Durante aquellos años no me
daba cuenta de lo triste que era la vida de María. Éramos parientes lejanos,
nunca llegué a entender cómo funcionaba ese tema, era cuñada de una prima, en
realidad no había entre nosotras lazos de sangre, pero por cortesía la visitábamos,
ella siempre estaba enferma. Nos recibía en un rincón de la cocina, sentada en
la última silla, era una sombra, entre la pared y la mesa. Me impresionaba su
delgadez, la blancura de su piel y su cabello negro, largo y siempre
despeinado. Al verme me abrazaba hasta sofocarme, yo andaba por los nueve años
y me molestaba su efusividad. Solía verme entrar y comenzaba a llorar. A veces
iba con mi madre, otras con Josi, una
prima mayor y cuando regresábamos a casa, josi recordaba cada gesto de María, la
imitaba y se tentaba de risa.
Una tarde después de sus
efusivos abrazos me dijo: “Fuimos a verte el día que naciste y te llevé de
regalo un saquito blanco que yo misma tejí”. Le pregunté: ¿Con quién fuiste?
¡Para qué lo habré preguntado! Se largó a llorar, no había forma de calmarla,
vino la madre que era una viejita encorvada y fea y le dio una copita de licor,
luego la abrazó hasta que se tranquilizó.
En el camino de regreso
pregunté: ¿Por qué se puso así? Y mi prima está vez no se burló de ella. “Me contó
que estuvo de novia con un muchacho del barrio, se veían a escondidas y cuando
los padres se dieron cuenta, no lo aprobaron. Les prohibieron verse, pero ellos
igual se mandaban cartitas con una amiga, los padres se enteraron y le
prohibieron salir, digamos que la secuestraron.”
Faltaba poco para llegar a casa
y nos detuvimos en la plaza, sentadas sobre el césped mi prima siguió con la
historia. “El joven fue varias veces a la casa intentando hablar con los padres
y ellos no lo recibieron. Cansados de la insistencia, lo hicieron pasar y luego
de escucharlo la respuesta fue que no querían que su hija se casara con un
argentino, ellos eran italianos, dijeron que solo se casaría con un amigo de su
pueblo al que ya conocían y que pronto llegaría al país.” El joven escuchó en
silencio, se fue y no volvió.
“Cuando llegó el amigo de la
familia resultó ser un señor mayor, María lo rechazó y después de una tremenda pelea familiar, con
gritos, insultos y enojos terribles, bien al estilo italiano, el pretendiente regresó solo a su pueblo y
María quedó encerrada y sola.”
Cuando se es chica, no se
comprenden ciertas costumbres, ni en qué momento se debe cerrar la boca, así
que sin pensar en el daño que mis palabras
podían hacer, una tarde le pregunté
a María:
“Por qué lloras siempre que
vengo a verte? Me acarició la cara con sus manos huesudas y respondió: Cuando
naciste, Beto y yo nos quedamos
emocionados por lo bonita que eras y él me dijo; “algún día nosotros tendremos
una hija igual y le pondremos tu nombre, cuando te miro, lloro, porque nunca
tendré una hija ni un hijo y eso me angustia.”
¡María desapareció!
Los ojos de Josi eran dos
enormes monedas. Yo no entendía nada, mi prima
se frotaba las manos y me miraba esperando que dijera algo, como no
entendía, nada respondí. Fuimos a la casa de María, había vecinos en la puerta,
entramos y nos encontramos con un mar de lágrimas, todos lloraban, la madre, el
hermano y mi otra prima. Dieron parte a la policía.
Pasaron varios días y de ella
nada se sabía, la casa pasó a cubrirse con un manto de silencio, todos
caminaban mudos, cada tanto se escuchaba un sollozo y luego el mundo silente
regresaba. Vivian en permanente duelo. Fuimos espaciando las visitas, era muy
difícil estar allí y creo que molestábamos. Pasó un año, dos y el nombre de
María fue pasando al olvido. Yo crecí y otras fueron mis ocupaciones, el
estudio, las amigas…
Tendría unos quince años cuando
en una reunión familiar alguien trajo el nombre de María en una conversación,
surgieron posibilidades; ¿Se habrá suicidado? ¿Estará internada? Todas teorías
y ninguna verdad. Hasta que tiempo después, aquella amiga que le llevada las
cartitas de Beto, nos contó; “Se escapó con Beto, los padres lo saben pero lo
niegan, ella quiso visitarlos para que conozcan a sus dos nenas y ellos le
negaron la entrada”.
Padres cerrados, equivocados,
tradiciones de otros pueblos que ya nadie cumplía, ni en aquellos años, solo sé
que María escapó como un pájaro de una jaula
de oro y ella que parecía tan frágil, tan sometida, un día se quitó las
cadenas, el amor le dio fuerzas y aprendió a volar.
15 comentarios:
Buen relato . Las tradiciones que tan tontas y retrogradas que hacen mas mal que bien. Te mando un beso.
Un excelente relato ❤️
Bien por Maria!
lo que no entiendo es eso de que las familias italianas son ruidosas y dramaticas,
nosotros somos italianos y todo es una seda, un perpetuo caminar sobre petalos de rosas, un enorme mar en calma jajajaja!
Saludos, querida amiga, y buen inicio de semana!
Me gustan los finales felices. Un beso
El amor de verdad siempre triunfa, cuando alguien se ama no hay muros y padres que se entrometa. Hay costumbres que por suerte van desapareciendo. Maria al fin logró su libertad y su amor. Una bell historia sobre,todo por ese final.
Un besote, feliz semana.
Que bonito cuento, y cuanta realidad en ciertas épocas y en algunos lugares recónditos donde las costumbres estaban tan arraigadas que destrozaban sentimientos.
Me encanta como terminaste esta historia. María fuerte a pesar de su debilidad, triunfo con su decisión.
Un placer como siempre leerte María Rosa.
Un abrazo.
Uma estória/relato que gostei de ler
Cumprimentos
Hay mucha ternura en este relato. Felicidades.
Un abrazo.
Hola María Rosa
¡Excelente final!
Como dice la canción :"Pero el amor es más fuerte"
Beso y ¡buena semana!
Pues muy bien que hizo y lamentablemente debió hacerlo mucho antes, pero dicen que más vale tarde que nunca. Así pues, me alegro por ese final y esa historía que termino bien, aunque demasiado espeluznante para los tiempos que corren o corrían entonces.
Tus historias me gustan porque siempre o casi siempre tienen un buen final, aparte de una correcta y muy buena narrativa.
Un gran abrazo María Rosa.
Nada se consigue prohibiendo. Es más, así se consigue todo lo contrario.
Yo creo que las costumbres no son nuevas ni antiguas, simplemente son. Y no se modifican, sólo cambian de aspecto, el mal no desaparece, sólo cambia de lugar.
La única manera de librarse es la rebeldía, como la de María.
Buen relato.
Abrazo.
Dos grandes verdades me dejan tu bellísimo relato.
La primera, esa enfermiza necesidad de unos por dirigir la vida de otros, imponiéndose por la fuerza a la voluntad y a la felicidad ajena, y castigando su rebeldía despiadadamente. Lo he vivido. Y tuve que pagar el precio.
La otra gran verdad es qué e el amor lo cura todo. Es la gran medicina de la vida, hasta para nuestro cuerpo!!! Pero también he descubierto que el amor no es suficiente para vencer el miedo. Para desgracia de quien así lo vive y de quienes les aman. Y aunque siempre sea mejor morir de pies que vivir arrodillado, como nos aconsejó el Ché Guevara.
Una auténtica delicia leer tu relato. Y saber de historias tan humanas, y de tan feliz desenlace.
Un enorme abrazo, querida amiga!!!
Y Maria recobró su libertad. Me alegró este lindo final.
Buen fin de semana Mariarosa.
Un abrazo.
Es de suponer que la mayoría conocerá historias más o menos similares, muchos dicen que por suerte las costumbres están cambiando. Por mi parte dudo de que sea así, sólo se han camuflado un poco mejor, nada más.
Saludos,
J.
Una bonita historia que terminó estupendamente, ojalá María lo hubiera hecho antes.
Unas costumbres odiosas y tan arraigadas que cuantas personas se habrán visto en esas misma situación en muchas partes del mundo.
Como siempre un placer leer tus estupendos relatos María Rosa.
Un abrazo y feliz resto de semana.
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