martes

Una moneda de diez céntimos.




Fue  el padre de Marisa  Casenave,  él que me regaló la moneda  acuñada  en España allá por la década del cuarenta o  cincuenta.
De un lado llevaba un jinete armado con una lanza  y del otro un escudo y su valor era de diez céntimos. La importancia del regalo estaba en  lo que me dijo: “Guardá está moneda, es de buena suerte, procura  que te acompañe siempre. No se la doy a mi hija porque no cree en  los amuletos, mejor dicho no cree en nada. Sé que la vas a cuidar, yo escapé de muchas y hasta me salvó de una bala que la dejó algo deforme, la llevaba en el bolsillo del saco, sobre mi pecho.  Es leal con quién la cuida.  Me la dio una gitana y me vaticinó que con ella lograría escapar  de España, me la tenían jurada por haber intervenido en la crisis universitaria del 56”.
Acepté la moneda y la guardé  bajo la mirada burlona de Marisa, quien al salir a la calle me dijo; “Vos y mi viejo son tal para cual, creen en cualquier verdura”. Creo que estaba algo celosa.
Pasaron los años y la moneda como una reliquia  me acompañó siempre. En la década  del 70, bajo la turbulencia de nuestro país en llamas, siempre fue mi compañera.
Durante las requisas  callejeras que  nos sorprendían al salir de la facultad y,  mientras la autoridad  revisaba mis documentos y me miraba con desconfianza, yo acariciaba la moneda en mi  bolsillo, rogando que no descubrieran mis originales para las proclamas, o algún comprometido mensaje que bien escondido en mis carpetas, jamás las encontraron.
Una noche, al bajar de mi coche,  un ladrón, arma en mano, me arrancó la cartera, en ella iba mi moneda.  Durante más de veinte años me había acompañado, sentí su pérdida como se siente perder una parte de la propia historia.
Meses después al comprar en la calle un ramo de jazmines, entre las monedas del vuelto, recibí la querida  moneda española de diez céntimos, era la misma, con la torcedura que la bala le había dejado. El florista, un hombre mayor, no entendió mi reacción ni mi grito. Se quedó perplejo y me preguntó: ¿Le di mal el vuelto? Negué  con la cabeza y me fui emocionada, un humilde ramo de jazmines había sido el motivo para que la moneda regresara a mis manos.
Recordé las palabras del papá de Marisa  “Es leal con quien que la cuida.”


25 comentarios:

Campirela_ dijo...

Que hermoso lo que dices ..los amuletos son para aquellos que creen en ellos y la moneda como ser inanimado sentía algo que la llevo de vuelta a las manos de esa persona leal ..
Me encanto y me quedó con la moraleja "ser leal tiene su recompensa".
Feliz noche y recibe mi abrazo.

Ester dijo...

O se cree o no se cree, queda aquello de "por si acaso" La lealtad es un valor generoso que suele premiarse cuando menos lo esperas.Un abrazo grande

Rafael dijo...

Por un ramo de jazmines...
Un abrazo.

lanochedemedianoche dijo...

Sabes María rosa yo tengo una pequeña medalla del arbol de la vida, y no la dejo nunca, así que tu bello escrito es muy lindo y sabio.
Abrazo

Margarita HP dijo...

Madre mía María Rosa, esas son las cosas que yo siempre digo que son auténtica magia. Qué historia más hermosa. Me alegro que regresara a tí, y sobre todo, además, envuelta en jazmines.

Un beso muy fuerte :D

Elda dijo...

Muy hermoso este relato. Yo ni creo, ni dejo de creer, pero ahora que recuerdo llevo en la cremallera de un bolso, una llave que me encontré en la calle y una bolita roja con la letra E que también encontré, y no las he vuelto a quitar, lo único que no siempre las llevo encima porque cambio de bolso de vez en cuando. Con esto quiero decir que algo me seduce a creer.
Me ha encantado la historia María Rosa, y como siempre un placer leerte.
Un abrazo.

Susana dijo...

Bonita historia. Un beso

Guillóm de Magna dijo...

Un hermoso relato, la lealtad premiada.
Abrazos.
https://guillermosotgar.blogspot.com

María Pilar dijo...

Qué relato tan bonito, Rosa. Me ha atrapado desde el principio por eso de los amuletos en lo que nunca he creído, pero el sorprendente final me ha dejado con una gran sonrisa en mi cara.
Te felicito, Rosa.

Maru dijo...

Pues yo creo que más que el amuleto es la predisposición a creer en que es buena su influencia para uno, eso es lo importante, sentir esa protección que quizá algunas personas necesitan. Bonito relato. Abrazos.

Sara O. Durán dijo...

Un amuleto que le pertenecía y que tenía que regresar a sus manos. Me encanta. Te felicito por la publicación de tu cuento. Es excelente.
Un abrazo.


Mari-Pi-R dijo...

Que bonita historia, nunca he tenido apego a ningún amuleto, no es que no crea tan solo que no se ha dado la ocasión de poseer uno como tu historia.
Un abrazo.

Rafael Humberto Lizarazo Goyeneche dijo...

La lealtad en su verdadera expresión, ojalá los humanos fuéramos como la moneda de tu bonito relato.

Un abrazo.

Recomenzar dijo...

Maria Rosa disfruto enormemente siempre leerte
un abrazo inmenso

Navegante dijo...

Los objetos suelen volver a quien le pertenece. Y otorgan no sólo una gran alegría, sino una comprobación de lo importante que es tener en cuenta el lado mágico, o enigmático de la vida.
Muy bien.
Abrazo.

Sandra Figueroa dijo...

Una historia hermosa. Sin duda, es tu amuleto. Saludos amiga.

Mª Jesús Muñoz dijo...

Siempre dijeron que la fé es mágica y mueve montañas. En este caso, la moneda se burló del ladrón y volvió a su dueña para demostrarle que nada es en vano y cuando nuestra mente cree en algo, tiene poder y magia, María Rosa.
Me encantó cómo lo has contado y la fuerza que ha tomado un simple amuleto.
Mi felicitación y mi abrazo por tus buenas historias.
Feliz fin de semana, amiga.

El Baile de Norte dijo...

Creo que muchos guardamos todo tipo de amuletos, quizás no tanto para que nos acompañe la buena suerte sino para mantener un vínculo físico con el pasado. Bello relato María Rosa!

Joaquín Galán dijo...

Qué historia más bonita Maríarosa!Hay objetos que forman parte de nuestra vida aunque no nos demos cuenta.Yo también creo que ,en cierto modo, nos protegen.
Una curiosidad que supongo ya sabías,pero por si acaso.Yo conocí en circulación esa moneda de 10 céntimos.Por aquí la llamábamos "la perra gorda" para diferenciarla de la de 5 céntimos que era la perra chica. El lancero de la cara creo que era D. Quijote y el escudo sería el escudo de la España franquista.

Un placer volver por tus relatos.

Meulen dijo...

Si, hay cosas que son nuestras , de la psiquis personal y esa misteriosa energía que le impregnamos o que ellas mismas nos retribuyen...yo tengo muchas piedras aunque no logro andar con ellas por todos lados, pero me gustan los cuarzos y ahora aprendo hacer alambrismo y los uso de colgante...pero mi mejor defensa en mi rosario que no lo saco nunca de mi cartera...
y me infunde más que confianza y ánimo, me da testimonio de mi fe y mi esperanza.

te dejo un abrazo,

José A. García dijo...

Cuando todavía existían las máquinas de boletos en los colectivos que funcionaban con monedas, siempre recibía monedas viejas, o fuera de circulación, en el vuelto... Tarde entiendo la referencia.

Saludos,

J.

Ernesto. Del blog: "Cayado de sándalo". dijo...

Una historia interesante y real...

Y una moneda que hoy retrotae mi mente a muchos años atrás!

Abrazo Mariarosa.

Carlos Augusto Pereyra Martínez dijo...

Dos trasfondos que le dan fuerza a este cuento que caracteriza las creencias populares: el político del setenta y la dictadura, y el social en la delincuencia. Bello cuento. Un abrazo. carlos

FIBO dijo...

Me ha encantado el relato...la perra gorda se le llamaba,(Diez perras gordas, una peseta) poca cosa se podía comprar con ella...algunas de ellas acabaron siendo colgadas en el cuello cuando desaparecieron...Un placer haber pasado por aquí.


Un saludo.

Recomenzar dijo...

un relato maravilloso tal cual sos vos Unica

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