Cuando nació Faustino Gamboa, su madre ascendió
a los cielos con un suspiro, le dejó en la frente un beso, mientras que su
padre lo maldijo por ser el culpable de que su mujer amada perdiera la vida. A
partir de ese día la abuela materna se hizo cargo de él, no lo hizo por amor,
fue por el qué dirán.
Creció solitario y salvaje como los yuyos del campo
y según decía su maestra; muy inteligente con los números y gran lector de libros que pedía en la biblioteca del pueblo.
Así fue creciendo…
Trabajaba en la estancia de los Galindez,
era especialista en trasquilar ovejas,
su cuerpo sabía del duro trabajo, del viento sur y las bravas nevadas
El mes de julio llegó con viento y el frío se
había encaprichado con el pueblo, nadie se animaba a salir, el peso de la nieve
doblaba los árboles y los peones de la estancia se reunían en el galpón a tomar
mate, rodeando un fogón que apenas templaba el ambiente.
Una tarde dejó de nevar y Faustino cansado del
encierro escapó buscando llegar hasta el lago, lo halló congelado, el paisaje
natural y hermoso, suavizó su rabia por tanto encierro. De pronto un gemido lo
sacó de su embelesamiento y lo llevó hasta un recodo del sendero, era una mujer,
que recostada contra un tronco de pino apenas lograba articular palabra, el
frío la había agotado y respiraba con dificultad, la levantó y emprendió el camino
a la estancia. Cuando estaba llegando un grupo de hombres le cruzó el camino, era
el patrón Galindez y sus hijos, se acercaron y al ver a la mujer desmayada,
increpó a Faustino:
—¿Que le hiciste Bruto?
—Nada, la encontré al borde del lago…
Galindez la tomó en sus brazos y sin decirle
gracias se alejó seguido por sus dos muchachos.
Pronto se corrió la voz que Faustino había salvado de una muerte segura a
la hija del patrón. Ni Galindez ni su esposa le agradecieron el gesto.
De la muchacha nada se supo, se comentaba que
estaba enferma y vivía encerrada hasta que cambiara el tiempo y la primavera
caldeara el clima.
Los días comenzaron a cambiar, agosto se llevó
la nieve, pero el frío seguía firme.
Terminada la tarea del día, Faustino se
encontraba solo en el galpón trenzando cuero, cuando apareció la hija del
patrón, ella sonreía, Faustino quedó mudo, casi paralizado la miraba asombrado,
tan blanca y frágil que hubiera podido desaparecer en el instante, era casi
inmaterial, ella se acercó y él continuaba mirándola con asombro.
—Quiero agradecerle que me salvó de una muerte
segura.
La voz lo quitó de su fascinación, no pudo
responder, no sabía que decirle.
—Mi padre y mis hermanos me buscaban y solo
usted me encontró… Gracias.
Ella comprendió su turbación y le dijo tuteándolo:
—Me escapé de la casa para agradecerte, es
seguro que mis padres no lo hicieron.
Él intentó una sonrisa que solo fue un rictus
sin forma. Se abrió la puerta y Juan, uno de los hermanos apareció recortando
su figura contra el resplandor de un sol débil y de forma altanera le dijo a su
hermana:
—Alma qué haces acá, sabes que no podes salir
con tanto frío.
—Ya me iba, solo vine a saludar y agradecer a
Faustino.
Con un gesto soberbio agarró a su hermana de un
brazo y la llevó afuera, antes de salir le dirigió una mirada de fastidio que
Faustino ignoro.
A partir de ese día y cuando Lucas y Juan no
estaban en la casa, Alma escapaba de su
encierro, llegaba al galpón y conversaba con Faustino, a veces pocos minutos por temor, pero cuando ellos
viajaban a la capital, solían pasar las tardes hablando de los estudios de ella
o del trabajo de él.
Algo había en Alma que lograba que Faustino
renovara esa veta de ternura que llevaba escondida en su interior, tal vez, el afecto
que su madre le dejó con aquel último suspiro, era otra persona cerca de Alma,
no entendía el motivo, pero le alegraba el día con su presencia.
Alma debió regresar a la ciudad, la tristeza en
los dos era enorme, fue ella la que lo abrazó y se quedó entre sus brazos, solo
le dijo:
—Te quiero y voy a volver.
Faustino sabía que eso era imposible, un
campesino bruto no se puede enamorar de la hija del patrón, debía olvidar la
promesa de ella.
Pasaron años, el patrón murió, los Lucas y Juan se fueron del país y Faustino quedó como
administrador de la estancia.
Fue uno de los peones el que le dijo:
—Parece que la señorita Alma viene a instalarse
en la estancia…
—¿Viene sola? —preguntó.
—Aja… quiere instalar un consultorio para niños,
es médica.
El administrador y la médica se encontraron.
Había que acomodar algunas salas de la estancia
para el consultorio y la sala de espera.
Los dos habían
cambiado, ella no era el ser inmaterial y pálido que Faustino había conocido,
ni él, el bruto, criado entre animales. Faustino no podía evitar el galope de
su corazón al verla, ella parecía ignorarlo, lejana y preocupada por cada
detalle del consultorio.
El invierno llegó crudo, con nieve y un brote de
gripe que logró que las salas de la estancia se convirtieran en un improvisado
hospital infantil, Faustino fue un ayudante inesperado ante la crisis.
La noche traía la calma y el descanso, Alma
solía dormirse sobre el escritorio, por la mañana Faustino le aproximaba un
café y las galletas que alguna mamá acercaba muy temprano.
Pasó el invierno. Llegó septiembre y el sol
barrió la fiebre y la tos de los pequeños, la estancia siguió siendo el
hospital infantil del pueblo y Alma comenzó a mirar con otros ojos a su
enfermero improvisado.
Fue ella la que lo invitó a llegar al lago. El
sol brillaba y el agua había tomado un celeste verdoso, se detuvieron ante
tanta belleza, de pronto Alma señalo un gran ciprés y dijo:
—En aquel pino me encontraste y me salvaste la
vida, ¿te acordás?
—Claro que me acuerdo, tu padre creyó que te
había atacado…
—Mi padre y mis hermanos me veían como un ser
débil y algo tonta.
—Yo te veía como un ángel, tan pálida eras en
esos años.
—Siempre creí que estabas enamorado de mí…
Faustino intentó una sonrisa para disimular la
turbación que las palabras de Alma le causaron, como él guardó silencio, ella
prosiguió:
—Yo sí, me enamoré de vos.
—Cómo te vas a enamorar de un gauchito bruto.
—Nunca fuiste bruto, eso lo decían los demás,
pero yo vi que no lo eras —ella se detuvo, se volvió hacía él —sigo enamorada…
—Doctora no juegues conmigo…
—No juego, te amo.
Faustino creyó que la tierra se movía bajo sus
pies, quiso hablar y no lograba emitir palabra.
—¿Tu silencio quiere decir que no sentís lo
mismo?
La tomo de los hombros y la acercó a él, la beso
una y otra vez con tanta ternura que ella sonriendo exclamó:
—Me tenés miedo, tonto, te amo…
Regresaron abrazados mientras el sol se vestía
en el horizonte de colores grises y rosados.
A veces las flechas del amor tardan en llegar
porque Cupido se queda dormido, pero cuando se despierta cumple con su misión
de hacer felices a los mortales.
19 comentarios:
Qué linda historia , el amor me he emocionado ajajá. Lo cierto es que cuando algo debe de pasar aunque pasé el tiempo si ha de ocurrir ocurriría, solo hay que esperar.
Gracias por tan bonito texto.
Un besote grande.
Hermosa historia, por una vez, los buenos dentimientos se imponen.
Saludos.
De esas historias a veces hay y claro deben sostenerse en el tiempo
me pareció muy bello este cuento
el amor se manifiesta y de ello se cosecha lo mejor.
Abrazo.
Otro relato más que nos dejas con tu estilo, inconfundible, pero siempre lleno de interés y que atrapan. Felicidades.
Un abrazo y feliz fin de semana.
¡Pero qué preciosa historia de amor! Me encanta amiga mia, qué bonita. Besos :D
Una historia preciosa. Un beso
Las flechas acaban dando pero cuanto tiempo perdido pobre parejita. Un abrazo
Precioso relato, María Rosa. Me enamoré de tus personajes centrales. Es cierto que cuando Cupido se desata no hay quien pueda resistirse al amor.
Gracias por compartirlo.
Preciosa historia de amor María Rosa.
Magníficamente ambientada en una estancia patagónica.
Imagino que debes conocer alguna pues lo has contado de manera impecable.
Siempre es muy grato venir a visitarte y encontrarme con tus historias.
Va mi abrazo
¡Buen finde!
¡Que preciosidad de realto!, me he quedado suspendida en el con arrobo, delicadeza y ternura derraman tus letras querida, gracias por este hermoso rato mientras te leía y el regusto tierno que queda
Un abrazo
Ohhhh, que bella historia transitaron los personajes y no lo digo solo por el paisaje, tambien
es un hermoso relato de amor. El amor puede surgir en los lugares y momentos mas inesperados, siempre existe la esperanza de encontrar la felicidad! memorable historia, maria rosa.🤗
Que pases un bonito fin de semana.
Un placer leerte
y ver lo que eres
y cómo te sientes
Hola, M. Rosa!
Nos regalas un cuento precioso, de los que encienden sonrisas, tan entrañable, con esos personajes cuyos sentimientos superan cualquier circustancias...
Y tan bien contado....!
Un fuerte abrazo! :)
Un relato muy tierno con un final más que feliz.
Abrazos.
Siempre se teme lo que no se conoce.
Interesante narración.
Saludos,
J.
Cupido tardó pero llegó. Linda historia.
Buena semana Mariarosa
Un abrazo.
Un excelente relato de hechos reales en la vida.
Abrazo Mariarosa.
Vuelvo a leer esta preciosa historia mariarosa, y vuelve a dejarme ternura
Un abrazo
Por suerte, ella supo ser perceptiva.
Y dio el primer paso.
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