miércoles

El museo

 

EL MUSEO. Cuento.

El problema del museo no era su vejez, era el abandono en que lo había sumido la desidia de sus últimos directores y la poca colaboración municipal.

Mi trabajo no era agradable, ni para mí, ni para los que me recibían en esa tarde de invierno; fría y con anuncio de lluvia. El cielo era una capa oscura, que por momentos se estremecía con el zigzag de luces que dejaban entrever las nubes anunciando el trueno cercano.

En la Municipalidad el único que me atendió con una sonrisa fue el intendente, de los empleados recibí miradas extrañas que no supe definir.

Y allí estaba yo, con una orden de la gobernación,

para evaluar qué convenía, si restaurar el edificio o tirarlo abajo. Sus obras pictóricas estaban resguardadas en un depósito del municipio y sus empleados luchaban por no perder el trabajo, ya se había producido un grave accidente  y nadie quería que se repitiera.  Al salir de la oficina del intendente, la secretaria me acompañó hasta el ascensor y al despedirse me dijo:

—Usted tiene mi celular, cualquier problema me llama, recuerde que mi nombre es Carla y por favor, no vaya sola al museo.

El elevador cerró sus puertas y quedé  sorprendida y sin  entender el sentido de sus últimas palabras.

Salí a la calle y todavía me duraba el estremecimiento. ¿Qué me había querido decir? Llegué al museo  bajo una lluvia fina que dificultaba la visión, y un viento que me helaba el cuerpo, a pesar de mi abrigo. Al entrar, un señor  se acercó, me presenté y expliqué el motivo de mi visita.

—Ya me avisaron —dijo sin saludarme y su cara demostraba el fastidio que mi presencia le causaba. ¿Qué le sucedía a la gente de este pueblo?

El hombre tomó una linterna que colgaba de la pared y me dijo con muy poca amabilidad:

—Adelante señora, yo la voy a acompañar, soy el encargado del museo desde hace treinta años. Me llamo Miguel Ramírez, observe bien, ya hubo un derrumbe, fíjese dónde pone los pies…

Miguel caminaba  sin volverse,  pude observar que cojeaba de la pierna derecha. Me fue mostrando los diferentes recintos, con palabras parcas me explicaba que en todos los salones había problemas  por falta de mantenimiento. En una de las salas encontré el derrumbe  de una  pared interna, habían apuntalado el techo  con maderas; pero se apreciaba lo precario del trabajo, en cualquier momento volvería a repetirse un nuevo accidente. Tomé fotos desde todos los ángulos, el estado actual era muy peligroso.

—¿Cuánto hace de esta situación? 

—Años —dijo con voz áspera— .Pregúntele a los intendentes, por qué sucedió esto… Agregó sin volverse a mirarme.

En los siguientes salones encontré que la lluvia entraba por los vidrios rotos y por el desnivel del suelo que era más bajo que el patio. Todo era una calamidad. Miguel no respondía a mis preguntas, sólo se movía de un lado a otro mirándome con ojos torvos.

—Miguel, yo no tengo la culpa de lo que  sucede en el museo, el lugar está mal desde su inicio y peor  mantenido, es un peligro para usted y para los visitantes, vamos a tener que tirarlo abajo.

De pronto, se volvió y me preguntó:

—¿Por qué cree que estoy rengo?

No respondí.

—Por culpa de esa pared que se vino abajo y me cayó encima, me pasé seis meses en el hospital. Acá trabajaba mucha gente, hasta ahora están cobrando su sueldo; pero  si cierran el museo… ¿qué van a hacer?

—La municipalidad tiene la obligación de darles ocupación en otras aéreas— le dije.

—Qué clase de arquitecta estúpida es usted que se cree semejante cosa, nadie se hace cargo de nada, acá acomodan sólo a los amigos — y, mientras se alejaba, lo escuché murmurar algo que no entendí.

Estaba indignada, de pronto una madera salida no sé de dónde cayó sobre mi hombro  y otra me golpeó en el tobillo; el dolor fue terrible, no  podía contener las lágrimas. Traté de llegar a la salida buscando el camino menos peligroso  y  soportando a duras penas el malestar de mi pie. Miguel había desaparecido, al salir me detuve en la mesa de entrada y lo llamé:

—Miguel… Miguel…

Ninguna respuesta. Intenté retirarme y hallé la puerta cerrada con llave. La rabia del momento hacía que mi cuerpo temblara, no sé si de frío o indignación. Busqué el celular y llamé a Carla.  Media hora después llegó la secretaria del intendente, abrió y, con gesto burlón, me dijo:

—Le avisé que no viniera sola…

—Todavía no entiendo qué me quiso decir —respondí con fastidio.

—Acá hubo un derrumbe hace años y desde entonces nadie entra, por eso las obras están inconclusas. ¿Qué le pasó? —Preguntó al ver el barro en mi abrigo.

—Una tabla me cayó encima y otra sobre el tobillo.

—La sacó barata, vamos, salgamos de aquí, este lugar me pone nerviosa —exclamó la mujer y, mientras caminábamos rumbo a la municipalidad, me dijo:

—Deben tirar abajo ese museo, está maldito.

Me sorprendió que hablara de esa forma.

—No entiendo qué quiere decir, fue una casualidad que la madera cayera sobre mí, la lluvia debe haber aflojado los apuntalamientos y la caída fue imprevista, si recorrí el museo acompañada por el encargado y nada sucedió. Luego él desapareció y me dejó encerrada.

—¿Qué encargado…?

—Miguel.

Me agarró del brazo  y apuró su andar

—No corra, no puedo caminar a su ritmo —le dije.

Guardó silencio hasta que llegamos a la municipalidad, le comenté que llevaba las fotos para que un equipo de arquitectos evaluara qué se iba a hacer con el edificio.

—Por favor, que lo destruyan, hace dos años hubo un derrumbe, murieron seis personas que trabajaban en el apuntalamiento, uno de ellos fue Miguel, el encargado. Tendrán que buscar otro lugar para construir el nuevo museo.

Creo que mis ojos deben haber sido dos enormes monedas abiertas por el asombro, nuevamente un escalofrío bajó por mi espalda y no encontré palabras para responder. Ella  viendo mi cara me dijo:

—Vamos a mi oficina.

Me preparó un café, que agradecí, lo necesitaba; ella intentaba explicarme algo, daba vueltas. Comprendí que no encontraba las palabras, era tan loco lo que estaba pasando, que ni ella ni yo lo entendíamos...

—Hace años que trabajo en esta municipalidad, he sido  secretaria de los dos últimos intendentes, y desde hace años escuché a los viejos vecinos  hablar sobre los misterios del museo, investigué la historia del lugar; allí existió en el siglo XVIII un camposanto. Al crecer el pueblo no quedaba bien  un cementerio en pleno centro, lo trasladaron al cementerio del Norte. El  predio quedó vacío varios años, luego construyeron  una Iglesia… que se vino abajo, la renovaron y tiempo  después y sin explicación lógica hubo otro derrumbe.

—¿De dónde sacó esos datos? —pregunté.

—Se olvida que trabajo en la municipalidad, en los archivos está toda la vida de este pueblo —prosiguió—.La leyenda popular decía que no se habían sacado todos los cuerpos y que esa tierra estaba  maldita —hizo silencio— en 1940 levantaron el museo y hace unos años  se repitió el caso. ¿Entiende ahora por qué deben echar abajo ese edificio…?

No supe qué responder.

La saludé y me fui con el corazón dolorido por semejante explicación. Salí a la calle estremecida de temores que me obligaban a mirar hacia  todos lados; desconfiaba de cada persona que pasaba a mi lado y me preguntaba: ¿Cómo voy a explicar a los arquitectos  semejante historia de muertos y  derrumbes y con qué cara les digo que un fantasma me acompañó a recorrer el museo.…?

 

 

 

 

 

 

 Cuento reeditado.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


15 comentarios:

Carlos Augusto Pereyra Martínez dijo...

La fatalidad y el misterio de las viejas construcciones, como este museo legendario que, deja huella para la motivación de tus cuentarios. UN abrazo. Carlos

Rafael dijo...

Me sonaba de haberlo leído hace tiempo y ha sido un placer volver a tus letras y seguir este curioso relato. Felicidades María Rosa.
Un abrazo.

Susana Moreno dijo...

Muy bueno. Un beso

Citu dijo...

M e gusto el cuento a pesar del fantasma o por él Te mando un beso.

Soñadora dijo...

Mariarosa, tus historias siempre me atrapan, escribes de maravilla.

Abrazo

Ernesto. dijo...

Es lo que tienen los muertos que no están "bien" muertos...
Te los puedes encontrar en cualquier sitio... :))))))
Abrazos Mariarosa.

Rebeca Gonzalo dijo...

Aunque poco antes de que se revelase el misterio, ya intuía en cierto modo la naturaleza de Miguel, eso no le quita méritos al relato.

Me has tenido enganchada de principio a fin. Me gusta mucho lo bien que te desenvuelves intercalando diálogos. A mí me cuesta muchísimo.

Un relato formidable. Un placer leerte.

Hada de las Rosas dijo...

Como va aumentando la tension en la historia..! mezcla de suspenso, misterio y horror sobrenatural que me tuvo al borde del asiento, mariarosa.
Los fantasmas estaban enojados pero la funcionaria no tiene nada que ver :)

Un beso y feliz noche.

Cabrónidas dijo...

La verdad es que el fantasma me cae bien.;)

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Recuerdo haberlo leído.
Tiene un efecto inquietante.
Un abrazo.

José A. García dijo...

Concuerdo con el Demiurgo, inquietante, como para revista de literatura de terror.

Saludos,
J.

Lu dijo...

Me preguntaba adónde aparecería lo extraño, inquietante o sobrenatural...
¡Y no intuí que sería el portero!
Cómo siempre me tuvo enganchadisima y expectante tu relato!!

Tengo un relato breve sobre sucesos acaecidos en la Patagonia en casas construidas sobre lo que fue un camposanto de los pueblos originarios.
Pronto lo volveré a publicar
Abrazo

Laura. M dijo...

Sabes bien engancharnos. Que bien dialogas en los cuentos. Muy buen el suspense. Gracias por hacer tan buenas historias.
Feliz Pascua Mariarosa.
Un abrazo.

Conchi dijo...

He leído tu cuento con intriga e inquietud y, el final me ha puesto los pelos como escarpias.

Abrazos.

Juan L. Trujillo dijo...

Vengo de leer a la amiga Tracy, que hoy nos habla de una biblioteca recién construida en su Córdoba, (España), natal.
Un museo que se cae a pedazos, con una historia deprimente, aunque muy literaria y una biblioteca que nace, entre la vegetación y el latido.
Principio y final, alfa y omega, nacer y morir: en definitiva, la vida.
Besos.

En una librería de la calle Corrientes.

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