El tetrabrik
en una mano y en la otra el látigo, Paco se tambalea hasta que consigue
apoyarse contra los barrotes. El vino caliente le revuelve las tripas y se le
hace reflujo ácido en la boca. El domador empuja la puerta, que se abre con
chirrido a óxido. Y entra en la jaula. El león levanta la cabeza, lo mira.
¡Puta madre!, piensa Paco. Y sí: aquel gato roñoso estaba peor que el
día anterior.
Hace días
que Sansón no come. Paco da vueltas alrededor del león. Deja el tetra a un
costado.
— ¡Arriba,
mierda!
Hay odio en
los ojos de la fiera. El látigo chasquea
en el aire, marca el techo de la jaula.
— ¡Arriba!
¡Vamos!
A Sansón el
látigo le roza el lomo, intenta incorporarse.
— ¡Sólo con
golpes entendés!
El animal
cae. Sus patas no quieren más. Paco intenta otro golpe.
Y Kathy, que
ha mirado desde lejos la escena, ahora se acerca.
Se agarra a
los barrotes tratando de detener a su padre.
— ¡No le
pegués, papá!
—A la
mierda, pendeja. ¡Y vos, subí al banco!
Sansón trata de impedir los latigazos alzando
la pata.
— ¡Basta,
papá, por favor!
La voz de
Kathy detiene el brazo, él la mira con fastidio.
— ¡Callate,
mierda!
— ¡No ves
que está enfermo, no le pegués!
Ella intenta
entrar. Paco cierra la puerta de una patada.
—Sansón,
viejo mañero…
Vuelve a
castigar con rabia. Ya no quedan fieras en el circo, sólo Sansón. Sin él, su
vida de domador termina.
— ¿Por qué sos tan malo?
El látigo se
detiene.
Otra vez el
gusto ácido le sube a la boca. Se marea, pierde el equilibrio. Agarra el tetra
y sale de la jaula maldiciendo.
Por ahora
ese gato roñoso se ha quedado tranquilo.
Camina unos
pasos, se vuelve y señala a su hija con
gesto amenazador. Intenta decir algo. Se va.
Kathy
respira aliviada.
La
jaula no tiene llave. Entra.
El león se tira sobre un fardo de heno.
— ¿Qué te
pasa? Te traje carne picada.
La pequeña se arrodilla, le habla con
suavidad y acaricia la melena descolorida. Sansón acepta sus cariños, se
adormece.
La tarde incendia
los desvencijados carromatos. Llegan, lejanos, los acordes de una guitarra.
En chancletas
y ruleros, dos trapecistas y la Mujer Barbuda matean y fuman a la sombra de la
carpa.
Paco entra
en el carromato. Tira sobre la silla su camisa y putea por enésima vez. Se
acerca al cajón que le sirve de mesa. Aparta los restos del pollo del día
anterior, manda al centro el cartón de vino y cuelga el látigo de un gancho
fijo al marco de la ventana. Con cuidado lo cuelga, con devota confianza:
conoce de sobra el poder que le da ese instrumento de terror. Se quita las
botas y las lanza a un costado.
La cama es
un revoltijo. La borrachera lo vence.
Anochece.
Por la ventanilla entra olor a pescado frito, todo el mundo cocina afuera y
adentro de los remolques, y a Paco el hambre le retuerce las tripas. Quiere
salir de la cucheta, pero cae sentado.
— ¡Kathy!
No hay
respuesta.
— ¡Tengo hambre!
Logra
levantarse, se asoma a la puerta del carromato.
— ¡Quiero comer, la puta madre! —Paco se
sienta en los escalones, su voz es un ladrido—: ¡Kathy!
Tres o
cuatro pendejos cruzan pateando una pelota. A él le fastidia esa alegría y
entra.
Kathy llega
corriendo. Ha estado jugando, y las trenzas le caen deshechas sobre la espalda. La recibe el
hedor a vino y abandono. Su padre espera, con los codos apoyados en el cajón y
la mirada perdida.
Ella
enciende la hornalla, calienta lo que
quedó del mediodía. Le hierven las mejillas, sus manos tiemblan. Sabe que el
horno no está para bollos. Paco tamborilea sobre la madera y pregunta:
— ¿Para
cuándo?
—Ya va.
Kathy sirve
la comida. No se sienta. Espera la aprobación. La cara de Paco se transforma.
— ¿Qué le
pasó al arroz?
— ¿Qué
arroz, papá? ¿Qué decís?
Paco empuja
el plato, que cae al suelo. Kathy, agachada, junta los granos con un trapo. Él
intenta hablar: tiene la boca pastosa y la voz se le hace nudo en la lengua.
—Te dije que
no me gusta el arroz.
Kathy se
levanta y tira con rabia los restos a la basura.
Él la
amenaza con el puño.
— ¡Mierda!
¡Sos una mierda! —Y el cajón se viene en banda con tetra y vaso incluido.
La pechea,
la zamarrea de un brazo y la desparrama contra una silla desvencijada, que cede
al impulso y se quiebra.
Paco golpea
y golpea, la otra ni grita. Él se apoya en el tabique que sostiene una cortina…
y todo se viene en banda. Pierde el equilibrio, se tambalea. Y en ese segundo
Kathy salta por sobre los peldaños y escapa.
Corre, corre
con el ángel de la guarda a su lado. Los insultos quedan atrás. La noche se cierra tras ella.
Kathy llega
ante la jaula de Sansón. Empuja la puerta, se tira en el piso y se pega al animal,
que levanta la cabeza y la mira.
Paco se acerca.
— ¡Te voy a
moler a palos!
Se le ahoga
la voz en otro reflujo agrio. Enfurecido, patea los grandes canastos: la
pendeja de mierda ha desaparecido.
— ¡Cuando te
agarre, vas a ver!
En la noche,
Paco es un espectro al que la luna blanquea desde su cuarto menguante. La mujer
barbuda, el malabarista, los payasos del circo lo conocen de sobra. Nadie
piensa asomarse.
Mareado,
vuelve al carromato y se desploma en los escalones. Apoya los brazos en las
rodillas y baja la cabeza.
—Soy tu
padre… maldita seas.
Oleadas de
nubes oscuras multiplican el horizonte, y un viento caliente se desprende del
cielo y arrastra en remolino papeles y hojas y cuanta mugre encuentra. Se van
apagando los sonidos, el campamento se duerme.
El primero que madruga es el equilibrista.
Sale a caminar. Y algo, algo que no logra definir —un amasijo de ropa o una
bolsa de basura—, le llama la atención. Al verlo de cerca, pega un alarido y
despierta a todo el campamento. Uno a uno van acercando.
Allí está
Paco. Desde la garganta, un surco y otro, lo desgarran hasta el pecho. El pelo
le cae sobre el lado destrozado de la cara, dándole el aspecto de una máscara
de carnaval. La tierra se ha tragado la sangre, es sólo una mancha oscura donde
quedaron pegados papeles y hojas que arrojó el viento.
Ellos se
miran, hablan a gritos. Alguien dice que llamará a la policía. Todos corren hacia
la jaula.
Y ahí
adentro están los dos, Kathy acaricia la melena, abrazada al cuerpo sin vida de
Sansón.
20 comentarios:
Saludos
Una enseñanza profunda
La fiera que se humaniza
Y el humano que es una fiera
Sin control perdida toda decencia
Y que decir de su responsabilidad
Es lo que muchos sufren hoy
Llevados por el vicio olvidan todo
Gracias por entregar esta historia
Plena de verdad en muchos grupos familiares....al menos ella tuvo quien la supo defender al.fin mientras los demas escondian la cabeza.
Te dejo un abrazo
Yo siempre he pensado que todo viene del alma, que todo ser vivo siente con mayor o menor intensidad la fuerza de la vida. Que no todo es lo que parece y lo que parece no es todo lo que esperamos que sea.
Besos y feliz semana.
Un dramático y a la vez tierno relato que me ha encantado leer.
Sobra decir que hay animales con más corazón que algunos humanos, y si se les trata con cariño la respuesta se duplica.
Precioso Mariarosa, muy interesantes siempre tus historias.
Un abrazo y buena semana.
Todos, todos tenemos nuestro corazón hasta las más terribles fieras que dan ajemplo a algunos humanos. Bello relato Rosa, Un fuerte abrazo.
Parecen feroces y podría decirse que lo son. Pero también se les atribuyen rasgos nobles.
Con las últimas fuerzas defendió a quien lo trataba bien, con cariño.
Inspirado relato.
Menos mal que ya no hay animales en los circos. Cuántos maltratos tuvieron que soportar, encerrados y amaestrados a golpes de látigo.
Hermoso y triste relato, contado con el tono justo y con el final que se merecía.
Besos, Mariarosa.
El amor tierno de la niña hace enternecer a la bestia, bonito y duro escrito.
Un abrazo.
Un animal hizo lo que los humanos insno hacian
Cariños y buena semana llequen a ti
Nunca me gustaron los animales en los circos porque siempre fueron manipulados hasta el cansancio con crueldad.
Un relato valiente y estremecedor, triste, con un final atrapante e impredecible como todos tus cuentos.
Besos María Rosa
Un relato diferente, amanzar a una persona es posible, tambien amanzar la fiera, pero cuando impera el amor, todo es posible.
besos de arcoirs
No sé que planes tendrás pero en mi opinión, deberías publicar estas historias que nos cuentas tan llenas de emoción, interés y con finales tan sorprendentes como intrigantes. Es otro relato que, menos mal que es corto, porque me ha tenido sin respirar y leyendo a todfa la velocidad de la que soy capaz. Muy bien. Lo tiene todo.
Un abrazo. Franziska
Con cada relato pones el listón más alto, el actual supera siempre la belleza del anterior. Enhorabuena.
Feliz fin de semana.
Un abrazo.
Este drama de las personas alcohólica por desgracia es de actualidad.Cuantas familias sufren sus consecuencias.En tu relato ,escrito con tanto realismo,se pone de manifiesto hasta que punto de degradación pueden caer estas desgraciadas personas;el animal le supera en buenos sentimientos.
Interesante desde el principio hasta el inesperado final.
Un abrazo
Eres increíble narrando, los ejemplos nacen por doquier, es una historia tremenda que nos deja un enseñanza terrible, felicitaciones María Rosa.
Abrazo
Te dejo un abrazo grandote y gracias por seguirme en mi novela y en mi blog Àrbol de Diana. Cariños querida María Rosa.
Estremece; se vive.
Mi abrazo de siempre.
Fuerte relato mariarosa, fuerte y triste por su semejanza con la realidad de algunos.
Un beso!
Me ha encantado venir hoy a visitarte y leer tu relato.
Yo sólo he conocido el cariño de un perro, pero me ha enseñado que puede darlo todo a cambio de nada.
Muchos animales podrían dar lecciones a algunos humanos ¡qué triste!
Acabo de regresar de mis largas vacaciones y quiero agradecerte las letras que has dejado en mi espacio.
Cariños en abrazos.
kasioles
¿Quién es la bestia salvaje ahora?
Tremenda historia. Ideal para terminar la semana.
Nos leemos,
J.
Casi que u no espera ese final. Quién más fiera, se pregunta uno, y no se conduele del viejo dom ador. Un abrazo. Carlos
Publicar un comentario