domingo

El cuarto cerrado.


 


Me molestaba tanto secreto. Mi trabajo como gobernanta de esa enorme casa desgastaba mis nervios, debía luchar con la cocinera, la planchadora y las señoras de la limpieza, agregado a todo eso, el misterio que la dueña de casa, la señora Olga, había creado con uno de los cuartos del piso superior. Nadie podía entrar allí ¿el motivo?

Nadie lo sabía y ella no lo aclaraba. Las historias que el personal tejía sobre esa habitación, me provocaban risa, cada uno inventaba ruidos, voces y sonido de cadenas que solo figuraban en su imaginación. Claro, también yo estaba intrigada y muchas veces pensé en abrir ese cuarto, sabia, dónde la señora Olga guardaba la llave, entrar y ser descubierta, sería perder mi trabajo y eso no me convenía.

Una tarde,  una fuerte tormenta, había oscurecido el cielo y el viento golpeaba con furia los cristales, subí a cerrar la ventana del pasillo y noté una luz  por debajo de la puerta de la misteriosa habitación, ese reflejo mostraba la sombra de pasos que se movían, la sorpresa me dejo inmóvil, temblaba; en la casa a esa hora solo estaba yo, la señora Olga no había regresado del trabajo, faltaba cerca de una hora para su llegada, me hice de coraje, fui a buscar la llave y abrí,  un aire frío flotaba en el ambiente, me estremecí, recorrí el cuarto, no había ventanas ¿de dónde se proyectaba la luz que vi bajo la puerta?   Nada extraño descubrí, solo una cómoda con un extraño jarrón japones, un escritorio, una netbook abierta y escrito en su pantalla: “No seas curiosa Martina.” No tuve dudas de que ese mensaje era para mí, retrocedí turbada y al hacerlo, tropecé con la cómoda, el jarrón se inclinó, lo sostuve y allí descubrí que no era un jarrón, era una urna mortuoria, el miedo del primer momento se transformó en espanto, los pasos que advertí bajo la puerta… ¿pertenecían a un fantasma? Gruesas gotas de transpiración bajaron por mi nuca y se deslizaron por mi espalda, se nubló mi vista y una risa que parecía salir de las paredes aumentó mi terror, salí, cerré con llave y bajé corriendo las escaleras al momento que la señora Olga entraba, escondí la llave en mi bolsillo.

- ¿Qué le sucede Martina está blanca como un papel? -dijo mirándome sorprendida- parece que ha visto un fantasma…

No respondí. ¿Qué le iba a decir? Me callé el espanto y cerré mi boca y según me dijo la señora Olga, sonreí como una tonta antes de desmayarme y caer redonda al piso.




4 comentarios:

Conchi dijo...

Terrorífico relato María Rosa.

Abrazos.

Campirela_ dijo...

Qué bueno, me encanto. La curiosidad mató al gato, en este caso Martina casi le da un infarto. Un besote muy grande.

Elda dijo...

Hola María Rosa, un cuento estupendo con ese punto de magia y misterio que tú haces tan agradable para leer y sentir el suspense. Un gusto leerte.
Un abrazo y feliz semana

José A. García dijo...

Ningún cuento de hadas está completo sin su dosis de prohibiciones a ser cuestionadas.

Saludos,
J.

El cuarto cerrado.

  Me molestaba tanto secreto. Mi trabajo como gobernanta de esa enorme casa desgastaba mis nervios, debía luchar con la cocinera, la planc...