definitivamente enterrada.
Esa noche Delfina murió.

La misión fue cumplida. Sobre los restos de los retratos planté un rosal, para que el perfume de sus flores y su belleza, borren tanto padecimiento.



23 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy interesante, dolorosa y triste como otras tantas que se cuentan y aún se podrían contar más.
Valiente fue Delfina, con la vida que le tocó pasar.
Hemoso detalle plantar un rosal, que llene de belleza tan malos recuerdos.
Un gran abrazo y nos leemos a mi regreso.
Ambar

Bertha dijo...

Y es que lo que una madre no intuya; en este caso Delfina supo mantener las formas.

Un abrazo feliz semana.

José A. García dijo...

A una verdadera madre no se la puede engañar ni mentirle...

Saludos,

J.

Carmen Silza dijo...

Plantar un rosar en el corazón para aliviar la vida, una madre llega antes al lugar, y nadie se da cuenta de su presencia pero está ahí, sin escapársele nada... Es un placer siempre leer tus escritos querida María Rosa.
Gracias por ser y por estár.
Feliz semana.
Abrazossss!

Ernesto. dijo...

Más allá de la memoria suele radicar la realidad... Que no siempre somos capaces de manejar.

Una historia natural bellamente relatada.

Y un florido rosal...

Un abrazo, Mariarosa.

Mirella S. dijo...

Una historia que es reflejo de la del país, con sus secretos y oscuridades.
Como siempre muy bien relatada y con un final purificador y poético.
Besos, Mariarosa.

lichazul dijo...

hermoso y doloroso relato Mariarosa
si bien es ficción , nuestros pueblos comparten historia muy similar
épocas tétricas muy oscuras
cuyas respuestas con los años no llegan
paraderos que no se encuentran
lazos que no se unen
seguimos escarbando la memoria
intentando reconstruir familias
pero la fragmentación fue profunda
acá aún con la ilusión de un triunfo, lo que oculta la alfombra
sigue molestando

abrazo

Gladys dijo...

Un relato triste como tantos que hay en el mundo por culpa de la política mal comprendida, como siempre es un placer leerte amiga siempre tus historias son increíbles.

Besitos de colores que tengas una hermosa semana.

Rosana Martí dijo...

Hay muy poca gente que diga una verdad absoluta, la historia de nuestra vida la esconden por miedo y respeto a una persona integra que bajo sus ideales hizo lo que buenamente supo y pudo en ese momento.

Besos.

Tatiana Aguilera dijo...

Precioso relato, no sé si ideado de tu poderosa imaginación o nacido de alguna historia real. Lo que si queda claro es que una madre siempre sabe la verdad. Puede maquillar la realidad para sobrevivir, pero en el fondo del alma sabe lo que sucede con los hijos. No en vano han nacido del vientre materno.
Me gustó mucho querida María Rosa.
Abrazos.

TIGUAZ dijo...

Un bello y doloroso relato como cada uno de los que escribes, Rosa, la vida i la realidad en ocasiones se encuenetran tan distantes que dan miedo. Mi admiración y todo mi cariño.

Abuela Ciber dijo...

Cuantos seres perdidos en aras de idearios.
El mundo plagado de madres dolientes
Cariños

Anónimo dijo...


Me gustó mucho el relato,...porque se halla impregnado de un contenido sumamente humano,donde se pueden destacar hechos y actitudes de gente que sin duda obrarían de esa manera.
La mente humana puede tomar cien caminos distintos, pero habitualmente toma el camino que obedece a su idiosincracia. También podríamos denominarlos códigos de conducta. Como es habitual en esta escritora,...unas joya.!!! Saludos Juan Ángel Petta

Mª Jesús Muñoz dijo...

Impresionante esa mujer, que quería recordar a su hija muerta por defender sus ideales...Una madre ama sobre todas las cosas a sus hijos, es capaz de perdonar y dar la vida por ellos a pesar de todo...Tu historia me ha conmovido por la claridad, la fuerza y la dignidad humana que nos muestra, Maria Rosa.
Mi abrazo inmenso y gracias por tu cercanía siempre entrañable.
M.Jesús

el oso dijo...

Me quedé alelado. ¡Qué buena historia y qué bien contada! Felicitaciones.
Besos

cachos de vida dijo...

Vidas interesantes, y mucho más contadas por una gran narradora como tú.
Feliz mes de julio y feliz fin de semana.
Un abrazo.

Franziska dijo...

Muy buen relato. Sorprendente. Ha sido un placer leerlo.
Saludos cordiales. Franziska

María Socorro Luis dijo...


Interesante y sorprendente. Cuantas falsedades que oculta la historia ...

Como siempre un placer.

Carlos Augusto Pereyra Martínez dijo...

La condición humana, puesta también el el actuar político, donde se dan de manera frecuentes las traiciones. Un abrazo. Carlos

Elda dijo...

Una bella e impresionante historia que me ha llevado enganchada desde el principio del relato, y contada de una forma maravillosa.
Mis felicitaciones por tu bella narración Mariarosa.
Un abrazo.

Entre palmeras... dijo...

Un relato que llega a las fibras más sensibles del ser, una madre y el dolor de haber perdido una hija en el deber cumplido, su imágen en el orgullo del ser que ha dado a su tierra, una madre que esconde en el alma su verguenza y la mentira pintando el negro de la verdad.

Me ha dejado con el pecho apretado, porque qué no sabe una madre, qué...

Gracias Mariarosa por tu visita y me quedo por tu casita

Saludos

Meulen dijo...

De ficción a un a realidad...que de eso pasó mas de una vez
...
pero una madre es una madre

y en ese gesto de enterrar , al fin ella con eso se lleva todo el dolor y la vergüenza

besos.

Marina-Emer dijo...

todos los dramas son tristes y mas si hay una madre en el...en la realidad de la vida hay parecidos a este tan doloroso
besos
Marina

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