jueves

Camino a lo desconocido.


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Salieron del bar  festejando las bromas de Miguel, que caminaba detrás de ellos, abrazado a una joven desconocida.
—Vamos Miguel —Gritó Luis y tomando de la mano a Gabriela, dejó atrás a su amigo, que seguía entretenido con su compañera.
Doblaron en una esquina y se encontraron frente a  una calle angosta, con árboles muy altos, cadenas de luces como un arcoíris los  envolvían. Troncos y ramas daban una imagen de fiesta y color.
Gabriela señaló  un local pequeño, que mostraba una vidriera abarrotada de coloridos enseres.
—Vamos a ver —dijo Luis.
Al entrar se encontraron frente a  un pasaje angosto,  entre estatuas de ángeles y dioses mitológicos que parecían seguir sus movimientos con mirada curiosa. Nadie salió a recibirlos. Sobre muebles pasados de moda, había canastas con monedas antiguas, Gabriela tomó algunas  y las examinó.
—Son  muy antiguas, algunas son de oro y  deben valer mucho.
Mientras ella observaba con interés las monedas, Luis se alejaba a contemplar otra mesa con  rollos  de papiros, pilas de libros enormes y tan gastados que hubiera sido imposible averiguar su edad. Siguieron  caminando  por un pasadizo, que cada tanto se bifurcaba  en nuevas sendas. Un fuerte olor a sándalo cubría el ambiente. Corrieron una cortina de seda roja y hallaron una mesa con varios  candelabros  y velas, muchas velas de diferentes tamaños y colores y coronando la exposición, sobre la pared, pinturas con personajes tan arcaicos, como desconocidos. El olor del ambiente era sofocante y las muestras de extraños objetos se multiplicaban a cada paso. Los pasillos se fueron convirtiendo en laberintos sin salida.
—¡Alguien que nos ayude, queremos salir!  —Gritó Gabriela.
Nadie respondió, los rodeaba  el más absoluto silencio. Se encontraron nuevamente con la mesa cubierta de velas y ante su asombro se fueron encendiendo solas. Gabriela  comenzó a temblar, se aferró al brazo de Luis. El olor a cera los ahogaba, daban vueltas  y vueltas sin hallar la salida, ni encontrar alguien que los guiara. Las luces se fueron apagando, el reflejo de los cirios era la tenue y única  iluminación. Apuraban el paso, pasaban de un corredor estrecho a otro más ancho y ante su sorpresa notaron que los pasillos  se iban cerrando a sus espaldas, mientras el humo de los cirios  se extendía  y los rodeaba, ahogándolos y sin permitirles respirar. Gabriela no soportó más,  perdió  el conocimiento y cayó en los brazos de Luis, que la cargó  y continuó buscando la salida. Las fuerzas lo abandonaron, cayó de rodillas y el peso de su compañera lo empujó hacía el piso  y allí quedaron, con apenas un suspiro de respiración  y sin conocimiento.

Los encontraron desvanecidos en la calle.  Los gritos asustados de Miguel los trajeron a la realidad. Sentados en el suelo se   apoyaron  en la pared,  mientras  Miguel y su compañera los miraban con los ojos enormes, sin encontrar explicación  al momento que estaban viviendo.  Luis intentaba abrir los ojos, le pasaban los párpados y todo le daba vueltas, la calle; los tilos  de la vereda. Gabriela temblaba, se miraron, no comprendían  cómo llegaron allí.
—¿Dónde se habían metido? —la voz de Miguel los urgía a responder.
—No sé que nos pasó… —dijo Gabriela.
—Ustedes tomaron demasiada cerveza y seguro que  fumaron algún porro —les reprochó Miguel.
—No fumamos nada y apenas tomamos una cerveza cada uno.
—Entramos en un negocio de venta de artículos antiguos —dijo Luis—  y mientras recorríamos los pasillos, algo misterioso sucedió de pronto, el miedo nos paralizaba y no podíamos hallar la salida.
Luis miraba a ambos lados buscando el negocio al que habían entrado.
—Doblamos en esa esquina y el  local estaba allí… —dijo señalando un edificio de departamentos.
—¿Están seguros que fue en esta calle?
Si estaban seguros y lo peor que no les creían, Miguel seguía acusándolos de haber bebido.
Luis se levantó tambaleante, ayudó a Gabriela y dijo:
—Ya estoy dudando de mí mismo, no sé que nos pasó.
—Yo no dudo, sé que entramos en un local de cosas viejas, no entiendo porque  motivo ha desaparecido, pero estoy segura de lo que vivimos —dijo mientras mostraba en su mano extendida un puñado de monedas de oro.




19 comentarios:

Unknown dijo...

¡Guauuu ! María Rosa ! estas cosas me fascinan. me encanta tu cuento.
Acá con este magnífico final abierto, cada uno teje su propia novela.
¡Precioso !
muchos besos asustados.
¡Feliz jueves !

Charlie El Balsero dijo...

Este tipo de historias donde una especie de tiempo en que nada funciona (muy parecido al triangulo de las bermudas) me fascinan... uno juega y piensa cualquier cosa y hasta llega a hacer que la historia sea de uno.

Me encantó.
Solo revisa un error de dedo que se te fue al inicio del parrafo donde dice: —¡Alguien que no ayude, queremos salir! —Gritó Gabriela.
Le faltó la s a no...

Besos
CArlos

Mª Jesús Muñoz dijo...

Maria Rosa, tu historia nos abre la puerta a otras realidades, que están cerca de nosotros y pasan desapercibidas...La vida a veces nos sorprende a la vuelta de la esquina...Impresionante e impactante. Mi felicitación y mi abrazo inmenso por tu maestría y tu facilidad para hilvanar y coser historias misteriosas, amiga.
M.Jesús

Antorelo dijo...

Me ha encantado tu relato de hoy, bueno el de hoy y los de siempre, esa mezcla la realidad y fantasía. Los finales abiertos espolean la imaginación del lector. Un abrazo.

Pluma Roja dijo...

Un buen relato para película.

Creo que he visto algo así en algún lugar y en otro tiempo.

Saludos María Rosa.

Anónimo dijo...

Hasta antes de la última línea yo me iba por la teoría de la bebida (o alguna droga quizá). Ya ante la resolución de tu texto... me quedo muda y mejor me alejo despacito, sin hacer ruido... sea que me encuentre con el local aquel jejejejejjee :s :s :s

Lapislazuli dijo...

Se quedo con la prueba
Muy bueno
Anrazos

José A. García dijo...

Algunas historias mejor creer que han sido producto de los vahos del alcohol...

Pero si están bien escritas, mejor que sean literatura, como en éste caso.

Saludos

J.

cachos de vida dijo...

Fantástico relato, tanto por el tema como por su desarrollo escrito. Felicidades.
Feliz fin de semana.
Un abrazo.

José Manuel dijo...

Me encantó el halo de misterio que nos deja el final.

Un abrazo

Joaquín Galán dijo...

Me vinieron a la mente los agujeros de gusanos,esos que dicen existen en el espacio-tiempo y que te llevan a otras dimensiones paralelas.
Muy interesante,María Rosa.

Un abrazo

Mirella S. dijo...

Menos mal que les quedó la prueba de las monedas que confirmaron que el negocio existía... en alguna dimensión que solo ellos pudieron traspasar.
Buenísimo, Mariarosa, imaginativo y con suspenso.
Un abrazo.

Bertha dijo...

¡Tensión y sorpresa!

A lo largo de este relato ya pensaba lo peor.Esto quedara entre los dos:las monedas sus testigos...

Que maravilla es que mantienen la tensión hasta el final, me encanta este subidón.

Besos y desearte unas Felices Fiestas Mº Rosa.

Diana de Méridor dijo...

Un recuerdo para atesorar eternamente. Esas monedas tal vez puedan un día hacer que se regrese al misterio.

Feliz tarde.

Bisous

TIGUAZ dijo...

Que preciosidad, que encanto, cuanto ingenio. Ni admiración y cariño desde tú otra casa. Un beso.

Anónimo dijo...

Clap....Clap....Clap....Extraordinario.....Saludos
Juan A. Petta

Sor.Cecilia Codina Masachs dijo...

Hola María Rosa, un relato que me ha tenido en vilo hasta su final.¿ Fue una realidad?Las monedas de oro estaban en sus manos.
Gracias por tu visita a mi casa.
Te deseo una feliz Navidad.
Un gran abrazo.

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Tal vez era una trampa para atrapar a incautos ambiciosos. Pero pudieron escapar, alguien o algo los ayudó, tal vez no eran quienes deseaban atrapar.
O tal vez era necesario que se conociera ese misterio, para crecer como una leyenda.

Carlos Augusto Pereyra Martínez dijo...

Siempre hay un indicio que escapa a la racionalidad del misterio: en este caso las monedas. UN abrazo. Carlos

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