lunes

EL VIAJE


Primera parte




Viajábamos rumbo a Olascoaga, cuando el coche anunció con extraños ruidos en el motor, que ya no daba más. En medio de la Pampa y sin nada más que desierto a la vista, un escalofrío me recorrió. Le dije a Claudio:
— ¿Qué hacemos si nos quedamos en esta soledad?
—Tranquila Silvia, tal vez encontremos una estación de servicio.
La tarde declinaba. Claudio permanecía mudo, su silencio me preocupaba más aún.
Un viento fuerte, comenzó a soplar, debimos detenernos. Ante nuestros ojos, se fue formando un embudo de tierra, que cargaba a su paso con cuanta planta encontraba. La tierra golpeaba los cristales del auto, formando una película que se agitaba, interrumpiendo la visión, nunca habíamos visto algo igual.
—Es un tornado, nunca escuché que sucedieran en esta zona… —dijo Claudio.
Extrañamente en pocos minutos el viento calmó, y todo volvió a la normalidad. Nos quedamos mirando como el trompo se perdía en el horizonte, respiramos aliviados.

A poco de andar divisamos un pueblo.
Llegamos. Lentamente nos detuvimos en una calle de tierra, frente a un comercio abierto, y allí nos dirigimos. Era un almacén de ramos generales, así se leía en un gastado cartel de la entrada. Un paisano vestido con camisa oscura, bombachas de campo y una boina negra, se acercó.
—Buenas —dijo con una sonrisa— me llamo Anselmo, pasen que les sirvo algo fresco. ¿Que les ha sucedido?
—El coche tiene sus años y ha surgido un desperfecto que no he logrado solucionar, necesitamos un mecánico —dijo mi esposo— ¿Hay alguno en el pueblo?
—Si, y es muy bueno, descansen, lueguito los acompaño —nos refrescamos y Anselmo nos guío al taller. Allí nos dejó y regresó a su local.
La falla del auto requería repuestos nuevos. El mecánico se ofreció ir hasta Bragado, que era el pueblo más cercano, y el único lugar posible para conseguirlo.
Salimos del taller y regresamos por las calles internas del pueblo, noté que la mayoría de las casas estaban cerradas. Un ambiente de tristeza se movía a nuestro paso.
Al llegar al negocio de Ramos Generales, una mujer nos esperaba en la puerta. Se acercó
— Soy Marta la esposa de Anselmo. ¿Qué les ha pasado? —nos preguntó.
—Nuestro auto se averío—respondí. Nos acompañó, hasta el almacén. Ella, por su vestimenta pasada de moda, aparentaba más edad, pero tendría unos cuarenta y cinco años y él pasaba generosamente los sesenta.
Viendo nuestra preocupación, los dos trataban de ser amables, nos invitaron a cenar. La sonrisa de ella y la cordialidad de Anselmo, nos hicieron olvidar las penurias del viaje.
Algo flotaba en el ambiente que yo no lograba desentrañar. La ropa de ellos, sus modismos delataban algo más que un matrimonio de campesinos alejados de la civilización.
— ¿Tendrán una habitación para que pasemos la noche? —Pregunté
Ellos se miraron. Capté una duda.
—Habitaciones no tenemos, pero el cuarto de mí hijo está vacío —dijo Anselmo—. Tendremos que poner una cucheta, hay una cama sola. Nosotros vamos a preparar la cena. Recorran el local, a los puebleros les encanta mirar, van a encontrar alforjas, polainas de cuero, hasta ruedas para tractor si necesitan, y más allá —dijo señalando la pared que daba a la calle— encontraran bolsas con garbanzos, lentejas o las legumbres que necesiten —se alejo, festejando su comentario.
—Gracias…—respondimos a dúo, Anselmo era amable, nos quedamos solos en el amplio almacén.
Algunas fotos adornaban las paredes. Paisajes de la Pampa, cuadros familiares, seguramente de los abuelos, fotos de artistas; Tita Merello, Zully Moreno, era un popurrí de imágenes. Nos parecía estar en una postal antigua.
— ¿Saben el nombre del pueblo? —nos preguntó Anselmo desde la cocina, Claudio y yo nos miramos y negamos con un movimiento de cabeza.
—“La Aparecida” —Anselmo dejo de cocinar y se acercó— cuentan que durante el Virreinato del Río de la Plata, los indios asaltaron una caravana, robaron y se fueron, extrañamente no mataron a nadie. Una joven que viajaba en el grupo rumbo a lo que es hoy Bragado, desapareció, luego de buscarla varias semanas la encontraron aquí, bajo el ombú que está en la entrada del pueblo. No recordaba nada, llevaba su ropa en orden, muy bien peinada y no parecía que había deambulado por la pampa tanto tiempo.
— ¡Que historia! —Comenté— ¿Dónde había estado?
—No recodaba nada, apretaba en sus manos una muñequita de madera como las que suelen tallar los indios.
—Que misteriosa historia —exclamé
— A la gente le gusta que les cuente ese tipo de relatos, son leyendas de la pampa…
Regresó a la cocina y yo con él, pregunté:
— ¿Por qué la mayoría de las casas están cerradas?
Anselmo y Marta quedaron en silencio, ella respondió:
—Es que en este pueblo suceden cosas raras, la gente se cansa y se va.
— ¡No digas tonterías mujer! —Repuso el pulpero— mi esposa siempre exagera. La gente se va en búsqueda de mejores oportunidades, acá no hay forma de ganarse la vida.
—¿De qué viven ustedes? —pregunté.
—De los arrieros. Vendemos accesorios para labranza, y usted habrá visto que tenemos de todo, ha… y de los que se detienen en la ruta por algún desperfecto —respondió sonriendo picadamente.
—¿Existen arrieros hoy día? —pregunté.
—Por supuesto—respondió Anselmo con un gesto de asombro ante mi pregunta.
Mientras comíamos, nuestros anfitriones nos relataron su vida: llegaron al pueblo con su hijo muy pequeño, compraron el almacén trabajando muy duro y seguían viviendo en el mismo lugar.
— ¿Y su hijo? —mi pregunta quedó en el aire, ninguno de los dos quería hablar, hasta que Anselmo respondió:
—Mi hijo se llama Manuel, él se fue. Como dice mi esposa: buscando una vida mejor.
—Siempre fue un excelente alumno —los ojos de Marta se iluminaron— se crió aquí, estudió en Bragado y luego paso a la universidad de Buenos Aires. Ha recibido muchos premios.
— ¿Por qué? —preguntó Claudio.
—Descubrió nuevas teorías sobre física.
Anselmo escuchaba a su esposa y movía la cabeza en un gesto que no comprendí. Cuando hablaban de Manuel, parecían cambiar el tono de voz. Lo hacían con lentitud.
Terminada la comida nos acompañaron para preparar las camas, el cuarto estaba impecable.
—Es el cuarto de Manuel —dijo la mujer mientras cerraba las cortinas— Lo mantengo en orden, por si un día regresa.
Algunos relojes extraños descansaban sobre una mesa. Mi esposo preguntó:
— ¿Qué estudiaba su hijo? Estos relojes son muy especiales
—Él es físico y aficionado a la astronomía.
—Es extraño que viviendo en medio del campo se interesara por la física.
—Los jóvenes piensan distinto a nosotros —Anselmo quedó mirando la pared, como si buscara algo en ella, sin hablar acarició la cabeza de su esposa y luego continuó armando la cama.
Libros y más libros estaban diseminados por los estantes, sobre muebles en cada rincón de la habitación. La mayoría eran de física y astronomía.
Marta nos entregó unas toallas, noté que estaba apurada por irse.
-— ¿Su hijo se fue a Buenos Aires? —insistí curiosa.
—Sí, como todos en busca de nuevas experiencias —lo dijo titubeando y mirando a su esposo que no hablaba.
— ¿Hace mucho?
—Dos años —respondió. En su gesto pude comprobar que aún no se había acostumbrado a la idea de no tener al muchacho en la casa. Nos desearon buenas noches y se retiraron, estábamos tan cansados que nos dormimos en seguida.

Despertamos en medio de la noche. Voces, gritos y galope de caballos, llegaban cercanos. Algo estaba sucediendo en la parte de atrás del almacén. Las cortinas se movían suavemente, dejando pasar jirones de luna. No nos animábamos a realizar ningún movimiento. Los gritos erizaban la piel, mi esposo se levantó, miró a través de los cristales, luego los abrió.
— ¡Por favor! —exclamó.
—¿Qué sucede? —pregunté al ver su cara de sorpresa. Me asomé y los dos quedamos mudos. Mirábamos sin entender. El frescor de la noche nos envolvió. Me estremecí, no supe si por el frío o por la escena. Entrevimos jinetes yendo y viniendo frente al ventanal. Gritaban, sus alaridos me estremecían.Empuñaban espadas y batallaban con ferocidad. Mis manos transpiraban ante un cuadro que no comprendía. Claudio permanecía mudo, con los ojos abiertos por el asombro. Una inmensa nube de polvo, nos dificultó la visión. Las voces y las exclamaciones por momento se alejaban, un aroma a tierra y sudor llegaba a nosotros.Los veíamos caer de sus caballos y quedar quietos, otros estremeciendose con el estertor de la muerte. Intenté cerrar los postigos y mi esposo me detuvo.
—No, no cierres, ellos no nos ven —pasaban cerca, ignorando nuestra presencia.
De pie, abrazados, creíamos contemplar una obra de teatro o una película. Las figuras se sucedían, los aromas también, transpiración, sangre. Se me aflojaron las piernas.

Continúa....

21 comentarios:

Carlos Augusto Pereyra Martínez dijo...

He quedado colgado de la historia. Espero la otyra entyrega con gran ansiedad. UN abrazo. Carlos

Netomancia dijo...

Maríarosa, como nos hace eso! Impecable como viene esto!

ALMA GITANA dijo...

Hola Mariarosa, después de unos meses retirada de este maravilloso mundo de los blog un poco obligatoriamente, regreso para deleitarme de nuevo con tus letras y las de otros queridos amigos. Compruebo que tú espacio sigue teniendo el mismo duende de antes y eso me agrada, es un placer pasar de nuevo a visitarte. Un beso grande

la reina del mambo dijo...

Ay mariarosa, como nos haces esto!!!
Dejarnos así...
Espero la próxima entrega.
Un beso

María dijo...

Ni se te ocurra tardar en poner la continuación, me has enganchado.

Besos

P.D. En Murcia, la provincia donde vivo, hay un pueblecito que se llama "La Aparecida", cuando termines con tu historia te contaré la de allí.

Man dijo...

Pues ya me tienes aquí, colgadito, esperando la segunda entrega. Ya te comentaré cosas de mí.
El libro me está ayudando muchos.
Un abrazo

Marisa dijo...

En el galope de tu cuento he rastreado las huellas de Poe y Lovecraft. Estupendo, Mariarosa. Esperaré la continuación.
Saludos.

E. Martí dijo...

Sigo aqui pero ando muy liada.
Un gran abrazo.

El Gaucho Santillán dijo...

Esperaremos.

Amerita la continuaciòn.

Un abrazo.

MAJECARMU dijo...

Maria Rosa,la historia es impresionante desde el principio,porque tú con tu maestría nos has ido alertando de que algo extraordinario iba a suceder...Y ahí estamos, testigos directos de algo que sobrepasa la realidad de ese presente...
Mi felicitación y mi abrazo inmenso,amiga.
M.Jesús

E. Martí dijo...

"Liada" es muy ocupada por el trabajo: informes de final de curso, exámenes y esas cosas...
Jajaja... viva la riqueza de nuestra lengua.
Besitos

Antorelo dijo...

Hola, Mariarosa, como siempre, me ha encantado tu relato. Espero la segunda parte. Siempre es un placer leer tus narraciones.
Salud, amiga, un abrazo

Rafael Humberto Lizarazo Goyeneche dijo...

Hola, Mariarosa:

Misterioso relato, me has dejado con la intriga, esperemos la segunda parte.

Abrazos.

Scarlet2807 dijo...

¿Te he dicho que escribes maravilloso?
Besitos en el alma
Scarlet2807

La Dame Masquée dijo...

madame, qué lugar inquietante, tocado por la eternidad, donde todo vuelve a cobrar vida en un ciclo sin fin.
Me encantan esas historias de misterio tan suyas.
Encantada de volver a leerla.

Buenas noches

bisous

Palabras como nubes dijo...

Este cuento pinta genial, Mariarosa!!!!
Lo seguimos ansiosos, sin dudas :)

J&R

Carla Kowalski dijo...

Quiero la segunda parte!!!!!!!!!
Me muero por leer que es lo que viene.

Anónimo dijo...

UFFFFFF, ESTO ESTÁ RETEBUENO. REGRESARÉ POR LA CONTINUACIÓN.
BESOS

cachos de vida dijo...

Estoy deseando de saber en que acaba tan maravillosa historia, y tan bien escrita
Un beso.

Soñadora dijo...

Me dejas impaciente a la espera del desenlace! Emocionante relato que despierta muchas preguntas.
Besitos,

lanochedemedianoche dijo...

Nos refrescas un poco la historia de nuestro país Maríarosa, creo que en el medio de la noche, con galopes y luchas, la irrealidad se vuelve casi perfecta como lo es esta historia, gracias por tu visita, y gracias a Dios estoy en mi hogar reponiéndome de una intervención quirúrgica, así que ahora pasare a visitar a todos con el cariño de siempre, te sigo.

Besos

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