martes
La mandrágora.
Hace unos meses leyendo un texto en el blog de Antorelo, me sorprendió la historia de la mandrágora. Le prometí que escribiría un cuento basado en esa planta.
Dedicado a Antorelo, va está historia.
La lluvia era una cortina espesa. El coche del padre Damian, patinaba entre el barro, y los profundos lodazales que se formaban en la ruta.
A lo lejos, vio luces: ¿Serían de la casa de la abuela Esperanza? Se preguntó.
La anciana se estaba muriendo y quiso que Damian, su nieto, la confesara.
¡Sólo él! Le dijo a Celeste, la mujer que la cuidaba. Ella se encargó de llamarlo a Buenos Aires y transmitir el pedido. Damian dejó sus obligaciones, para viajar a la pampa.
La abuela Esperanza, siempre había sido un ser angelical, ella lo cuido, en los dificultosos días en que sus padres se divorciaron.
La separación fue terrible. Su madre lloraba todo el día. Y su padre, siempre con cara de disgusto. La convivencia era insoportable. Al fin, y pensando en su bien, tomaron la decisión de mandarlo a la casa de la abuela materna. El clima familiar no era sano para un niño. Pasaron meses, años y se fue quedando en la casa de la abuela Esperanza. Vivió con ella hasta los dieciséis años.
Y llegó el momento de elegir su propio camino. Viajó a la capital para entrar al seminario. Los encuentros con la abuela se espaciaron, hasta ser una vez al año, en vacaciones o como ahora, cuatro años que no la veía.
Las luces se acercaban, sí, era la casona familiar. Llegó en un momento en que la lluvia era un diluvio.
Subió a la vereda de césped y estacionó.
Apenas abrió la portezuela del coche, se encontró con un paraguas abierto para guarecerlo y la cara sonriente de doña Celeste.
La mujer lo hizo pasar, se deshacía en amabilidades.
—¿Querés un vino?
—No, gracias.
—¿Café, un té?
—No señora, le agradezco. ¿Cómo está mi abuela?
Celeste elevó los brazos con gesto de impotencia y le dijo:
—Cada día está peor. Ya casi no come. Sólo quiere líquido, caldo, un vasito de leche cada tanto, así se mantiene. Puede que ahora al verlo a usted se anime un poco.
—¿Puedo verla?
—Hace más de una hora que se durmió, pero acompáñeme, al menos la vera descansar.
Subieron al primer piso. Recordaba ese pasillo con habitaciones, una al lado de la otra. En la segunda puerta entraron. Celeste encendió una lámpara de luz suave. Él se acercó, la abuela dormía. Su respiración era agitada, sus manos estaban crispadas sobre la sábana. Damian se inclinó y la besó en la frente, la abuela abrió los ojos, lo miró.
—Te esperaba —dijo con voz muy baja, él le arregló un mechón de pelo que le caía sobre la frente
—Mañana hablamos —le dijo. Ella cerró los ojos nuevamente.
Quedó mirándola. La abuela había cambiado mucho. Recordaba su pelo oscuro peinado en rodete alto, su cara siempre arreglada con un toque de rubor y los labios pintados de un rosa pálido. Ahora, su pelo blanco, la cara cubierta por profundas arrugas lo impresionaron. Celeste hizo un gesto, debían salir.
Esa noche, descansó como hacía rato no lo hacía. Lo despertó el canto de un gallo. Como en los viejos tiempos, se dijo.
La habitación era la misma que ocupara siendo niño, hasta sus libros seguían en los estantes. Los fue hojeando. Sandokan, le recordaba las noches que pasó leyendo y esperando el llamado de alguno de sus padres. Robin Hood, sus tardes junto al río. Cada libro era un momento de su vida.
Bajó. En la cocina doña Celeste le sirvió el desayuno.
—Su abuela hace rato que lo espera.
Miró el reloj, las 7.30hs.
—¿A qué hora se despertó?
—Como siempre —la mujer sonreía viendo su cara sorprendida— a las seis.
Celeste salió.
La cocina estaba igual. El mantel de hule, con flores rosas y blancas parecía ser el mismo. Terminó el desayuno y fue directo a la habitación de la abuela.
Ella lo recibió con una sonrisa emocionada. No pudo evitar abrazarla y llorar.
—Demasiados años, mi querido. Contáme, por dónde anduviste.
Relató su viaje a Roma, luego su estada en Asís como asesor en un colegio. La abuela lo escuchaba rejuvenecida. En un momento, la notó agitada, hizo silencio.
Esperanza le tomo las manos.
—Debo confesarme. Por favor…quiero morir en paz.
Damian asintió, fue a su cuarto, se colocó la estola morada y regresó. Se dispuso a escuchar. La abuela hablaba en voz baja, su agitación por momentos la interrumpía, respiraba hondo y continuaba.
En un momento, el joven levantó la cabeza, abrió los ojos y dijo:
—Abuela, estás delirando, lo imaginaste…
—No mi querido es verdad. Me casé muy joven, este pueblo alejado del mundo, me enloquecía con su silencio…—reclinó la cabeza y respiró hondo— mi tiempo se dividía en leer, investigar y profundizar libros de magia negra.
Esperanza metió la mano bajo de la almohada y le entregó unos papeles amarillentos.
—Aquí esta escrito el secreto que he guardado por años. Debes destruirlos.
Damian los guardó en el bolsillo interior de su saco.
Esperanza dejo de hablar, se ahogaba. Se había puesto blanca.
Damian llamó a Celeste y salió.
Necesitaba aire, afuera el aroma de la lluvia nocturna, persistía en las plantas.
Su mente era un torbellino de palabras e imágenes. No podía creer lo que su abuela le había confesado, seguramente estaba senil y divagaba. Celeste, se acercó.
—Ya está tranquila.
—¿Mí abuela sufre demencia senil?
—Que yo sepa, no. El doctor Montes dice que tiene una lucidez envidiable para sus noventa años. Su enfermedad esta en sus arterias y en su corazón. ¿Por qué me lo pregunta?
—No se, por momentos me pareció…
Celeste sonrío.
—Déjela descasar, cuando despierte le aviso y siguen conversando.
Damian se fue caminando hasta el fondo del parque, un cerco de ligustrinas marcaba el límite. A un costado, crecían varias plantas cargadas de un fruto verde, redondo, arrancó una. ¡Sí, era una mandrágora! Su raíz era inconfundible, simulaba una figura humana. Puede ser que está inocente planta sea capaz de tanto daño, dijo en voz baja. ¿Por qué su abuela no la destruyo?
Regresó a la cocina.
—Doña Esperanza lo llama —dijo Celeste.
Subió las escaleras y entró en la habitación.
Al verlo intentó una sonrisa.
—Debes disculparme.
—No te preocupes, ¿cómo te sientes?
—Mejor, quiero seguir la confesión.
Una hora después, Damian dejo el dormitorio, la abuela descansaba tranquila.
Fue a su cuarto y leyó las hojas que le había entregado. Escritas a mano y con una tinta algo descolorida, se leía: maleficio. Abajo la explicación.
La raíz de la mandrágora debía ser preparada durante una maceración de varios días. Luego mediante un proceso de hervores, mezclas y conjuros, se lograba un té.
Ese té debía administrarse a la persona indicada, por tres noches.
Dejo los papeles sobre la cama. Es imposible, se dijo. ¿Cómo investigar si lo que su abuela había confesado era verdad o sólo delirio?
—Celeste, ¿el Padre Juan, vive aún en el pueblo?
—Si, está muy viejito. Vive en la casa de la sobrina, frente a la parroquia.
Allá fue.
Tocó timbre y al momento una señora mayor se asomó.
—Busco al Padre Juan. Soy Damian, el nieto de Esperanza.
La mujer lo hizo pasar. Lo acompañó hasta una habitación, la última de la casa. Allí sentado, con un libro en las manos estaba el padre.
Lo reconoció. Se puso de pie. Era menudo, tan delgado que al abrazarlo, sus huesos crujieron.
Fueron recordando tiempos pasados, la infancia de Damian y sus travesuras. Cuando las anécdotas se fueron agotando, Damian preguntó.
—Juan, ¿cómo murió mi abuelo?
Los ojos claros del Padre, se achinaron.
—¿Por qué esa pregunta?
—Curiosidad, nada más —respondió.
—Hace tanto, que casi lo he olvidado —dijo— creo que fue un paro cardiaco.
—¿Ese mismo día falleció alguien más?
El cura frunció el ceño, quedó en silencio, recordando…
Hablaron largo rato, al fin, Damian se levantó. El padre Juan comprendiendo que ya se retiraba, preguntó:
—¿A qué vienen tantas preguntas Damian?
—Nada, estuve recordando cosas viejas con mi abuela y ella se olvidaba, a la mitad de cada conversación.
—Es raro, tú abuela tuvo siempre una memoria envidiable…
—Deben ser los remedios que toma. Bueno, Padre Juan, me alegra haberlo visto tan bien.
Otro abrazo, esta vez con mayor cuidado.
Damian se cruzó a la Iglesia. Todo era silencio y oscuridad.
Se arrodilló ante la imagen de la Virgen. Las palabras de Esperanza y las del Padre Juan daban vueltas en su cabeza, no podía creerlo, pero…
"Tu abuelo me engañó siempre, con muchas mujeres, pero a la última la traía a nuestra casa. Se burlaban de mí. Lo peor eran su maltrato. Golpes y golpes porque si, sin motivo. Luego comenzó a golpear a tu madre que era pequeña, yo no lo iba a permitir. No quiero excusarme, no encontré otra salida, eran tiempos donde una mujer no tenía derecho a nada…y menos en este pueblo."
Sumando a las palabras de la abuela, las del Padre Juan, comprendió, la angustia le cerró la garganta.
"Ahora que lo preguntas, sí, lo había olvidado. Hubo dos muertes en ese día, tu abuelo y la prima de Esperanza, se llamaba Consuelo y estaba casada con el menor de los Terrada. Ella sufrió un paro cardiaco, igual que tu abuelo, sin explicación aparente…"
Al llegar a la casa, Celeste lo estaba esperando, con la noticia que sin escucharla, leyó en su cara. La abuela había muerto.
Antes de irse, arrancó una por una las plantas de mandrágora ni el mínimo vestigio debía quedar de ellas.
Pensó en Esperanza: ¿Para qué dejó las plantas?
¿O tal ves…?
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Sean felices. Por un tiempo me tomaré un descanso. Les deseo lo mejor, bendiciones para todos. Maria Rosa.
36 comentarios:
Hola, Mariarosa:
Un cuento muy bien tramado, nos conduce por extraños sucesos que finalmente se aclaran al conocer el motivo y la razón de las dos muertes.
Esperanza, sabía muy bien del poder de la mandrágora y la utilizó para su venganza, dejándolas en pie por si acaso...
Abrazos.
Muito bom seu blog. Adorei. Marta.
Gracias Rafael, entendiste muy bien la trama.
Gracias marta. Bienvenida.
mariarosa
RELATO SORPRENDENTE, COMO SON TODOS LOS QUE NOS COMPARTES.
BESOS
Hola María Rosa, interesante, y ese misterio de magias y demás, era prevenida la señora, las dejó por precaución.
Me ha gustado.
Un abrazo.
Ambar.
Excelente relato Maríarosa , me has tenido expectante hasta descubrir el final y el desenlance.
Un Abrazo.
Impecable, me ha encantado leerte. La mandrágora, la eterna compañera de brujas y hechizos, fue su medio una vez más, como de tantas otras.
Besos
Me encantò.
La abuela dejò la mandràgora por si aparecìa alguien mas.
Brava la vieja.
Buen relato.
Un abrazo.
En primer lugar, agradecerte la dedicatoria de este magnífico relato. Te los has trabajado bien. El cuento está muy bien construido: conviertes el lector en testigo de lo relatado y logras atraparlo y que viva la historia, esto último, algo que no siempre se consigue. Le has dado un desenlace a la altura de las expectativas creadas en la trama.
Enhorabuena por tan excelso relato y mi más sincero agradecimiento por haber sido yo al que se lo has dedicado. Gracias, amiga, muchas gracias.
Un fuerte abrazo
Mis felicitaciones por este relato, me reafirmo en lo gran escritora que eres...perdona mi tardanza,entre las vacaciones, el trabajo que se me ha acumulado en mi ausencia, me ha impedido entrar en el blog como en mi es habitual...un besote preciosa
excelente tu cuento, me gusta cómo juntaste una historia aparentemente común con la otra, la que lleva la magia de la mandrágora.
Cal Viva.
No falta ni un detalle: Hasta los nombres de los personajes están bien elegidos, el relato dentro del relato, los recuerdos que se mezclan con el presente, el poder de la mandrágora, la venganza... Y esa pregunta final.
Exquisito
Bs
Qué pena que hasta en los cuentos existan hombres tan malos y reales; hoy día mismo leí una noticia de aquí de Perú, que un hombre ha dejado toda hinchada a su esposa porque la encontró conversando con un amigo. La verdad es que somos muy celosos los hombres. Un gran abrazo
Un cuento de esos que se recuerdan siempre, Maestra!! Qué bien la descripción de la casa, me paseé por ella; qué bien la cuota de suspenso -genial-, qué buenísimo ese final!!! Todo todo es hermoso aquí.
Me llevo una raiz de mandrágora :)
Abrazo
J&R
Un desenlace inesperado. Me gustó. Abrazos.
Maria Rosa,gracias por tu visita,amiga.
Tu relato es tan real,que pasito a paso vemos,oimos y sentimos cómo suceden y porqué todas las cosas...Soy consciente de que las plantas son vida y muerte y los aborígenes las conocen y las cuidan con esmero para su uso práctico.Tus letras nos introducen en la mente de Damián y lo acompañamos en su sospecha y certeza.
Mi felicitación y mi abrazo grande siempre por tu cercanía y maestría con las letras.
M.Jesús
Hola María Rosa, excelente este relato me lo "devoré". Doña mandrágora hizo de las suyas.
Besos
Bella historia como siempre ingresar a tu casa es ingresar un mundo magico de bellas letras historias que nos llenan de amor emocion y sentimientos...felicidades siempre MARIAROSA amiga querida..
saludos
linda semana
abrazos
Magnífico Maríarosa, como lo vas llevando, como se desarrolla. El final es acertado. Muy buen cuento!
Quien conoce un Poder lo guarda celosamente y lo mantiene hasta el final, como hizo la abuela.
Dice la leyenda que cuando se desentierra la mandrágora grita.
Me ha gustado tu relato, mantiene la intriga hasta el final, que además, es muy bueno.
Un abrazo
Qué peligrosa, esta mandrágora. menos mal que no da la receta, de lo contrario algunos podrían tener tentaciones.
excelente cuentto María
Felicitaciones
me encantó su velocidad dada por los diálogos, eso contribuye a mejorar mucho una narración sin duda, y el imaginario lector resuelve y deduce en complicidad ciertos matices que el narrador silencia
los cuentos así son ejemplos para quienes escriben narrativa
más Felicitaciones
besitos y felíz fin de semana!!
Un hermoso relato, quiero agradecer tu paso por mi mundo de letras y dejar tu huella en él, todo un placer. Vuelve cuando gustes estás en tu casa. Yo si no te importa me quedo en la tuya.
Besitos de luz.
Tus cuentos siempre transportan a esas regiones del misterio, suspense y pasado que vuelve, esta vez de la mano de la mandrágora, huella fiel de venganzas protectoras.
Siempre un placer leerte, Mariarosa. Excelente cuento.
Un abrazo.
Querida amiga, excelente relato.
Eres una gran escritora, me encantó.
besitos para ti, que Dios te bendiga y que pases un hermoso fin de semana.
Muy buen relato, me mantuvo en vilo hasta el final. Besos tía Elsa.
Espléndido cuento cuyo final es ya esclarecedor.
Poderosa planta que hay que conocer bien antes de utilizar y hacerlo para buenos fines...
Un beso.
Amiga Mariarosa: Excelente relato, como a los que nos tienes acostumbrados.
Bikiños. Ángel.
Me encantan sus finales con esa suspensiòn...Un abrazo. Carlos
Gran relato te engancha, bien construido e hilado
Vengo a agradecerte visita y letras en mi blog te dejo un beso
Seguro que Antorelo estará muy contento y orgulloso con el hermoso cuento que le has dedicado.
Un beso.
Tu técnica, unida a tu imaginación, a tu originalidad y a tu buen hacer con las letras dan unos resultados que son un tremendo placer para el lector! Un cuento excelente.
Un beso!
Bien llevada la trama de la historia con un final, bien encriptado, que necesité releer.
Un abrazo español
Mariarosa, tienes un don especial para escribir, cautivas la atención, y uno no quiere parar de leer hasta ver el desenlace, felicitaciones!
Besitos,
No sabía el significado que tenían las mandrágoras, apenas las había visto presentes en uno u otro relato. En fín, creo que el cuento está bien estructurado y te deja un sabor a misterio que finalmente se resuelve. Una buena historia. Te seguriré desde hoy.
Te invito a seguir mi blog:
http://www.elrincondelpelusa.blogspot.com/
Estamos en contacto. Suerte.
He comenzado a leer tu producción, por supuesto, con la Mandrágora, seguiré despacio descubriéndote.
Un abrazo (¡Y felicitaciones!)
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