sábado

Desde el ayer.


 

 Desde el ayer.

 

El empleado de la municipalidad me había dado la información justa: esa casa está abandonada desde hace años, si usted paga los impuestos y pide una moratoria de lo atrasado, puede ser suya; nosotros buscamos herederos, pero no los encontramos, aparte… —dijo, bajando la voz y en tono de misterio— con lo que pasó en esa vivienda, nadie quiere entrar, usted sabe… ¿no?

Le dije que sí, que sabía y que no le daba importancia a esos rumores, pero la verdad es que ignoraba la historia.

 

Un vecino que había sido el guardián de la casa durante casi veinte años, recibió una llamada de la municipalidad para que me  entregara la llave. Luego de verificar mis datos, la puso en mis manos  con un suspiro de alivio.

—No vaya de noche —me dijo— suele haber ruidos extraños, es mejor entrar con la luz del día, la oscuridad agranda los miedos.

Alzó los hombros  en un gesto que no entendí y agrego:

— Por cualquier cosa que necesite estoy a sus órdenes, me llamo Ignacio Céspedes.

 

Fui por la mañana.

Abrí  la casa y me recibió un olor a vejez, humedad y abandono, una laucha cruzó cerca, trepó la pared y desapareció entre las maderas del techo. Recorrí la planta baja y no hallé nada misterioso, sólo ratas y telarañas por doquier y muebles abandonados.

En el piso alto, encontré  dormitorios y un baño deteriorado por el paso del  tiempo. Abrí las ventanas para que aire fresco mejorara el ambiente. En la pared de uno de los cuartos,  la pintura de una hermosa  mujer me miraba y sonreía, me dio la sensación de que sus ojos me seguían. Revisé los cajones de un ropero, abrí y cerré puertas y no encontré nada interesante.

Miré debajo de la desvencijada cama y, en el momento en que me inclinaba, la ventana se cerró con estruendo y el cuadro, cayó al suelo. La sorpresa me dejo helado, quedé de rodillas observando a mi alrededor, estaba solo, o al menos eso creía, el sobresalto me puso la piel de gallina y allí no terminó mi malestar, la cara de la mujer del cuadro había cambiado, un rictus curvaba su boca y fruncía su entrecejo.

Decidí irme, bajé saltando los escalones de  dos en dos, y como si algo me tirara para atrás, me detuve frente a la puerta, mi cabeza era un torbellino de ideas, al fin; volví a subir.

Levanté el cuadro, la imagen seguía sonriendo y  no se había dañado con la caída, volví a abrir la ventana y fui a la otra habitación. Nada había en ella, solo tierra y restos de un diario, lo levanté. Era  del 29 de  junio de 1999.

Me dirigí a la casa de Ignacio, el vecino que había cuidado de la llave tantos años. Tendría unos setenta años, usaba ropa muy holgada, que Le daba mayor volumen a su figura, su cara regordeta,  se contrajo en un gesto de fastidio al verme.

—¿No me diga que se arrepintió y me va devolver la llave?

Sonreí.

—No. Sólo quiero hacerle algunas preguntas.

Pasamos al interior de su casa, me llamó la atención lo ordenada y limpia, original en un hombre solo.  Me invitó con un café. Acercó una silla a la mesa y mientras la cafetera comenzaba a burbujear, me preguntó:

—¿Qué quiere saber?

—¿Qué sucedió en esa casa? Todos me hablan de algo terrible, parece que les diera miedo profundizar el tema…

—Allí vivían los Zamudio, una familia en apariencia muy tranquila. Don Pedro y Marisa su esposa;  y dos hijos; Jacinto y Clara. El joven estudiaba en la ciudad llegaba los viernes por la tarde  y se iba el domingo a la noche…

Ignacio sirvió el café y acercó un plato con masitas y me dijo:

—Las cocino para no aburrirme en tanta soledad —respiro hondo, bebió un sorbo de café y comenzó a hablar— .No me gusta recordar de la historia de los Zamudio, la chica estudiaba pintura, por las tardes la veía en el patio de la casa, preparaba un caballete y se pasaba horas embebida en  su trabajo, era muy buena en su tarea, cada 6 de julio día de mi cumpleaños me regalaba una tarjeta pintada con sus acuarelas. El padre era abogado y tenía el estudio en la casa, y la madre siempre estaba encerrada, nunca se la veía, hasta ahí, una familia normal.

Quedó en silencio, saboreando el café, me miró y movió la cabeza en un gesto que no entendí.

—Me cuesta hablar de ciertas cosas.

—Si quiere lo dejamos para otro día —dije al ver su cara contraída— no quiero importunarlo.

—Siempre me va a resultar igual. Es un tema difícil, se lo digo de un tirón; el padre,  abusaba de la chica y cuando se enteró el hijo mayor, hubo una discusión muy fuerte, el padre intentó golpearlo y el muchacho le dio un empellón, con tal mala suerte que al caer, el viejo dio con la  cabeza contra el borde de la salamandra, fue un golpe tremendo, murió en el acto. Los chicos desaparecieron, según dijo la madre, aterrorizados antes la idea de pagar con cárcel una muerte que no les pertenecía, nunca se los pudo encontrar… aunque… —, intentó decir algo, pero guardó silencio.

—¡Dios mío que drama!

—Esa chica era un ángel, tan bonita y buena, no me explico como un padre puede llegar tan bajo, todos en el pueblo nos preguntábamos: ¿Cómo la madre no vio lo que sucedía? Eso es todo, luego, la leyenda popular fue tejiendo misterios que no sé,  si fueron  reales, pero por las dudas,  nunca entré a la casa.

Me puse de pie con intención de irme y don Ignacio, agregó:

—Cuentan que el espíritu del padre sigue buscando a su hija por la casa, esos son los ruidos y gritos que suelen escucharse algunas noches.

Me estremecieron sus palabras, y recordé el cuadro  y la ventana que se cerró sola, preferí no comentarlo y me despedí.

 

Me llevó meses el  arreglo de la casa, durante ese tiempo nada sucedió, comencé a creer que los extraños acontecimientos  que los vecinos contaban no fueron más que invenciones de alguien muy imaginativo y que al ir de boca en boca, se transformó en una fábula; aunque a veces la idea de que alguien me acompañaba me hacía volverme y nada veía, seguramente eran perturbaciones mías.

Aquel cuadro de la mujer, era una buena pintura, lo dejé en la habitación donde lo había encontrado, me gustaba contemplarla, era una mirada serena que seguía mis movimientos.

Una tarde  salí a caminar por la playa acompañado por don Ignacio. Hablamos de política, de la situación del país, al fin caímos en la historia de la familia Zamudio.

—Creo que el espíritu de esa chica anda por la casa —dije sin analizar demasiado mis palabras.

—Mire, yo creo que debe ser su imaginación, no creo que ella este muerta…

Dejó el comentario picando en el aire y le pregunté:

— ¿Por qué lo dice?

—Hace varios  años, durante un verano, se acercó una mujer a la  vivienda, se detuvo en la vereda, iba de un lado a otro, pero no cruzaba el portón que estaba abierto. Me acerqué y le pregunté qué buscaba, respondió con un movimiento negativo de cabeza y se alejó. Habían pasado más de quince años, el color de su pelo era otro y varios kilos de más no lograron evitar que la reconociera, sus ojos seguían siendo tan bellos como antes; era Clara.

El asombro no me permitió hablar, Ignacio continuo:

—Cuando reaccioné, la seguí y fue imposible, ella había subido a su coche y se perdió de mi vista. Busqué mi camioneta  y me largué a buscarla, recorrí los cinco o seis hoteles, este es un pueblo pequeño, no me costó trabajo reconocer su auto estacionado en una hostería. Bajé y ocupé una mesa en un bar cercano. Se hizo de noche y ella no apareció.

—¿Está seguro que era ella? —pregunté.

—Si era Clara, me fui a mi casa y al día siguiente volví, el coche no estaba. Entré en la hostería a preguntar por la señora Clara, uno de los empleados que atendían la mesa de entrada, me dijo que ya se había retirado. Les mentí, argumentando que era un artesano y que necesitaba entregarle un trabajo que ella había encargado…  Me explicaron que vivía en Buenos Aires, no me quisieron dar la dirección, al fin después de mucho hablar y con una generosa propina, conseguí su teléfono.

—¿Y la llamó?

—Por supuesto, le dije quien era y negó conocerme. “Yo la reconocí —le dije—. Usted ingresó en la hostería con su nombre, son demasiadas coincidencias, sólo quería decirle que el caso de su padre se cerró hace años y que el fiscal lo catalogó como <muerte por accidente>” Guardó silencio por unos minutos y al fin me dijo:

—Mi hermano y yo estuvimos todo estos años en Paraguay, él se quedó en Asunción y yo regresé, no sé por qué lo hice, quería ver la casa, quería prenderle fuego, destruir tantos malos momentos, pero no pude hacerlo y me fui.

—Una mujer extraña —dije—. ¿No volvió a saber de ella?

—De esto hace cuatro años y desde entonces, el día de mi cumpleaños recibo una tarjeta pintada a mano y una palabra…gracias —guardó silencio… y mientras miraba el horizonte, me dijo— por eso le digo que no es Clara la que  despierta su inquietud…

—¿Y entonces, estoy loco?

Ignacio se largó a reír y yo con él. Regresamos con la ayuda de un viento helado, que nos empujaba, él fue a su casa y yo regresé a la mía.

 

Decidí que sólo había una forma de terminar con tantos misterios. Invité a Ignacio a tomar mate y a que me ayudara a quitar  de la casa todos los muebles que había encontrado al llegar, en especial el cuadro de aquella mujer tan hermosa, pero antes le pregunté a Ignacio; ¿Quién era ella? Al verla, se sorprendió, no conocía esa pintura.

—¿En tantos años nunca había subido al piso superior? —Le pregunté.

—No, es la primera vez que entró. Ya le expliqué que esa casa me producía terror, así que la abría para los posibles compradores y yo esperaba afuera. Hoy es distinto…

—Distinto por qué.

—No sé…

—¿Es Clara la mujer del cuadro?

—No. Es la madre de Clara, tan mala como su esposo, ella no pudo estar ajena a lo que el viejo hacía —dijo Ignacio con un gesto de asco— por suerte murió poco después de que los chicos escaparan.

Otra vez, me estremecí escuchando a Ignacio.

—¿Cómo murió?

Él se sentó y mientras yo preparaba el mate y lo escuchaba  en silencio, regresó a la historia de la familia Zamudio, que siempre me sorprendía.

—Apareció ahogada en la playa, fue extraño, era buena nadadora. Apenas amanecía, se metía al agua, fuera invierno o verano, y luego regresaba caminando por la costa.

—¿Alguien habrá tomado justicia por mano propia?

—Tal vez o tal vez comprendió lo terrible de su proceder y se mató, o fue un accidente. ¿Quién puede saberlo? Lo cierto que se encontró su cuerpo sin vida en la playa cercana a su casa.

Continuamos la ceremonia del mate en silencio.

Ignacio me ayudó a desarmar los viejos muebles y todo lo que había encontrado al llegar, hasta aquel diario del 29 de junio de 1999, que sirvió para ser la puntada inicial de las llamas, le acerqué un fosforo y pronto las lenguas rojas se fueron elevando y envolviendo las maderas. Colocamos el cuadro de la bella mujer sobre el fuego y ante nuestro asombro, su cara comenzó a contraerse en un gesto de dolor, una inquietud, mezcla de espanto nos hizo retroceder. Cuando todo quedó reducido a un puñado de cenizas, observé la cara de Ignacio, era de una inmensa paz, sin verme, imaginé que  igual estaría yo.

Días después, Ignacio llamó a Clara y le dijo que habíamos quemado todo lo que  había pertenecido a la casa, hasta el cuadro  que ella había pintado y nada quedaba de aquel ayer tan turbio, la escuchó llorar… y simplemente dijo: gracias y cortó.

Hace unos días, fue 6 de julio, llegó la consabida tarjeta de cumpleaños para Ignacio, esta vez trajo un mensaje: “Regreso a Paraguay con mi hermano, gracias por todo. Clara.”

 Aquel día  que Ignacio y yo quemamos los muebles, el cuadro y cuanto había pertenecido a los Zamudio, juntamos las cenizas, las embolsamos y nos quedamos mirando con una sonrisa de alivio, cuando el camión de los residuos se las llevó.

Esa noche agotado, me bañé y me acosté.  A medianoche un fuerte ruido me despertó, venía de la habitación de al lado, me acerqué y descubrí en el suelo el cuadro de la mujer sonriente, que horas antes había visto desaparecer bajo las llamas. Creí enloquecer, bajé las escaleras y allí estaba todo lo que habíamos quemado. Corrí a la casa de Ignacio y juntos comprobamos no había sido mi imaginación, los dos vimos lo mismo; ¡Allí estaban los viejos muebles!

Junté mis pertenencias, cargué mi mochila y antes de salir levanté del piso, el diario del 29 de junio de 1999, le prendí fuego y abrí las llaves de gas.

Entregué la llave a don Ignacio, que me miraba tan aturdido como yo, y me fui calle abajo acompañado por el aullar de las sirenas de los bomberos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

19 comentarios:

Susana Moreno dijo...

Muy impresionante. Un beso

Rafael dijo...

Relato muy bien narrado y que me recuerda la gran facilidad que tienes para crearlos. Te felicito.
Un abrazo y feliz fin de semana.

Enrique TF dijo...

Relato intrigante, apasionante y magnífico, Maria Rosa.
Me has tenido en vilo durante toda la lectura.
Escribes de maravilla.
Gracias.

Campirela_ dijo...

Me has tenido pegada sin pestañear jajaj. Muy buen relato, guarda el misterio hasta el final.
Gracias mariarosa.
Un besazo.

Carlos Augusto Pereyra Martínez dijo...

No quedaba otra manera que el fuego total, para exorcizarla. Un abrazo. Carlos

Citu dijo...

Me gusto la historia. Te deja en suspenso todo el relato. Te mando un beso.

Elda dijo...

Que buena historia María Rosa, he estado toda la lectura ansiosa para ver cómo terminaba. Me ha parecido genial, y como siempre tu forma de escribir, de lujo.
Me ha gustado muchísimo.
Un abrazo y buen domingo.

Alfred dijo...

¿Consiguió quemarla del todo, al final?

Un abrazo.

Juan L. Trujillo dijo...

El fuego, que lo purifica todo, o al menos lo soluciona.
Brillante relato, te mantiene en tensión durante toda la lectura... y después.
Besos.

Hada de las Rosas dijo...

Buenas noches, amiga, que tal!
me pusiste los pelos de punta con esa casa abandonada y los Zamudio, los secretos, las tragedias y presencias sobrenaturales... uf es fuerte esto. No falta nada, la pintura la quema de objetos, el abuso, la culpa, el retorno de Clara... si que sabes como mantenernos en suspenso, amiga. Excelente cuento.

Un abrazo grande.



Lu dijo...

Ayy! ya lo han dicho pero ¡también a mi me mantuviste con la "respiración cortada"!
Es magistral como manejas el suspenso Maríarosa.
Excelente cuento...¡impensado el final!
Abrazo
¡buena semana!

Conchi dijo...

Me encanta el suspense tanto en películas como relatos, lo has escrito magistral MaríaRosa.

Abrazos.

Meulen dijo...

Una historia muy bien hilada, se puede decir tanto de todo ello...en todo queda la maldad y afortunadamente puede que con el fuego se extinga todo, pero eso nunca se sabe.

Un abrazo.

Auroratris dijo...

Un relato impactante, Mariarosa. He sentido la inquietud de la historia. Es estremecedora y muy bien narrada. La he disfrutado mucho.

Mil besitos y muy feliz finde ♥

Teo Revilla Bravo dijo...


No había entrado en tu blog, ha sido pura casualidad, pero comenzado a leer me quedé hasta acabar este relato misterioso tan bien urdido y desarrollado. Me agradó, Maria Rosa.
Saludos y buen fin de semana.

stella dijo...

Bueno....me he quedado suspendida en este relato hilvanado con maestria y suspense, me ha gustado mucho mariarosa
Un abrazo

Cabrónidas dijo...

Confiemos en que los bomberos no lleguen a tiempo.:)

Raul Ariel Victoriano dijo...

Muy buen cuento, María Rosa, me gustó mucho la trama y los diálogos fluidos y, en especial, lo bien que está lograda la personalidad de Ignacio. El narrador-personaje, además no tiene fisuras y logra sus dos misiones a la perfección. Mis felicitaciones.
Ariel

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Toda una tragedia suceedió en esa casa.
Por lo menos, se le hizo justicia a la hija pintora. Aunque yo no habría quemado el cuadro.

La chica de la heladeria

      —La vida es un circulo, todo se repite —me dijo mientras cruzábamos la plaza San Martín, bajo un   tibio sol de otoño—   una tarde...