Otoño.

 

 

Las calles de mi barrio son la inspiración de un duende, o es el espíritu de Van Gogh  que camina por  ellas y les da ese tono  tan particular.

Miro  la alfombra de hojas y pienso  que han muerto de amor, porque el verano las dejó olvidadas a merced del viento, igual que a un trapo viejo, o los trozos de una carta de pasión.

Algunas hojas son enormes y redondas, otras fina y  alargadas, y está la reina de la forma y el matiz; la hoja del roble que es una  estrella cambiante, varía  del amarillo al rojo y es tan coqueta que  para asombrar al caminante, cae lenta como un beso, o es un ángel que con sus suspiros las eleva  y luego las deja caer suavemente.

A veces el paisaje gualdo se extiende hasta el asfalto y forma un círculo bajo el arce que parece un mantel cubierto  de naranjas maduras  bajo la luz del atardecer, que huele a café con leche, a vainilla a ternura de madre y a niños llegando del colegio.

Es otoño en el hemisferio sur, en mi barrio, se han perdido las flores y hasta los pájaros han desaparecido, pero queda el dorado que en distintos tonos pinta el paisaje. Es otoño  y hay un hilo invisible que teje misterios,  desde  las ramas desnudas de los árboles  hasta  mis ojos. Bienvenido otoño.