I
Cerca del
mostrador del boliche, los hijos del turco preparaban las cosas. Me aproximé al
mayor y le pregunté:
— ¿Por qué
rematás todo esto, si fue de tu viejo?
Dijo, sin
mirarme:
— ¿Para qué
queremos tanta porquería junta en este boliche?
—No te
interesa guardar nada. Aunque sea de recuerdo.
No tuve
respuesta. Se encogió de hombros y siguió su tarea.
Los hijos
del turco nunca habían trabajado: vivían —habían vivido— de lo que les daba por
mes… y de lo que le cepillaban de la caja cuando él se distraía.
El pobre
viejo los soñó con un título, pero la vida demostró que no servían para nada.
En el
mostrador había de todo: bolsas de granos, un narguile, libros, lapiceras,
hasta camisas casi nuevas. Advertí, sobre una pila de diarios, un viejo reloj
con tapa y cadena.
El reloj de las seis, me dije al
verlo mejor.
El reloj de los domingos.
II
Cuando mi
padre quedó postrado, el turco lo visitaba todos los domingos, invariablemente,
a las seis de la tarde. Y traía ese reloj, con cuya cadena le gustaba jugar.
Llegaba a
casa, y lo primero que hacía era dejarnos en la cocina, disimuladamente, una
caja con yerba, fideos, latas, azúcar.
Pasaba a la
pieza, donde el cáncer se iba devorando a mi padre poco a poco. Hablaban de
fútbol, de sus hijos, de sus sueños. Luego, delicadamente, el turco se
despedía. Mi madre y yo lo acompañábamos al portón.
Recuerdo la
vez en que ella cerró la puerta del dormitorio, me abrazó y le dijo:
—Don Omar,
nosotros no le vamos a poder pagar nunca las cosas que nos trae del boliche.
¿Quiere que vaya a limpiar su casa o a plancharle?
—No, señora,
otros me han ayudado a mí. Deje que hoy los ayude yo.
Al morir
papá, mi madre se puso a coser para afuera.
Pasaron los
años. Yo estudiaba, y por las tardes trabajaba con el turco. Unos pocos pesos,
lo justo para mis libros y los viajes.
Cuando le
tocó a mi vieja morirse, lo vi llorar como una criatura. En ese entonces yo
tenía veinte años, y comprendí que no se llora de esa manera por una simple
vecina.
Fue el
primero a quien le mostré mi diploma. Al turco le brillaban los ojos. Y me
preguntó:
— ¿Qué habré
hecho mal para que me salieran tan vagos?
III
Muchos
vecinos se acercaron al remate. Se llevaban todo. Hasta la silla. La silla de
paja, desvencijada, que el Turco sacaba a la vereda.
Pregunté por
el reloj, y uno de los hijos respondió:
—Mirá que no
anda. Lo llevamos al relojero, y nos dijo que las piezas se habían oxidado.
Salía más caro arreglarlo que lo que podríamos sacar por él.
Lo compré
igual: un recuerdo del amigo.
Salí a la
calle y enfilé para el cementerio.
Después de
visitar a mis viejos, pasé por la tumba del turco. Le agradecí ese amor
silencioso hacia mi madre, le agradecí su ayuda. Y le conté que su reloj sería
mi compañero. Lo abrí para que él lo viera.
Funcionaba.
El reloj
funcionaba. Era domingo. Y marcaba las seis.
Cuento reeditado.
31 comentarios:
Aunque no sea real, es verídico. Es una dura realidad que se vive muy de día en día. Ciertamente, m hiciste que saltaran unas pobres lágrimas. Mi cariño.
Genial!!, me pareció tan bueno el relato que me supo a poco.
Un brazo
María Rosa, el relato en primera persona llega directamente...La protagonista sabe mostrarnos la realidad y ese alma enamorada del turco, que nunca los dejó solos...Sus hijos se deshacen de sus recuerdos, pero ella, recupera el cariño y el tiempo en ese viejo reloj, símbolo de un buen hombre...Mi felicitación por esta bella y magistral historia, amiga.
Mi abrazo y mi cariño.
M.Jesús
Bonito el cuento que rescatas y nos ofreces.
Un abrazo.
Qué encanto de cuento. Cuanto puede el amor, a través de un reloj. UN abrazo y mis respetos. Carlos
simpática historia
saludos
Vaya con el Señor Omar el turco, de alma blanca y noble, me has emocionado y al llegar al final se me escapó una lagrimota.
Vaya que hijos le tocaron a esa buena persona, quiza quiso a sus demasiado que se olvidó de ser algo más recto con ellos.
Un abrazo.
Ambar
Belleza en tus letras, transmites tanto que hasta puedo ver ese reloj como símbolo de todo lo vivido y experimentado.
Un beso grande mi querida amiga.
Hermoso relato María Rosa.Creo que no existe nada más importante en la vida que la relación con tus semejantes.De esas relaciónes vamos aprendiendo a ser hombres y mujeres y gracias a ellas nos hacemos casi siempre mejores personas.
Por otra parte,está demostrado en todas partes de este mundo egoísta e insolidario, que siempre da más quien menos tiene...
Abrazos.
Desde luego no me ha dejado indiferente tu historia.
Qué de sentimientos has encerrado en ella: el amor secreto, las ilusiones olvidadas, las esperanzas marchitas, el respeto, la amistad...
Me ha encantado.
Besos.
Mi querida amiga, siempre por insignificante que sea hay o existe un objeto que trae buenos momentos y recuerdos. Estupendo relato te felicito.
Un abrazo con mi cariño y amistad.
Muy buen cuento. Es importante eso de la amistad, más allá o más acá de lo familiar.
Un abrazo.
Hermoso e interesante cuento que nos lleva a la reflexión, cuantos recuerdos en un objeto que parece insignificante y atesora una bella historia de amor y reconocimiento. Saludos!!!!
Maravilloso relato. uno de esos que la vida y los sentimientos nos recuerdan de cuando en cuando.
Feliz fin de semana.
Un abrazo.
Tus cuentos son preciosos de una gran sensibilidad, el turco era una buena persona.
Un abrazo.
Es un relato bellísimo y tú una excelente narradora. Y aunque no hagas poemas, eres una auténtica poeta. Todos tus textos están llenos de poesía.
Mi enhorabuena y abrazo
EMOCIONANTE, MUY EMOCIONANTE!!!
ABRAZOS
Entrañable relato de una historia real en todos sus aspectos... Y repetida miles de veces a lo largo de la vida.
Concretamente reloj y cadena y era lo que colgaba del chaleco de mi abuelo allá por 1956.
Un abrazo, Mariarosa.
Algunas cosas nunca cambian, un buen cuento, un buen recuerdo, la historia real, la ficción.
Excelente relato, María, como cada vez que paso por aquí.
Saludos
J.
Me encantó el final, cómo cierras el relato.Entrañable con imágenes claras y cálidas. Gracias por compartir.
Me ha encantado. Es un relato que deja una bella y sensible sonrisa a pesar de acabar en un cementerio. Gracias por rescatarlo. Un abrazo.
buenos días María Rosa.
Paso a saludarte disfrutar de esta reflexión, que nos hace pensar en la vida y darte un abrazo.
Ambar
Qué bello, María Rosa. Creo que fue una buena compra. Los relojes que marcan siempre las seis son leales, y merecen pertenecer a quien entienda de lealtad.
Feliz tarde
Bisous
Los amores silenciosos suelen ser los más leales, sea porque no se desgastan, sea porque no tienen intereses inmediatos.O bueno, eso cuenta la literatura. Genial narración,me ha gustado.
..Le agradecí ese amor silencioso hacia mi madre,..el amor y sus tantas formass de serr..imposible me resulta no emocionarme al leertee..no puedo salir ileso de esoo..graciasss por tantoo amigalmaa..queriéndote siempree
Amores silenciosos... son los más intensos Rosa. me ha encantado. Un fuerte abrazo y buen fin de semana. @Pepe_Lasala
Feliz fin de semana.
Un abrazo.
Una verdadera perla. ¡Qué buena conbinación de cotidianidad y arte!
Besps
Un relato triste pero precioso, Así es la vida, los más cercano a veces no saben valorar lo más preciado, Besitos.
María Rosa su tu cuento es magnífico, es una historia triste pero real, cuantos como el turco nunca sabrán que aquellos a quien amo, nunca lo tendría en cuenta como la hija de su amigo, realmente me ha gustado y emocionado, eres una excelente narradora, el premio más que premiado es una joya.
Besos
UNa historia hermosa
sucede mas de las veces que quienes tienen todo , nada valoran
siempre esperan mas sin el menor esfuerzo...
una significación profunda de amor incondicional
que tuvo su ganancia al saberte crecer y ver que salistes adelante...
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