Hola amigos: hace poco se reinauguro en Buenos Aires el Teatro Regina y el encargado de la iluminación fue un familiar mio. Entre las sorpresas que le toco vivir fue que en el momento de retirarse, ya terminado el trabajo, él y sus compañeros escucharon voces en los camarines, fueron a ver y no había nadie, recorrieron el teatro y la soledad era total, solo ellos, pero el murmullo de voces seguía. No encontraron explicación lógica, hasta que al día siguiente la encargada les dijo que eran las voces del pasado, los fantasmas del Regina que flotaban entre sus paredes. Me recordó el caso, a un cuento que escribí hace varios años y que he renovado, aqui lo dejo.
EL TEATRO.
No me hacía feliz la tarea que me habían
encomendado, visitar el teatro Riera, encallado en un pueblo de la provincia de Buenos Aires.
Debía sacarlo de circulación, según
me habían dicho, era oneroso para la municipalidad. La gobernación intentaba recortar gastos no quería hacerse cargo de él. Demasiado
antiguo y demasiados problemas edilicios, así lo había declarado el Concejo
Deliberante provincial en su última sección.
Sólo el intendente me recibió con una
sonrisa, los empleados de la oficina municipal, me observaron con gesto desdeñoso, yo era el monstruo que
llegaba para devorar la joya antigua del pueblo.
El intendente me dejó en la puerta del
teatro, alegando una reunión muy
importante, comprendí que no deseaba encontrarse con la directora, que sería la
encargada de llevarme a recorrer las instalaciones.
La fachada
gris del Riera me predispuso mal, puertas remendadas, veredas rotas y una nostalgia que se adivinaba
en cada detalle. En el hall de entrada, una mujer de unos sesenta años me esperaba me tendió la mano con gesto
adusto.
—Soy Sarita Bermúdez Prieto, la directora
del teatro.
Hizo una seña para que la siguiera; Sarita
vestía con elegancia, estaba preparada para una noche de gala. En las paredes,
los afiches descoloridos mostraban los rostros de muchos actores del viejo cine: Tita Merello, Sandrini, Sarita Montiel…. y otros arrumbados
en la memoria del tiempo.
Mantenido con esfuerzo, el edificio del
teatro no daba más, el techo de chapa y
sus molduras quebradas admitían que los días de lluvia el salón principal se
convertía en un lago. Los camarines hacía tiempo no se usaban, en sus espejos
manchados por la infiltración de agua, nuestra imagen pareció retorcerse, salimos a
los pasillos y allí las paredes descascaradas mostraban la triste sonrisa de
sus ladrillos originales, el olor a humedad brotaba de ellos y me cerraba el
estómago.
—El teatro tiene más de cien años, fue
diseñado por un arquitecto alemán y construido con los mejores materiales del
momento, su acústica es perfecta; El gobernador debería ayudarnos a mantenerlo…
La voz de la directora se quebró, caminaba unos pasos adelante y trataba de
ocultar su emoción, su figura por momentos se desdibujaba, mi estado
nervioso me afectaba la visión.
—Señora —le dije— mi tarea no es grata pero
en mi informe dejaré constancia de sus palabras.
—Aquí actuaron grandes actores del cine
nacional y del extranjero, María Callas
cantó en este escenario, también Beniamino
Gigli; el teatro Riera fue la vida de nuestra ciudad y con mucho
esfuerzo lo mantuvimos en pie, pero ya no podemos más y por lo visto al estado
provincial sólo le interesa el valor que puede redituarle el predio.
Íbamos recorriendo los pasillos que llevaban al escenario, entre cortinados de
terciopelo rojo con un olor agrio e indefinido, y en un momento me perdí.
—¿Señora…dónde está? —dije en voz alta.
No respondió.
Las luces comenzaron a titilar hasta
apagarse. No me gustó, comprendí que
intentaban asustarme.
—Aquí estoy —dijo la directora.
—Por lo visto la instalación eléctrica funciona mal —le dije.
—No, la instalación es nueva, la que juega
con las luces es Mariana, nuestro fantasma.
—¿Fantasma? —No me había equivocado,
intentaba asustarme.
—En todo teatro existen fantasmas, los actores no abandonan el
lugar donde fueron felices, existe una
carga emocional muy fuerte, no sólo Mariana lo habita, hay tardes en que se
escuchan murmullos de voces y risas que han quedado entre estas paredes.
—Señora yo no creo en esas cosas.
—Debería creerlas… — y su voz sonó burlona.
Volvió la luz. Seguimos recorriendo el
teatro.
—Los
techos son un peligro —dije observando las chapas que asomaban— La mampostería
no llega a sostener su peso.
La cara de la señora Sarita era de piedra,
le pedí ver la parte de atrás del escenario, me di cuenta de que lo había
omitido y quería saber el por qué.
Allí, las sogas que pendían entre los
cortinados eran antiquísimas; maderas
arrumbadas y restos de butacas dibujaban un paisaje de vejez y desidia. Una
rata cruzó frente a nosotras, grité y di un paso atrás, tropecé con un
listón y caí pesadamente al suelo; me levanté y al
intentar preguntarle a la directora por qué estaba tan abandonada esa parte del
teatro, nuevamente se había esfumado.
—Definitivamente, está mujer pretende espantarme
—me dije.
Intenté salir de allí y no lo logré.
Alguien me observaba entre bambalinas, intuí su presencia, el movimiento de los
lienzos que colgaban del techo me
estaban asustando. Me perdí entre cucarachas, ratones y telarañas que daban al
lugar un ambiente de terror.
—Señora Sarita —dije en voz alta. Su voz me
llegó lejana.
—Siga adelante y doble a la derecha.
Obedecí y, sin saber cómo, me encontré en
el escenario. Desde allí, las butacas vacías daban tristeza.
En la entrada a la sala, una mujer alta de
cabello canoso me hizo señas con la mano.
—¡Hola! —me dijo y se acercó.
Bajé por una escalera del costado y me
acerqué a ella, era tan delgada que murmuré entre dientes: Lo único que me
falta es que sea el fantasma del teatro. La mujer llevaba un equipo de gimnasia
Adidas, demasiado moderna para ser un espectro.
Sonriente, extendió su mano y me dijo:
—Hola, usted se adelantó a la cita, me
dijeron que llegaría a las diez de la mañana…soy Juana Calvo de Aranguren, la
directora.
Creí que me desmayaría en ese mismo
momento.
¿Con quién
había recorrido el teatro?
No dije nada de lo sucedido, la directora
se burlaría de mí y en tono casual comenté:
—Tenía entendido que la directora se
llamaba Sarita Bermúdez Prieto…es el nombre que me dieron en la gobernación.
—Ah cómo se
nota que en la gobernación no nos tienen en cuenta — expresó sonriente— seguramente ni han renovado nuestro historial, Sarita fue directora hace sesenta años…
18 comentarios:
Me gusto el relato te mando un beso.
Sesenta años no son nada, solo un suspiro entre bambalinas.
Besos.
¡Qué relato tan bonito para ese final del teatro...!
Un abrazo y felicidades por tu trabajo.
Muy lindo el relato, metido en un libreto teatral ha quedao genial. Unos abrazos
Magnífico relato, María Rosa, se me ha hecho corto y con un final, además, sorprendente.
Es, siempre, un placer leerte.
Feliz viernes.
Buenísimo. El relato es muy redondo. Nos cuenta de una realidad que puede existir aunque no se pueda ver, porque hay cosas que van más allá de la comprensión. Tal el caso de ese alma de un lugar, algo queda cuando se van sus habitantes.
Más allá del divague mío, una muy buena creación tuya, atrapa y entretiene.
Un abrazo.
Buenísimo y escalofriante!!
Fantasmas y teatros casan de maravilla!
Qué pena que lugares así queden abandonados, son cuna de cultura.
Un abrazo
¡Ay amiga mía! Como siempre, el corazón en un puño. ¡Menuda historia! Y es que los teatros, al igual que muchos edificios antiguos, están repletos de secretos. Me ha encantado. Besos :D
Un efectivo giro argumental-
La antigua directora sigue rondando en el teatro, para que sea preservado.
Un abrazo.
⋱ ⋮ ⋰
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|田田|門|˚. 🙋
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*•**• Que tal, amiga!
buenisima historia que me puso los pelos de punta,
es bastante inquietante.
Me alegra saber que el Teatro Regina esta a punto otra vez!
Felices Pascuas! •**•*
Que emocionante cuento, la verdad es que en estas cosas ni creo ni dejo de creer, porque se oye cada caso tan evidente que se duda.
Parece que el teatro Regina quizás tenga sus fantasmas también.
Me encantan estas historias, aunque siempre me da un poco de respeto, :))).
Encantada me he quedado como siempre de tu buen hacer en las historias.
Un abrazo María Rosa y felices días de Pascua.
Estupendo relato sobre la decadencia de un teatro que te atrapa con su suspense.
¡Felicidades, Rosa!
Es que sesenta años no son nada. ¿No decía eso el tango?
Saludos,
J.
Great article and good blog. Have a nice day ok
Emocionante. La de secretos y fantasmas que pulularan por los teatros. Aunque sentirlos y no verlos tiene que dar canguelo.
Un abrazo.
Precioso relato!
Una hermosa historia, los teatros y sus fantasmas, amo el teatro, los teatros y todo que ellos encierran.
Para mí es un placer cuando una sala reabre, y mucho más después de la pandemia, puesto que uno ya no sabía qué sucedería con ellos.
Por sobre todo me encanta ver ópera y ballet, realmente lo disfruto, como disfruté leer tu historia, un abrazo.
PATRICIA F.
Bueno, menudo susto del pobre hombre...ahora si que no le quepa duda de lo que le dijeron...
hay muchas historias que envuelven a esos lugares.
Abrazo.
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