miércoles

Los antiguos.


 


El viento soplaba con fuerza, levantaba nubes de polvo que dificultaban la visión, era una cortina gris doblando árboles y elevando bolas de pasto y abrojo como naves sin destino.

Desde la ventana, Ricky observaba el espectáculo que creaba la calle de tierra, tan diferente a su casa de la ciudad, de pronto preguntó a su madre:

—Qué hacemos en esta casa?

—Ricky ya te lo expliqué, vinimos a cumplir la última voluntad del abuelo Juan, traer sus cenizas y dejarlas en su pueblo, aquí nació, y vivió hasta que debió ir a la ciudad por la falta de trabajo…

La madre continuó explicando ante los ojos incrédulos del chico.

—El abuelo quedó huérfano muy pequeño y lo crio un grupo de indios que en ese entonces habitan en este pueblo, ellos le inculcaron sus creencias, él trató de respetarlas siempre que pudo, al morir quiso que sus cenizas descansaran en las montañas que lo vieron crecer.

La madre acariciaba la cabeza de Ricky mientras hablaba, pero el niño no parecía convencido por el relato de su madre.

—¿Y cuál es la diferencia de que las cenizas estén aquí, o en el cementerio de nuestra ciudad?

—La diferencia está en las creencias del abuelo, las que debemos respetar, por eso estamos aquí, está tarde llevaremos las cenizas a la montaña y allí las dejaremos.

—¿Y qué va a pasar luego?

—Las cenizas van a quedar allí, pero el alma del abuelo será llevada por la nave de los seres buenos a un mundo diferente donde volverá a ser él, un ser feliz y se encontrara con los hermanos de raza que lo han precedido y que ya descansan en paz.

—Es difícil de entender…

Ricky se abrazó a su madre, quedaron en silencio, volvió a preguntar:

—¿Una nave lo va a venir a buscar? No creo nada de esa historia mamy…

—Eso dice la leyenda, eso creía el abuelo y debemos respetarlo.

 

Al atardecer salieron rumbo a las montañas cercanas, el viento los empujaba con fuerza y las hojas del otoño volaban y acompañaban su andar.

—Mamy tengo frío…

La madre quiso ponerle el poncho que había pertenecido al abuelo y que llevaba en la mochila, Rocky no quiso.

—No me gusta…es viejo… -dijo con fastidio.

Él caminaba tomado de la mano de su madre, a sus diez años toda aquella situación le resultaba incomprensible.

—Falta poco, estamos llegando —dijo la mamá para darle ánimo.

Una vez en la montaña dejaron el cofre con las cenizas en un hueco de la roca, quedaron un rato en silencio y luego bajaron lentamente, el viento había cesado, apenas una brisa los acompañaba.

Después de cenar prepararon las mochilas para partir a la mañana siguiente.

Rocky no lograba dormir, se acercó a la ventana, tras los cristales observó como nuevamente el viento levantaba nubes de polvo sobre la calle de tierra, sin embargo, el cielo era claro, iluminado por una luna enorme que bañaba de luz; calle y campo.

De pronto como salida de la nada, una nave con las velas infladas al aire, se recortó contra la luna, quedó atónito ante el espectáculo, quiso gritar llamar a su madre y no pudo, estaba paralizado, mudo ante semejante visión, en segundos, la nave se fue perdiendo de su vista.

Por la mañana, su madre lo encontró durmiendo en el sillón y cubierto con el viejo poncho del abuelo.

 

 


 

5 comentarios:

Campirela_ dijo...

Los deseos que nuestro antepasado hay que cumplirlos y el abuelo era sabio. Aquel pequeño aprenderá con el tiempo sin duda alguna.
Leyendas, pero tal vez sean verdad.
Un besote.

Rafael dijo...

También destila ternura este cuento que nos dejas. Gracias.
Un abrazo.

Alfred dijo...

Tierna, emotiva y sorpresiva historia.
Un abrazo.

Ester dijo...

Una historia tierna que acaba convenciendo a todos, y nos avisa de la importancia de cumplir los deseos de quien muere sin juzgarlos. Un abrazo

Cabrónidas dijo...

Suelen ser más respetables las últimas voluntades de los muertos que sus creencias en vida.

Los antiguos.

  El viento soplaba con fuerza, levantaba nubes de polvo que dificultaban la visión, era una cortina gris doblando árboles y elevando bola...