La vida es una vieja astuta.

 

Tres años separados y recordándose con rencor.
Celina y Pablo no volvieron a verse, ni lo intentaron.

Y la vida, vieja ladina, quiso reírse de ellos y una tarde de lluvia, Celina se resguardaba de la tormenta que empujaba con furia su paraguas, Pablo caminaba apurado rumbo al garaje, tropezó con una baldosa  y cayó de rodillas ante su ex amor; se encontraron, se descubrieron.
Fueron a tomar un café.

Pablo la encontró más bonita con el pelo claro, había algo diferente en ella que no pudo descubrir  y le interesó. Celina lo halló más serio, maduro, hablaba con suavidad, aquella voz estridente que tanto la molestaba había cambiado.
Él se ofreció a  llevarla hasta su casa, el mal tiempo arreciaba con ganas de seguir hasta tarde, en el viaje se enteraron que los dos seguían solos, ella lo invitó a cenar.

Prepararon juntos una comida rápida, celebraron el encuentro con una copa de champan,  y sin motivo se besaron y se volvieron a besar y el sabor fue otro, hasta el abrazo fue diferente, es que la vida, como les decía es una vieja astuta, seguía jugando con ellos.

 

El primer rayo de luz mañanero los despertó. Se levantaron apurados el sabor de la pasión perduraba, no querían separarse, pero la oficina la esperaba a ella y el estudio de diseño a él.
Pablo fue a la cocina y con  pereza preparó el café, un grito de Celina lo sobresaltó, corrió a la habitación y la encontró riendo, al verlo, dijo abriendo los brazos:
—Es sábado, hoy no se trabaja...

Lastima de café que hirvió hasta que la cafetera dijo basta.