jueves

La perra.


 



Mi padre la encontró una tarde de lluvia, él había salido en busca de dos ovejas perdidas en la tormenta, habían quedado rezagadas y con ellas regresaba, cuando la descubrió entre unos pastizales, estaba pariendo.

Bajó del caballo y se acercó, la perra le gruñó y mostró los dientes, él, le habló suavemente y ella debe haber visto bondad en los ojos del que se acercaba que lo dejó que la ayudara a parir. Los tres primeros cachorros nacieron muertos, el último muy pequeño estaba con vida. Se lo acercó y lo lamió hasta limpiarlo, había ternura en ese animal de cara feroz. Ya había dejado de llover, la perra no estaba bien, por momentos dejaba caer la cabeza y perdía el conocimiento.

Mi padre saco unos trapos limpios de  su mochila y envolvió al cachorro, la perra abrió los ojos y entendió que se lo iba a llevar, e intentó levantarse, no logro hacerlo, era un cuerpo agotado le faltaban las fuerzas.

Mi padre nos contó que suavemente le explicó, como a una persona,  que se llevaba el crió y que luego regresaría por ella. Ella cerró los ojos  y pareció entender.

Lo vimos llegar con las dos ovejas al costado de su caballo y un bulto entre los brazos, fue un alboroto, mi hermana Sara y yo emocionados, queríamos verlo, el cachorro dormía, le preparamos un improvisado nido con frazadas viejas y luego le cambiamos la manta. Durmió toda la tarde, al anochecer intentamos darle de comer con una mamadera vieja, pero rechazaba todo alimento. Mi madre le acercó la leche con una cucharita, la aceptó.

Cuando mi padre regresó a los pastizales, donde había dejado a la perra, no la encontró. Buscó y fue inútil, se la había tragado la tierra, era extraño, estaba muy débil, ¿cómo logro irse? Durante casi dos horas recorrió los sembrados, el campo y nada, regresó cuando ya era noche cerrada. Varios días  preguntó a los vecinos, pero la perra no apareció, al fin dejó de buscarla.

Ronco, así le pusimos de nombre al cachorro, creció sano y hermoso. Bravo con los desconocidos y cariñoso con los amigos y familiares.

Una noche un  grito de mi hermana nos paralizó a todos, según ella un lobo estaba en la ventana mirando tras los cristales, el nerviosismo de Ronco nos confirmó que  mi hermana no se había equivocado. Salió mi padre con la escopeta, pero nada encontró, solo el patio blanqueado por la luna llena, y el arrullo del canto de los grillos.

Otra vez, fue mi madre quien lo vio rondando la casa, temiendo por las ovejas, mi padre y uno de los peones se turnaban por las noches, pasado un tiempo no se volvió a repetir la visita. Por las señas que mi madre y mi hermana dieron, mi padre sospechó que sería la madre de Ronco la que nos visitaba cada tanto.

Una noche alguien se acercó a la casa para pedir comida, el desconocido no daba señas de ser una buena persona, se lo veía sucio y alcoholizado, mi madre cerró la puerta pero el hombre de un empujón se metió dentro de la casa blandiendo  un revólver. Quedamos paralizados por el miedo, mi padre no había regresado de sus tareas. El hombre pidió comida, sin dejar de mover el arma en su mano derecha. Comió y bebió  hasta bajar una botella en pocos minutos. Luego unió dos sillas por el respaldo, nos hizo sentar en ellas y nos ató a mi madre y a mí.

Revisó la casa, dio vuelta cajones y muebles, encontró unos pocos pesos y enfurecido decidió irse, agarró a mi hermana de un brazo mientras mi madre gritaba desesperada que la dejara en casa. “Es para que no me sigan” dijo riendo burlón por  las lágrimas de mi madre. Al salir, Ronco que estaba en el patio, le salto y lo mordió en el hombro, él tipo sacó el arma y le disparó, dos veces, falló y al tercero dio en el blanco, Ronco cayó como una bolsa pesada y sin fuerzas sobre la bomba del agua.

Dos vecinos alertados por los tiros se  acercaron con cautela a ver qué sucedía, vieron a Ronco mal herido y al entrar en la casa, nos descubrieron, atados y gritando desesperados. En ese momento llegó mi padre, sorprendido por el alboroto, le quise explicar y no me salían las palabras, mamá lloraba y repetía el nombre de Sara con desesperación.

Todo había sucedido ante nuestros ojos y al relatarlo  fue ver una película en cámara rápida, mi padre, mi madre  y los vecinos corrieron siguiendo el posible rastro que eran los pastizales, el lugar justo para que alguien se ocultara.

Le di el celular a mi padre, ya que nunca quería llevarlo y él me mandó a buscar a Ana, la veterinaria que vivía cerca, corrí y la llamé a los gritos desde la calle, se asomó asustada, era pasada la medianoche, le expliqué cuál era la emergencia, buscó su maletín y fuimos a casa. La noche era tan oscura que daba miedo caminar por las calles del pueblo a oscuras, hasta un feo olor llegaba desde el bañado que la humedad de la noche levantaba y esparcía por el campo.

La herida de Ronco no era grave, Ana lo cargó en sus brazos, me asombré que esa mujercita tan pequeña tuviera tanta fuerza. Lo acomodó sobre la mesa de la cocina, le dio una inyección  y cuando un rato después le sacó la bala, Ronco no dijo ni guau. Quedó dormido, Ana se quedó a mi lado. Mi padre y los vecinos llevaron escopetas, pero ni un sonido se oyó en el silencio. De pronto, escuchamos el ulular de  coches policiales, corrimos a la puerta,  vimos tres a gran velocidad y una ambulancia. No pude contenerme y me largué a llorar, tenía diez años y era la primera vez que vivía una situación semejante. Ana me abrazó y mi cabeza solo pensaba en mi hermana.

Un móvil policial los trajo de regreso, mi hermana, dormida en los brazos de mi padre. Casi amanecía, Ana y yo estábamos nerviosos esperando saber que había sucedido, la palidez de mi madre me auguraba algo malo, Ana preparó café y nos sentamos  cerca de papá a escucharlo.

Le costaba hablar, parecía no saber por dónde comenzar, hasta que en un momento dijo: “Cuando llegamos, encontramos a tu hermana sentada y abrazando a una perra con apariencia de lobo, la reconocí en seguida, era la madre de Ronco. A un costado estaba el ladrón, con la garganta abierta, la sangre salía a borbotones, estaba en  agonía, llamamos al 911 y pedimos una ambulancia, pero llegaron tarde, el hombre murió a los pocos minutos”. Sara le contó a papá: “que apenas llegaron el tipo le ordenó que se sacara la ropa, ella no quiso y el la zamarreó, ella gritó llamándolo---papá quedó en silencio, la emoción lo agobiaba— el tipo la tiró al suelo y en eso apareció la perra, lo tomó desprevenido y saltó sobre él, fue directo a su garganta… de una dentellada la abrió… luego se acercó a Sarita que sentada en el suelo temblaba de miedo y se quedó a su lado, hasta que llegamos nosotros. Cuando aparecieron los móviles policiales, nos dimos cuenta que la perra había desaparecido”.

Las últimas palabras las dijo en un mar de lágrimas, la emoción no lo dejaba hablar y desahogaba los nervios y el miedo por el que habían pasado.

Escuchamos gemir a Ronco, la anestesia iba disminuyendo y el dolor  lo acosaba, me acerqué y lo abracé. Mi padre acompañó a la veterinaria hasta su casa y yo quedé cuidando a Ronco. Mi madre agotada se acostó.

 

La perra aparece cada tanto, es un fantasma, no la vemos llegar ni la vemos irse, se queda a unos metros de la casa y observa, Ronco no la ataca, parece entender, se aplasta contra el piso y la mira, se miran, cuando ella se aleja, él se pone de pie y a forma de saludo, ladra con un ladrido sin fuerzas y regresa a la casa.

 

 


19 comentarios:

J.P. Alexander dijo...

Tierna historia me conmovió. Te mando un beso.

Hada de las Rosas dijo...

Hola mariarosa!
que historia impactante, amiga!
es una melange entre ternura, accion y emocion, esta buenisima!
te siento cada vez mas inspirada; tus historias
estan mas vibrantes y los personajes mas nitidos que nunca.
Un beso y buenas noches!

Alfred dijo...

Enternecedor relato, si no fuera por la violencia extrema que hay en él, pero esa relación entre animales y familia es digna de mencionar.

Saludos.

Ana dijo...

Pienso a menudo que las personas estamos unidas por hilos invisibles de sentimientos que se enlazan y crean una conexión. Algo así también sucede con los animales en mi opinión, sin necesidad de palabras, esos hilos se establecen de forma natural y permanecen para siempre si así lo deseamos. Parece que esa perra se unió a la familia como uno más, viviendo su vida en plena libertad, pero manteniendo sólidos lazos con el que en su día la asistió y dio cobijo a su cachorro.
A pesar de la desgracia que estuvo a punto de suceder y que pone una buena dosis de tensión al relato, hay mucha belleza en tus palabras y es una historia maravillosa.

Besos MarÍa Rosa!!

Ester dijo...

Uf! que ternura encontramos en la loba, nunca abandona a su cachorro y cuida de quienes lo cuidan. No siempre tengo tiempò de leer relatos largos pero hoy no podía dejar de hacerlo, Gracias y abrazos

Susana Moreno dijo...

Bonita historia de lealtad. Un beso

Elda dijo...

Qué cuento más hermoso. Me ha gustado muchísimo porque es de lo más tierno y deja esa huella tan hermosa de cómo son y reaccionan los animales.
Precioso María Rosa. He decirte que me sonaba la historia, como sí te la hubiera leído hace tiempo. Pero eso no importaría porque es preciosa y me ha gustado muchísimo.
Un cálido abrazo y buen finde.

Margarita HP dijo...

Tremendo relato María Rosa, se me ha erizado la piel. Qué hermosa historia a su vez con Ronco y su madre y el amor a esa familia. Precioso :D

stella dijo...

Aquí me tienes emocionada perdida y alguna lágrima mientras leia y después ¡que historia!
relatas con tanta belleza que atrapas el alma, te felicito, imagino que es una historia real, pues al leerla yo misma creí estar viviendo essos momentos
Un abrazo gigante

Campirela_ dijo...

Uff, no te lo creerás pero estoy llorando porque me ha emocionado el amor de ese animal, y la gratitud hacia quien salvó a su cachorro. Preciosa historia si es cierta como si te la has inventado es para rendirse ante ti. Gracias amiga por dejar que nuestras emociones y sentimientos salgan cuando se lee algo que te llena el alma. Un fuerte abrazo.

Franziska dijo...

Te aseguro que has conseguido tenerme en vilo durante todo el relato que es tan realista que he entrado en el como si estuviéra oyendo una historia verídica. Es magnífico, te aseguro que has conseguido herizarme los poros de la piel. Es un cuento estrella y mira que tú has escrito muchas cosas con gran talento pero aquí te has superado. Un abrazo.

A. Javier dijo...

Tremenda historia.
Por momentos enternecedora
por momentos cruel y angustiante
lo tiene todo.

Enhorabuena mariarosa

Lindo domingo.

volarela dijo...

¡Qué historia tan bonita! Si no es porque tu imaginación es ilimitada creería que es cierta por su realismo perfecto. Muy visual además (para mí es muy difícil narrar tal cantidad de sucesos y con tanto dinamismo en tan poco espacio.)
Me ha dejado una sonrisa super tierna al final...
Besitos, A. Rosa

José A. García dijo...

Excelente historia, no la asocié con un lugar de Argentina hasta la palabra pesos, ni con el presente hasta la aparición del celular. Creo que podría funcionar muy bien en cualquier momento y lugar. Pocas historias tienen esas cualidades.

Saludos,
J.

Auroratris dijo...

Ay, qué hisstoria más bonita. Me ha emocionado mucho, amo a los animales y creo que deberíamos aprender de su nobleza.

Mil besitos y feliz semana, Mariarosa ♥

Carlos augusto pereyra martinez dijo...

Un homenaje desde tu ģénero a los perros.que gusto leerte, amiga. Carlos

neuriwoman dijo...

Hay veces que nuestro ángel de la guarda es también nuestro mejor amigo, besos

Meulen dijo...

Una forma valiosa de reconcoer a esos animales que nos dan tanto, velan por nosotros y tantas veces actuamos muy mal con ellos.
Hermosa historia que tien todos los estados de asombro por los que lleva la historia

Un animal fiel a su desendencia y fiel a quienes le han brindado respeto.

abrazos.

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Que agradecimiento de esos seres c de esos dos seres caninos, tan humanos en el mejor sentidos. Madre e hijo, que salvaron a quienes los ayudaron, de un execrable humano.
Y que digna de elogios Ana la veterinaria. Pequeña de tamaño y grande de corazón.
Un abrazo.

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