El
inspector Garmendia recorría la cocina de la familia Ponce,
observaba con atención a Eugenia, la secretaria, que entre lágrimas relataba lo
sucedido.
—Llegué
a las ocho como todos los días, la encontré
dormida y la dejé descansar, tiene la costumbre de tomar varias
pastillas para dormir —se secó los ojos,
continuó relatando entre suspiros— .Regresé a las diez, estaba en la misma
posición, le hablé, comprendí que no me
oía. Algo estaba pasando: llamé al doctor.
— ¿Cuál fue el diagnóstico? —inquirió
Garmendia.
—Paro cardíaco —al decir esto se largó a
llorar, era tan delgada y menuda que su cuerpo se agitaba como una rama al
viento.
La
dejó desahogarse, luego insistió:
— ¿Había tenido algún disgusto?
—No sé, no me comentó nada. Ayer la vi
cenando sola, le pregunté si necesitaba algo más, respondió que no y me marché.
Parecía muy tranquila.
—¿Sabe si tenía enemigos, problemas
familiares?
—Enemigos no, sólo que siempre discutía con
su hijastra Silvina, eso la ponía de mal humor.
— ¿La chica vive aquí?
—A veces sí, otras se queda con sus amigas
y cuando se le termina el dinero; regresa. No estudia ni trabaja.
— ¿Ese era el motivo de las peleas?
—Sí, la señora le decía que era una gitana.
Se
abrió la puerta y entró una joven como una ráfaga. Vestía con elegancia, sus ojeras oscuras le
daban aire de agotamiento, pero no le
quitaban belleza.
— ¿Qué sucedió? ¿Qué le pasó a Marcela? —preguntó
mirando a Eugenia.
—Esta mañana la encontré muerta. El
inspector Garmendia —dijo señalándolo — está investigando.
— ¿Investigando? —miró de arriba abajo la
gruesa figura del inspector.
—Pura rutina señorita.
La
joven salió. Al regresar, su cara lucía
una palidez extrema, Garmendia le pidió hablar a solas, se dirigieron a la
biblioteca.
—Señorita Ponce…
—
Me llamo Silvina.
—Silvina,
la señora tiene marcas en los brazos,
parecen quemaduras.
—
Ella es artista plástica, suele soldar metales.
—
¡Ah! ¡Puede ser! Necesito los datos de la señora –dijo Garmendia.
Quedaron
solos en la biblioteca.
Días
después el inspector regresó a la casa de los Ponce. Eugenia abrió la puerta.
— ¿Otra vez, qué necesita?
—La
extrañaba a usted —respondió con una
sonrisa pícara, notando que no era bienvenido— ¿Sigue trabajando?
—Silvina me pidió que ponga en orden los papeles de la
señora —lo acompañó al living. Era tan frío su trato que Garmendia confirmó que
su presencia no era apreciada por la
secretaria.
— ¿Por qué? ¿Hay desorden?
—Cuentas que pagar, y poner al día los
libros. ¿Qué necesita inspector?
—Si me permite recorrer la casa. No la voy
a molestar.
—Voy a llamar a Silvina y consulte con ella
—se alejó moviendo su pequeña silueta con desenvoltura. Al entrar la señorita
Ponce, le sonrió con tristeza y lo acompañó, hablaba tratando de desahogarse:
—Me siento mal. Estoy arrepentida de todas
las perrerías que le hice a Marcela. Creí que se había casado con mi padre por interés, tenían tanta diferencia de edad.
Pero el abogado Galindez me dijo que ella había puesto el setenta por ciento de la
herencia a mi nombre.
—
¿Quién es Galindez?
—El
abogado de Marcela, primero lo fue de mi padre, luego de mi madrastra.
Recorrieron
las habitaciones, llegaron al baño, era amplio, canastos blancos de varios
tamaños, le daban un aspecto muy sobre cargado, el inspector curioseaba todos los rincones.
—
¿Busca algo? —preguntó Silvina.
—No
sé. ¿Notó algún cambio?
—No.
—Si
nota algo infrecuente me avisa.
—Inspector,
me resulta rara su actitud. ¿Qué sospecha?
—Señorita
no sospecho, su madrastra fue asesinada. Las quemaduras en sus brazos y manos
no son producto de una soldadura.
Los
ojos de Silvina se abrieron.
—Por
eso le pido que me avise si nota algo diferente —.Garmendia notó sinceridad en
la muchacha— .Estamos investigando a todos los de la casa.
— ¿A mí también? —preguntó la joven.
—Sí,
a usted también.
—Pero
mi madrastra era una mujer sin enemigos.
—Usted
la creía su enemiga —exclamó el inspector.
—Es
cierto, pero yo no sería capaz de asesinarla.
—No
lo sé —respondió Garmendia con una sonrisa.
Siguieron
recorriendo la vivienda, el inspector preguntaba detalles que Silvina respondía
con seguridad. En un momento descubrió que la secretaria los vigilaba. ¿Trataba
de de escuchar lo que conversaban?
Mientras
investigaban la cuenta bancaria de la señora Marcela, descubrieron un faltante
de cuatrocientos mil pesos, habían sido retirados días antes de su muerte.
Garmendia
regresó a la casa de los Ponce para hablar
con Eugenia, ella lo hizo pasar y le ofreció una silla y quedó de pie,
frente a él.
—Hace
pocos días, de la cuenta de la señora Ponce retiraron una cantidad importante
de dinero. ¿Lo sabía?
—Si, la señora hizo el cheque, lo cobré y le
entregué el dinero, no sé más.
— ¿Siendo su secretaria, no estaba informada,
no preguntó?
—No, no
me correspondía. Siempre realizaba lo que la señora me pedía sin preguntar.
La
oficina era un salón pequeño, sin ventanas y con muchos estantes cargados de
carpetas y libros. Eugenia respondía con las justas y necesarias palabras. Viendo
que no lograba nada importante, el inspector se despidió. Al salir recibió un
llamado de Perrucho, el forense del caso Ponce, el informe que le dio lo
sorprendió.
Una
hora más tarde, lo llamó Silvina Ponce:
—Lo
invito a tomar un café, quiero que hablemos.
Se
encontraron en un bar cercano a la seccional. El Inspector llegó primero, pidió
un café y se sentó cerca de la ventana para verla llegar. Silvina fue puntual.
Luego de escucharla, comprendió que la sospecha de Perrucho, el forense estaba
tomando forma.
—Creo
que la madeja se está desenredando solita —dijo el inspector.
—
¿Qué quiere decir? —Silvina lo miraba sin entender.
—Por
ahora vamos encontrando, el cómo, pero
me falta saber ¿quién y por qué?
La
joven lo miró esperando que dijera algo
más y Garmendia guardó silencio.
Se
despidieron, Silvina quedó inquieta al darse cuenta que no confiaba en ella, era
claro que el inspector estaba escondiendo una carta importante. Él permaneció en
la vereda mirándola partir, era delgada, su cabello rojizo y suelto atraía las
miradas de los hombres que pasaban cerca. Garmendia no la creía capaz de un
crimen, pero…
Al
llegar a la morgue fue directo a la oficina de Perucho, lo encontró ordenando
unos papeles que terminaba de imprimir.
—¿Qué
estás haciendo? —preguntó.
—Trato
de poner orden en este caos.
La
oficina era un cuadrado de dos por dos, con un escritorio, computadora, una vieja impresora y dos sillas desvencijadas, las paredes manchadas
de humedad le daban aspecto de abandono. Garmendia tomó asiento y el perito le dijo:
—La
señora tiene pequeñas quemaduras
generadas por el paso de corriente eléctrica
—¿Cómo
se originaron?
—Eso
no lo sé, es tu campo de investigación. Cuando la piel entra en contacto con
una fuerza eléctrica, la energía se transforma en calor y quema la superficie
dañando los tejidos localizados bajo la piel. Una persona mojada, puede o no,
sufrir quemaduras, lo que sí sufre; es un paro cardiaco que si no se atiende
rápidamente lleva a la muerte.
—¿Pudo
ser provocado? —el inspector miraba al forense con ansiedad.
—Puede
ser que sí, hay que averiguar, qué fue
el detonante.
Garmendia
abandonó la oficina de Perrucho. En la calle el aire fresco pareció serenarlo,
le dolía la cabeza, cada paso de la investigación agregaba un nudo más difícil
de deshacer.
Decidió
que le convenía visitar a Galindez, el abogado de la señora Ponce. Descubrió que al letrado no le caía bien la señorita Eugenia.
—¿Qué
opinión tiene de la secretaria?
—Ella
es una chica sin ningún detalle especial, un tanto soberbia.
—¿Le
puedo preguntar por qué no le gusta la secretaria?
—¿Se
nota? —preguntó con una sonrisa burlona.
—Sí.
—Se
tomaba atribuciones, no sé que más
decirle, me cae mal y punto.
—
¿Qué tipo de atribuciones se tomaba?
—A
veces yo llamaba para hablar con mi cliente y me decía que no me podía atender,
sin consultarlo, cuando se lo preguntaba a Marcela, ni siquiera le había avisado de mi llamada.
—¿Sabe
algo de un faltante de cuatrocientos mil pesos, de la cuenta de la señora?
—Marcela
tenía su cuenta, no me consultaba sobre sus fondos particulares. Yo me ocupaba
de la renta que recibía mensualmente, hacía inversiones, que consultaba con ella.
—
¿Quién pudo odiarla hasta causarle la muerte?
—preguntó el inspector.
—No
lo sé, era una buena persona.
Mientras
hablaban sonó el celular de Garmendia, escuchó y sólo dijo:
—En
media hora voy para allá.
Se
despidió y mientras manejaba rumbo a la casa de los Ponce, pensaba: “Esto se está complicando”.
Al
llegar lo recibió la secretaria.
—Inspector,
falta una obra de la colección que estaba en del depósito.
Bajaron
al sótano, era un amplio salón, rodeado de estantes con obras en exposición y
otras embaladas, le mostró la pieza en los catálogos.
—Es
pequeña, pero de gran valor —se notaba que Eugenia estaba nerviosa— iba a ser
expuesta en la bienal de Roma el año entrante. Era una de las preferidas de la señora Marcela.
—¿Cómo
entraron los ladrones?
—No
lo sé, había dos llaves, una la tenía la
señora, la otra estaba guardada en su escritorio, es la que usé para entrar, y
las ventanas que comunican con el exterior son pequeñas están a ras de la calle
y tienen rejas.
—¿Puede
ser que hayan robado el día que la mataron?
—Tal
vez, no sé qué decirle.
—Será
mejor que cierre con llave nuevamente, hasta que vengan los peritos de la
científica a tomar huellas y a
investigar. ¿Puedo pasar al cuarto de la señora?
Eugenia
lo acompaño y lo dejó solo, el inspector
halló un mueble cerrado con llave, con una ganzúa lo abrió. Encontró cartas, al
leerlas su cara iba cambiando de expresión. Las guardó en el bolsillo interno
de su saco. Fue a la oficina de Eugenia y se despidió, ya en la calle, respiro hondo, estaba confundido,
sospechaba de todos. Se quedó en su coche ya era tarde, de un momento a otro la
secretaria debía retirarse. La espero. Media hora después ella salió, subió a
su coche y partió. Él la siguió a corta distancia. Eugenia se detuvo en un
restorán, entró. Garmendia espero unos segundos, ingresó y se sentó en un
rincón apartado, podía observar sin ser visto. Eugenia hablaba con un joven,
discutían. Garmendia no lograba oír la
acalorada conversación. Con su celular los fotografió. Ellos se retiraron, ya
en la calle él la tomó por los hombros, intentaba calmarla, subieron al coche
de ella y se fueron.
Al
día siguiente, el inspector averiguó con el abogado Galindez quién era el joven
al que había fotografiado. Resultó ser Iván, el hermano de Eugenia.
Las
cartas encontradas, demostraban que entre Ivan y la señora Ponce, había
existido una relación amorosa. La diferencia de edad no fue una imposibilidad con
solo leer las esquelas se comprobaba una fuerte pasión entre ellos.
Los
informes forenses trajeron luz sobre las quemaduras en el cuerpo.
La
señora Marcela Ponce había fallecido por un infarto producido por una descarga
eléctrica, Los peritos descubrieron que estando en la bañera, hubo un
cortocircuito al encender el hidromasaje. La descarga la mató y eso produjo las quemaduras. La falla en el sistema eléctrico no fue
casual, fue preparado. Seguramente por el mismo que retiro el cuerpo, lo secó,
lo vistió y lo llevó a la cama.
Garmendia
tenía en la mira a Silvina, Eugenia e Iván.
Tal vez los tres habían participado en el crimen, una corazonada le decía que
eran dos, ¿Pero quienes?
Los
tres fueron detenidos. Antes de que llegaran sus abogados, el inspector atacó. Les tomó declaración por separado.
Trataría de que creyeran que entre ellos se acusaban, el truco era viejo pero
siempre daba buen resultado. Comenzó por Eugenia, la más débil.
Como
era de imaginar durante el interrogatorio la secretaria, lloró a moco tendido
—¿Sabía
el destino del dinero que sacó del banco? —preguntó el inspector.
—Ya
le dije que no.
—Su
hermano dice que sí, que usted le entregó el sobre y que sabía del chantaje.
—¡Miente!
Eso me lo contó él unos días después cuando descubrí lo que habían hecho, él y
su novia.
—¿Quién
es la novia?
—Usted
lo sabe muy bien, se acostaba con las dos. Con Silvina y con la señora Ponce.
—¿Por
qué no me lo dijo antes? Lo encubrió.
—No
lo encubrí. Sospechaba, pero no tenía pruebas ya le dije, mi hermano me lo
contó varios días después.
—¿Cuándo?
¿La noche que se encontraron en el restorán?
Los
ojos de Eugenia se abrieron.
—Sí.
¿Cómo lo sabe?
Garmendia
le acercó el celular con las fotos. La joven se largó a llorar nuevamente. El
inspector consideró que era demasiado
estúpida para estar metida en el crimen.
Con
Silvina la cosa fue distinta, no lloraba,
guardaba silencio.
—¿Sabía
del chantaje a su madrastra?
—No.
—Cómo
que no, Iván dice que lo organizaron juntos.
—Él
puede decir lo que quiera.
—Cuando
me llamó para decirme que el sistema de hidromasaje de la bañera no funcionaba
¿Qué quiso demostrar, qué era inocente?
—…….
—Iván
declaró que usted y él fueron socios en el crimen.
—No
voy a hablar sin mi abogado.
—Los
peritos encontraron sus huellas y las de Iván en el sótano. ¿Dónde está la obra
robada?
—Es
lógico que mis huellas estén en las piezas, ayudaba a mi madrastra en el embalaje
y traslado y me encargaba de tenerlas protegidas del polvo.
Quedó
en silencio.
Garmendia
comprendió que Silvina no iba a hablar, demostraba demasiada seguridad y la dejó tranquila.
Con
Iván fue diferente, el joven lo sacaba de las casillas.
—¿Dónde
están las fotos con las que chantajeaba a la señora Ponce?
—No
sé de qué habla.
—Marcela
Ponce le entregó dinero para que se callara la boca sobre la relación que
mantenían y para que le entregará los negativos y las fotos comprometedoras.
—No
sé de qué habla —Iván lo miraba burlón, se lo notaba muy seguro.
—La
señorita Ponce declaró que todo fue urdido entre Eugenia y usted.
—Miente —al decir esto dirigió al inspector un gesto
sobrador, este sintió deseos de golpearlo, pero se contuvo.
—El que miente es usted. Todo está en su
contra, escribió las cartas, no lo puede negar y si lo hace un perito calígrafo
lo descubrirá. La secretaria era la
única que sabía todos los pasos de la señora Ponce. ¡Eugenia y usted diseñaron el
crimen! —la voz de Garmendia se elevó intentando provocarlo— ¡Los hermanitos
asesinos!
Iván
perdió los estribos.
—Mi hermana es demasiado estúpida para
planear semejante trabajo.
Al decir esto, comprendió que se había delatado. Ciertamente las huellas de Iván en
el sótano lo terminaron de inculpar.
Iván
había chantajeado a Marcela Ponce con fotos secretas de sus momentos de pasión,
le pidió dinero, que ella entregó con tal de evitar un escandalo. Las cartas
del chantaje y las de amor estaban juntas en el mueble de su dormitorio.
No
conforme con ese dinero, pensó en robar la obra de mayor valor. Pero ¿Por qué
la asesino? Si ya había conseguido más de lo imaginado. Iván y Silvina quedaron incomunicados.
En
el peritaje se demostró que un cable fue
conectado desde el motor del hidromasaje, al caño del agua, así realizaron el
crimen, el líquido, perfecto conductor de electricidad fue el medio.
A
Iván lo acusaban sus huellas en el sótano, las cartas en las que exigía dinero
a Marcela, pero Silvina y Eugenia no tenían nada que las acusara. ¿Había otro
implicado? Iván solo no pudo idear tantos finos detalles.
Algunas
fuertes dudas perseguían a Garmendia, consideraba a Iván demasiado torpe para idear
solo semejante crimen.
Las
fotos del chantaje no aparecían. Registraron el departamento de Iván y nada se
encontró, las acusadas no las tenían. Iván
aparentaba estar muy tranquilo, sabía
que sin las fotos, sólo lo acusarían
por el robo de la pieza de arte. Un buen abogado podría encontrar una salida para
las cartas y otra prueba no había que lo incriminara. Un importante estudio tomó su caso, imposible que el joven
pudiera solventar sus honorarios y allí
el detective comenzó a sospechar que estaba equivocando de camino. Una
idea cruzó como un reflejo, había que cambiar la investigación. Con su ayudante, y una orden de allanamiento
se presentó en el estudio del abogado Galindez. Al ver al inspector y al
ayudante el abogado los recibió sonriente.
—Hola,
pasen y tomen asiento, ¿hay novedades?
—Sí
y muy importantes.
—Lo
escucho —El abogado encendió un cigarrillo y se reclino en su silla.
—Tenemos
una orden para registrar su oficina y abrir su caja fuerte —Galindez se incorporó, su cara había enrojecido.
—¿Con
qué derecho? —Elevó la voz— ¿Y por qué?
—Uno
de los detenidos ha mencionado su participación en el crimen.
—¡Ustedes
están locos! ¿Quién me puede incriminar? Marcela fue mi amor durante años, yo
nunca le hubiera causado daño… siempre la amé.
—Lo
sabemos.
—¿Lo
saben…? ¿Qué saben? Ustedes, le creen a
ese infeliz de Iván, a ese estúpido —al decir esto se puso de pie y comenzó a
dar vueltas, se acercó al escritorio y golpeando, vociferó— ¡No tienen ningún derecho de
registrar! ¡Fuera de aquí!
El
ayudante de Garmendia salió de la oficina. El inspector manteniéndose calmo le
dijo:
—Yo
no he dicho que fue Iván quien lo incrimino. ¿Por qué dice que fue él?
—No
sé… creí entender que Iván me había culpado de algo —El abogado se iba serenando.
Varios policías entraron con la orden de allanamiento y comenzaron a revisar el
estudio. Galindez se desplomó nuevamente en la silla.
En
la caja fuerte estaban las fotos. Al verse descubierto, se cubrió la cara con
las manos, era un hombre vencido. Al fin habló:
“Durante
años fui amante de Marcela, aún en vida de su esposo, ella me dejó por Iván, fue
un golpe a mi hombría, un chiquilín me había robado a mi mujer, estallé de celos.
Rogué, supliqué pero Marcela estaba deslumbrada por ese pendejo y su juventud, no quiso regresar
conmigo. Me tomé el tiempo necesario y
gané la confianza de Iván, sospeché siempre que lo único que él buscaba era su
dinero, no me equivoqué. Comprendí que
sería fácil vengarme y sin mover un dedo, el trabajo sucio lo realizaría Iván.
Lo motivé con la idea de que realizará las fotos y el chantaje. Le aseguré que
la herencia de los Ponce, era de Silvina. Iván es muy torpe y cuando se trata
de dinero se ciega, quería todo el dinero de las dos. Entendió que para
conseguir a Silvina debía sacar del medio a Marcela y cuando le sugerí como
matarla, ni siquiera dudo, hasta le pareció divertido. Era el mejor camino para
sacarse de encima a su amante y quedarse con Silvina y su fortuna. La obra
robada fue simplemente un despiste, para que creyeran que fue un ladrón
ocasional. Está guardada en una casilla de correo.
Lo
llevaron esposado. Salió con la cabeza gacha y con un peso en los hombros
que parecía cargar el mundo sobre ellos.
Me despido por un tiempo y les deseo lo mejor, Un abrazo.
María Rosa
24 comentarios:
Y te despides con un gran relato; vaya si te lo has trabajado.
Gracias por tus visitas, y si te despides por un tiempo que sea para bien
Besos.
Una gran historia. No tardes. Un beso.
Regresa porto, esto no sera igual sin tu presencia.Mi cariño y un fuerte abrazo
Muy bien. Un aplauso para tí. Te has despedido y te vas por la puerta grande. La verdad es que en tu relato más largo de lo habitual también ha sido mucho más complejo. Espero que no sea por mucho tiempo y que vuelvas a compartir tus interesantes historias. Un abrazo. Franziska
Un excelente relato, Mariarosa, que en este tiempo de descanso puedas ir pergeñando otros tan interesantes como este.
Un gran abrazo y te esperamos.
Buena historia con mucho suspenso te mando un beso
¡Qué maravilla María Rosa! Menuda historia y qué bien llevada. Uf, y vaya desenlace. Me has tenido en vilo todo el tiempo. Escribes super, super bien. Muchos besos preciosa :D
María Rosa, impresionante relato, has mantenido en todo momento tu temple y tu talento para demostrar tu maestría. Te felicito por ello, amiga. Siento que te vayas justo que ahora regreso, pero así es la vida. Espero que descanses y te llenes de fortaleza e imaginación para seguir recreándonos a tu vuelta con tus magníficas historias.
Mi abrazo y mi cariño por tu amistad y tu cercanía. Cuídate mucho.
Estupendo relato.
Espero tu regreso.
Hasta pronto.
Un beso
Excelente relato María Rosa como nos tienes acostumbrados, gracias poetisa. Te esperamos.
Abrazo
Genial, una historia muy entretenida, y te diré que me suena mucho, yo juraría que la había leído en tu blog porque me suenan todos los personajes.
De cualquier forma, un gran trabajo, como siempre.
Un abrazo y que pases buenos días.
Esperamos con impaciencia tu vuelta. Gracias por hacernos tan felices con tus relatos.
Feliz fin de semana.
Un abrazo
hola rosa! llegamos y leimos tu relato es magnifico, nos atrapan las historias tan bien contadas!! te esperamos, saludosbuhos y gracias.
Vaya grupo de tunantes
pero la verdad al fin sale a luz y ojalá así fuera siempre con la policía
que haga bien su trabajo y un crimen no quede impune y menos apunten hacia donde no deben
Nada bueno siembra el despecho, pero a esos extremos es como que demasiado
típico de los hombres que se creen que una persona es de su propiedad y que a ellos no les puede ocurrir eso...porque generalmente es el hombre que traiciona y abandona por otra más joven dejando a la mujer herida , pero ya sabemos que una mujer no actúa siempre así...
La violencia cualquiera sea su motivo , nunca es buena y lo relevante es encontrar la verdad.
Que tengas un buen regreso.
Y hayas disfrutado mucho!
Muy buena historia como todo lo que escribes, nos tienes acostumbrados a tu estilo de narrar que es único María Rosa. Te deseo lo mejor querida amiga. Te estaremos esperando.
Un beso grande.
El dinero es el motor de todos los males...
Eso sonó demasiado bíblico, me lo voy a pensar otra vez.
Saludos,
J.
Tiene en Garmendia un personaje grueso para la novela de detectives, a la altura de un Poirot. Un abrazo. Realmente la vamos a extrañar. Quedamos a la espéra de su regreso. UM abrazo hasta su alma. Carlos
Que disfrutes de tus vacaciones, si es que lo son.
En cualquier caso, aguardamos tu regreso y tus inolvidables relatos.
Bisous
Olá, a historia é chamativa para ser lida e relida, a mesma roça a realidade passada com muitas famílias, em que existe sempre alguém que com ganancia, ambiciona o dinheiro sem olhar a meios para o conseguir, sem se importar com a dor causada da vitima e dos familiares, infelizmente acontece.
Feliz fim de semana,
AG
Toda unanovela, Mariarosa, por trama y espacio.
Muy buen relato de intriga.
Abrazo.
Como siempre un estupendo relato que tiene intensidad para no despegar los ojos del papel.
Un abrazo
Una gozada leer tu relato, realmente apasionante y muy bien tramado. Felicitaciones. Beso.
Una muy buena historia, gran trabajo el de Garmendia.
Un abrazo.
Espero donde estés la estés pasando regio
y almacenando relatos
para seguir encantando la vida...
besos.
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