Entre fantasmas y vampiros.

 

Últimamente las historias de Vasile Stoica no atraían a  los lectores del semanario, se repetía con las leyendas de su país.  Él juraba que eran reales y que habían sucedido en su pueblo, una aldea perdida en los bosques del sur de Rumania. Había críticas  en la editorial, las voces del consejo se unieron al decir: hay que cambiar los argumentos, o buscar a un nuevo escritor, con otras ideas.

 

—Escribo  sobre lo que he vivido en mi niñez y sobre lo que mis abuelos me han relatado—respondió.

—En su pueblo deben haber ocurrido otros casos —dijo Camila la directora del suplemento— robos, romances o invente algo que parezca real, el tema de los vampiros y los fantasmas ya no los cree nadie, basta de bosques oscuros, y espectros que vuelan acompañados por cuervos malignos, son tema gastados e increíbles —le  dijo mientras golpeaba con un lápiz el escritorio.

Vasile la miró  con odio. Ella nunca lo había visto tan furioso,  fueron las palabras que no dijo las que se asomaron en sus ojos y los inyectaron de sangre, era una furia que  estremeció a Camila. Vasile se fue dando un portazo. Dejó al retirarse un ambiente tan pesado que la directora, cayó sentada en una silla, con una fuerte opresión en su pecho, no se movió de la oficina hasta que escuchó que  la camioneta de Vasile partía.

 

Una vez repuesta, fue hasta el garaje, todavía temblaba, cuando al bajar los escalones, escuchó a su espalda un gruñido, luego otro y así varias veces, se volvió y no encontró nada perturbador, pensó que era su nerviosismo el que imaginaba esos sonidos. No encontró su  auto, extrañamente el garaje estaba vacío.

De pronto y surgiendo de la nada, un cielo gris poblado de nubes negras que pesaban como plomo, se abrió sobre su cabeza, se encontró rodeada de árboles, lianas oscuras que se mecían en las ramas, dando al lugar un aspecto de horror. Debo estar loca, se dijo. Las enredaderas caían sobre ella, lograban que se inquietara con solo tocarlas. Intentó correr, pero no sabía hacía dónde ir, todo el paisaje era igual y sus piernas no lograban moverse, parecían de cartón, una silueta apareció frente a ella, su fealdad la paralizó, retrocedió, hasta dar contra un árbol, gritó pidiendo ayuda y el espectro se esfumó como una voluta de humo, nadie respondió a su llamado de ayuda. Siguió deambulando en ese bosque infernal, buscando un refugio, aparecieron unos  cuervos  volando sobre ella y a lo lejos, sombras con formas humanas la seguían, no se acercaban, reían, intentaban amedrentarla con su oscura presencia, Camila se estremecía y no hallaba como salir de esa  densidad que le negaba una salida.

De pronto se vio rodeada, eran varias las figuras que sostenidas en el aire formaban un circulo que se iba cerrando sobre ella, reían dejando al descubierto sus colmillos, comprendió que su fin se acercaba y fue en ese momento en que se le ocurrió gritar:

—¡¡Está bien, basta,  seguiremos con los cuentos de fantasmas y vampiros…!!

 

El círculo se fue abriendo lentamente, las figuras perdieron forma y se fueron desvaneciendo ante sus ojos espantados que miraban sin creer lo que veían, apretó los párpados y se cubrió la cara con las manos, perdió noción del tiempo, un olor a tierra y gasoil la trajo a la realidad. Se descubrió sentada en la escalera del garaje, sola, mojada de transpiración y espanto.