Jacinta no tenía vecinos. Su vivienda, encallada, lejos de la zona comercial y poblada de Pilar,
era un paraje rodeado de pinos y eucaliptus; solitario y misterioso a la vez.
Sus amigas, las pocas que
recuerdo haber visto en su casa, ya habían pasado a mejor vida y la tía feliz
en sus noventa y cinco, seguía encaprichada en no dejar este mundo.
Pero lo peor, eran los gatos, esos bichos que circulaban por los cuartos
y sembraban a su paso un olor
nauseabundo y de los que nunca llegué a saber cuántos eran, siempre aparecía uno nuevo. Los
ojos de esos animales destellaban con una luz anaranjada que por momentos se tornaba rojiza y los hacía
diferentes a otros de su misma especie. Cuando sus miradas se fijaban en mí, resultaban turbadoras.
La tía solía pasar sus días sentada en un sillón de respaldo alto y mullido,
en el que parecía una emperadora obesa y desde donde vigilaba el movimiento de
sus felinos. Dos de ellos eran sus preferidos, macho y hembra, negros como la
noche más oscura y los había bautizado: “Rey y Reina”. Cada uno llevaba un
collar dorado que los diferenciaba del resto, eran los emperadores de la casa.
Quien se encargaba de la abuela, de atenderla y organizar la casa: era
Babar. Un hindú alto y delgado, de piel
color de tierra y mirada acerada y penetrante, que solía aparecer de pronto
como brotado de las paredes y formaba parte del conjunto de rarezas que
rodeaban a Jacinta. Cuidaba de los gatos con el mismo detalle que ponía en la
abuela.
A Babar lo encontraba siempre
prolijamente vestido con un dhoti blanco, su barba enrulada y grisácea
le daba un aire de santón. Vivía atento de que a
Jacinta nada le faltara, creo que la veía como a una madre sagrada, y
con ese amor y respeto la cuidaba. Se deslizaba silencioso, su
presencia imponía respeto a los animales, quienes ante un gesto suyo
desaparecían. Rey y Reina, no, ellos eran su propia autoridad.
Cuando Jacinta enfermó, sólo admitía la presencia de Babar a su lado y el único alimento que aceptaba, era un potaje a base de leche y semillas. Con
su paciencia, conseguía que ella se
alimentara. A pesar de que no me caía simpático, debí agradecerle al hindú, el
amor con que trataba a Jacinta.
La tía falleció una tarde de marzo y, antes de morir, decidió que Babar se hiciera cargo de su cremación, de llevar sus cenizas a Camet y dejarlas caer en el mar,
ese sería su reposo final.
Babar cumplió el pedido y regresó diferente del viaje, su mirada enrojecida
demostraba lo triste que estaba y unos meses después, desapareció sin dejar rastro. No lograba entender
qué había sucedido. Buscando algún detalle que me diera una idea sobre su ausencia,
entré en su habitación, no hallé carta ni mensaje, me sorprendió el desorden.
La cama deshecha, sillas caídas, y ropa dispersa por el piso, pensé que allí se
había desatado una batalla. A un costado
de la cama, encontré la camisa de su dhoti; al levantarla, vi que la tela
estaba hecha jirones y cubierta de sangre, demasiada sangre para pensar en un
accidente hogareño. Llamé a la policía. Llegaron varios uniformados, quienes dieron vuelta la casa buscando alguna prueba
que aclarara qué le había sucedido a
Babar y sólo encontraron más manchas de sangre
en el patio de atrás, a Babar no lo hallaron. Lo buscaron fuera de la
casa, se rastrilló la zona y el arroyo Burgueños que corre cercano y nada encontraron. La policía dudaba de que
estuviera muerto, ya que nada confirmaba esa teoría. Seguramente —dijeron— se fue por su voluntad. Sobre la
camisa, nadie me daba una explicación.
Mi teoría era otra; pero cómo decírsela a la policía, sin que me creyeran loca. Estaba segura, de que los dos gatos del collar dorado y sus
amigos, habían dado muerte a Babar.
La disputa por el territorio, a partir de la muerte de Jacinta,
había sido el motivo. ¿Qué lazo
se había quebrado entre ellos, para que asesinaran a Babar? ¿Y el cuerpo?
Pasaron varios meses y no me olvidé de Babar, cada tanto volvía a
visitar al fiscal para pedirle que no abandonara el caso. Contraté a un
investigador privado y nada encontró. El
hindú terminó siendo un misterio que se cerraba en su propia oscuridad.
Una tarde en que caminaba por el angosto
sendero que bordea el Burgueños, descubrí sobre la tierra algo que brillaba, era un anillo, lo tomé en
mis manos y lo reconocí; era de Babar. Estaba impecable, como si alguien
recién lo hubiera dejado en ese camino.
¿Sería una señal, señal de qué? Miré al alrededor, me acompañaba una inmensa soledad y silencio. Tuve miedo.
¿Quién se estaba burlando de mí, o me estaba amenazando, dejando una muestra de
lo que se puede hacer sin ser descubierto?
Asustada de ver que los gatos en la vieja casona se multiplicaban al
punto de que ya no podía entrar, los muy malditos me rodeaban amenazantes cada vez que abría la puerta,
decidí terminar con ellos.
Vendí la casona a una
inmobiliaria, tiempo después me enteré de que la habían tirado abajo, levantarían allí un supermercado.
El tiempo pasó, los felinos desaparecieron; pero cada vez que veo un
gato, no puedo evitar el mismo estremecimiento que recorría mi espalda al entrar en la casa de la
tía Jacinta.
Debe ser mi imaginación, pero aquellos gatos sembraron el terror en mi
vida, por las noches, escucho sus maullidos, sé que son ellos y veo sus ojos entre naranja y rojo que aparecen en una
ventana, luego en otra, es una amenaza que parpadea y luego desaparece. Por las
noches no consigo dormir, los huelo, los escucho, me están volviendo loca… o ya
lo consiguieron…
17 comentarios:
Es terrible. Yo tengo un gatito adorable. Un beso
Me gustan los gatos, pero debo de reconocer que todo en su justa medida, no una manada ni de gatos ni de ningún otro animal doméstico.
Un cuento muy bueno, no me extraña que a la protagonista le dirán miedo, los gatos son muy territoriales y celos de sus amos.
Quién sabe lo que le harían al mayordomo de Jacinta.
Un besote grande.
Cuánta tensión generan esos gatos Que bien vostruyconstruyes ese talante de animadversión contra estos felinos. Un abrazo. Carlos
Es un placer detenerse en tus relato, felicidades.
Un abrazo.
La verdad es que, leyendo tu relato da un poco de miedo o yuyu estar rodeada de felinos, pero yo no puedo mas que disfrutar de tu historia y de mis Michis, tengo dos y son adorables 🥰 Muy buena historia, María Rosa.
Mil besitos con cariño y feliz día ❤️
Uy me dio miedo. Te mando un beso.
Estoy con los pelos de punta ahora que me entero de esta historia terrorifica... estoy mirando de reojo a mi gato amarillo, es temperamental y me esta mirando fijamente... voy a dormir con un ojo abierto.
Fuera de bromas, la historia me parecio espectacular, original y enigmatica.
Besos, feliz noche ⭐ 🐈
Tuviste una idea magnífica, las grandes constructoras no se andan con chiquitas. La pena de tu relato, es que nos quedamos sin saber, que le ocurrió al "desaparecido" Babar.
Historia bien contada, como acostumbras.
Besos.
Un relato muy bien hilado , que conocía, me da cosa por decir lo menos...los gatos a mi nunca me dan confienza y eso que me crié con esos animlaes aunque yo nunca he tenido uno , menos tendré un gato ,los encuentro a veces divertidos,me gusta dibujarlos ...pero nada más...Hay cosas que me gusto del escrito cuando dices que el cuidador aparece como atravezando paredes ...no se habrá ido así?
Historias se saben y muy macabras de la empírica verdad que gatos se han comido a sus amos, supongo en el extemo del hambre...por eso de la tenencia responsable de los animales...
Bueno , estimada, espero estés bien.
Un abrazo.
Amo profundamente a los gatitos. Pero, no imagino una casa llena de ellos. Uno es suficiente.
En todo caso, has construido un relato magnífico en donde el miedo va creciendo.
¡Vaya uno a saber que le sucedió a ese hombre! pero, en lo que a mi respecta, no creo que hayan sido los gatos.
Abrazo
Que tengas un lindo finde
Tu relato misterioso nos deja intrigados, María Rosa. Los gatos son protagonistas, junto a Babar. Debo decir que aportas gran realismo a la historia, que paso a paso llega al clímax, cuando la dueña de la casa, después de haberla vendido, tiene sueños y presencias de los gatos y se pregunta si no se habrá vuelto loca...Lo cierto es que los gatos son animales enigmáticos y misteriosos...Yo tengo algunos en la terraza de casa.
Te dejo mi abrazo entrañable y admirado por tus magníficas historias, amiga.
Sonrisas...
A mí también se pasó estremecimientos...
Mi relación con los gatos es complicada...
Una historia muy interesante, la casa solitaria me llamó la atención de principio al fin.
Aplaudo tu talento y creatividad.
Buen verano, escritora. Mi abrazo.
~~~~~~~
Qué buen relato, el misterio que contiene también lo tienen los felinos...
Un abrazo
Nada peor que un gato, o una manada de ellos, malcriado y caprichoso, en efecto, son capaces de cualquier cosa.
Saludos,
J.
Hola Mariarosa, cuanto suspenso en tu relato. Siempre he tenido una relación distante con los gatos,nunca me animé a tener uno en casa. Que pena la desaparición de Babar, queda en el misterio.
Abrazo!
Un relato muy bien expuesto con intriga y suspense.Y con la añadidura final de dejar en el aire el misterio de una desaparición. Yo no tengo ninguna duda de que los asesinos de Babar fueron los gatos, pues en manada son capaces de todo. Ahora bien, tuvo que existir un cómplice para llevar a cabo la desaparición del cadáver, lo cual le da un grado mayor de misterio al asunto.
Un abrazo, Maeiarosa.
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