martes

Entre la maraña.








La ruta estaba imposible.
Las últimas lluvias habían dejado profundos lodazales. A duras penas, la camioneta salía adelante.
Según los datos que me habían dado, me faltaba poco para llegar.
Un rancherío salió a mi encuentro. Algunos niños color de tierra me miraban curiosos. Seguramente mi ropa me denunciaba como capitalino, pantalón y camisa les parecieron raros. En esa zona todos los hombres vestían bombachas y camisas de trabajo, boina negra y la faja en la cintura. Les pregunté cómo llegar hasta la casa de los Asturdillo. Me indicaron con un gesto y se alejaron corriendo.
Tuve la sensación de haber preguntado algo malo.

Luego de veinte minutos de marcha, vi la casa. Parecía salida de una película de misterio.
Entre la maraña de cinacina, de arbustos salvajes y algunos sauces, lucía fantasmal.
Me acerqué, daba la apariencia de estar abandonada, y que en algún momento los árboles y la vegetación se iban a tragar la casa. En la entrada vi el nombre: “La escondida”. Era el lugar.
Un aroma a pan recién horneado me dio la seguridad de que alguien la habitaba.
Usé un llamador. En pocos minutos, un hombre alto y muy delgado, vistiendo ropas de paisano, salió a mi encuentro.
Me miró desconfiando, me presenté:
—Soy Diego Martínez, del semanario “El misterio”.
—¡Ah sí, pase! El patrón me avisó que iba a venir un periodista.
El interior de la casa era antiguo, se notaba bien conservado.
El hombre trataba de ser amable, algo en él no me gustaba, sería su cara angulosa y tan pálida. Tendría unos cincuenta años,  se presentó:
— Me llamo Samuel Amarilla —extendió su mano que me resultó fría y blanda, raro en un hombre de campo, pensé— Soy el administrador de “La escondida”.
Me invitó con un café y me sirvió pan casero. Hablamos del viaje, y luego de las preguntas comunes fui al grano:
—Samuel, me han dicho que este lugar está embrujado. ¿Qué hay de cierto?
Sonrió y me contestó:
—Son invenciones de los habitantes del lugar. Es una zona de mucho viento, la casa está rodeada de árboles, las hojas agitadas por el viento producen sonidos que a los lugareños les parecen voces. En las noches de luna llena dicen ver sombras en movimiento, y son las ramas que iluminadas por el reflejo producen imágenes que se agrandan con la imaginación. Hasta ahí, parecía lógico.
—¿Puedo quedarme unos días en la casa? —pregunté. Don Samuel largó una risotada y asintió con la cabeza.
—Quédese el tiempo que usted quiera, el patrón le ha dado permiso… —fue su respuesta y se encogió de hombros.

El administrador me acompañó a recorrer la casa, la planta baja estaba compuesta de una gran sala, la cocina y dos salones. Arriba estaban los tres dormitorios, uno de ellos lo ocupaba mi anfitrión, y el más pequeño sería el mío. Samuel quedó preparando la habitación y yo bajé a recorrer el lugar.
Al salir de la cocina, en la parte de atrás, me encontré con un pequeño jardín. El perfume de jazmines y rosas me reconfortó, el lugar era un pequeño paraíso verde y colorido.
Seguí andando y me hallé ante una senda bordeada de árboles que llamaron mi atención, eran una especie desconocida para mí, sus troncos tenían forma humana. Eran horribles, su corteza blanca me produjo repulsión. Regresé a la vivienda y consulté con don Samuel:
—¿De qué origen son los árboles que bordean la calle? —pregunté.
—De origen desconocido —respondió con un dejo burlón—. El padre del actual dueño los trajo de Brasil, hace más de cuarenta años. Se refieren muchas historias sobre ellos, aunque no se ha podido confirmar nada—. Quedé intrigado:
—¿Qué quiere decir?
—Hace algunos años se hicieron denuncias, decían que eran árboles endemoniados.
—¿Quiénes hicieron las denuncias?
—Los vecinos del lugar. Una comisión integrada por médicos de la policía científica  hizo un sondeo, y nada se sacó en claro. Luego las personas que hicieron la denuncia, misteriosamente desaparecieron. Uno de ellos se ahogó en el río. Otro regresaba una noche de visitar a un amigo y no llegó a su hogar. El tercero salió como todas las mañanas y no se volvió a saber de él.
Escuchaba en silencio su relato, hasta que le dije:
— Suena todo muy extraño, ¿por qué piensan que los árboles son endemoniados?
—No sé, son los comentarios de la gente. Cuentan que los árboles atacan a las personas.
— ¿Y usted, viviendo aquí, ¿nunca vio nada?
— Nunca. Dicen que los árboles se dejan ver en acción cuando  quieren. En la época que los trajeron yo era un niño, mi padre era el jardinero del señor Astudillo, y a mí me dieron la tarea de cuidarlos y regarlos diariamente. Los del poblado comentan que soy su protegido —y al decir esto se alejó riendo, noté en su pelo mechones de un extraño color naranja, parecía formar parte de su melena, me recordaba algo…
La risa del encargado no me gustó, algo en él me fastidiaba. Sus ojos eran como puñales oscuros y su palidez me recordaba la piel de los muertos.



Samuel me acompañó al caserío cercano. Mi intención era conversar con los familiares de los hombres desaparecidos. Sabía que luego de ser atacados por primera vez, ellos denunciaron el ataque y la desaparición había ocurrido tiempo después, era seguro que relataron a sus familiares lo que vieron.
Cuando llegamos al pueblo, las personas nos miraron con desconfianza, en especial a Samuel.
El encargado me dejó con la gente de la aldea y se fue, dos mujeres se acercaron y comenzaron a hablar.
—Mi esposo —comentó una de ellas— me contó que los árboles lo atacaron una noche que pasó por el camino cercano a la casa. Las ramas cobraron vida y lo agredieron. Había luna llena.
La otra mujer asintió, a ella su hijo le había referido lo mismo.
—¿Ustedes creen qué la luna llena tiene algo que ver? —pregunté.
—Mi esposo decía que en esos días los árboles se convertían en demonios.
Al decirlo se estremeció, un sudor corrió por mi espalda. Comprendí que me estaban contagiando sus supersticiones.
Al despedirme me llevé el recuerdo de sus ojos, eran la imagen de la desolación.

El encargado pasó a buscarme, regresamos a La escondida, y en el viaje de regreso me preguntó:
—¿Le dijeron algo interesante? —Sin saber por qué le mentí.
—No. Dicen que no saben nada, es raro que esos hombres no hayan relatado a su familia una experiencia semejante.
Samuel manejaba su camioneta a los saltos, me arrepentí de no haber viajado en mi vehículo. Él iba pensativo, de pronto me preguntó:
—¿Diego cómo se enteró de esta historia?
—Una persona envió todos los datos al semanario, sobre árboles endemoniados. Despertó mi curiosidad y…acá estoy.
— ¿Quién hizo la denuncia? —preguntó Samuel.
— No lo sé. Era un anónimo.
— ¿Ustedes siempre confían en mensajes sin firma?
—No. Pero algo despertó mi olfato —respondí sonriendo—en mis veinte años de trabajo periodístico, pocos anónimos han despertado mi curiosidad y en esas pocas veces no me equivoqué. Terminaron siendo éxitos periodísticos.

Al llegar quise observar de cerca los árboles.
Tenían una corteza semejante a una piel y me recordó por su brillo y vetas al cuero de las ranas, sólo que su color era casi blanco. A sus ramas ni un pájaro se acercaba. Sus hojas tenían forma de corazón, eran grandes como mi mano y colgando en las ramas más altas y tupidas observé; líquenes color naranja, los reconocí, los había estudiado en mis épocas del colegio secundario: las barbas de capuchino se llamaban. Caían como una cabellera sin forma.
Luego de dar vueltas contemplándolos decidí regresar a la casa. Allí me encontré con Samuel. Tenía la sensación de que me vigilaba.
— ¿Y descubrió algo? —me preguntó curioso.
—No —fue mi escueta respuesta.
El encargado solía mirarme con una sonrisa socarrona que me fastidiaba. Se burlaba de mí, eso era notorio.
Mientras entrábamos en la casa me dijo:
— Tenga cuidado, está noche hay luna llena.
— ¿Qué quiere decir? —pregunté.
— Cuentan que en noches de luna llena, se escuchan voces y se ven figuras fantasmales.
— Yo creo que usted sabe más de lo que expresa sobre el misterio de los árboles.
— ¿De dónde sacó eso?
— Resulta raro que esté viviendo junto a ellos y no haya visto nada. Los aldeanos no hablan por miedo. No entiendo ¿A qué tienen temor? Yo creo que usted sabe y no habla.
No respondió.
Se dirigió a la cocina. Algo había en sus ojos cuando hablábamos del tema, una cierta burla.
Esa noche no bajé a cenar, me dediqué a preparar el informe para el semanario.
Era casi media noche cuando me acosté. Estaba cansado, por mi cabeza daban vueltas las imágenes del día. Por momentos mis nervios me hacían saltar en la cama y despertaba sobresaltado.
Un  sonido me puso en alerta.
Me levanté y observé por la ventana. Un fuerte viento movía los árboles de un lado a otro, al mirar hacia la calle de tierra me sorprendí.
Los árboles se inclinaban, las ramas eran enormes figuras que bailaban con el sonido de las hojas una danza frenética. Se escuchaba un murmullo musical. Creí soñar.
Comenzó a llover. Cerré las ventanas. Las ramas se desprendían de los árboles, sus hojas unidas formaban un manto que giraba entre la lluvia y el viento. Por momentos quedaban suspendidas en el aire. Yo miraba la escena con espanto. Mis manos estaban húmedas, mi corazón golpeteaba  como una marimba y una transpiración helada cubrió mi espalda.
En un instante, varias ramas se acercaron a mi ventana detuvieron su baile. Desde la oscuridad de sus siluetas, unos ojos me miraban, el terror me paralizó…se arrojaron contra los cristales una y otra vez, hasta que un fuerte ruido, casi una explosión me sobresaltó, y desperté empapado en sudor y temblando…
¡Había sido un sueño!
¡¿Un sueño?¡
Me puse de pie, no podía comprender qué había sucedido en la habitación.
Los cristales estaban rotos, dispersos y yo paralizado por el terror. Salí de allí desesperado.
Bajé la escalera de dos en dos. Grité llamando al encargado, que apareció ante mí, venia de la calle, estaba  empapado
—¿Qué le sucede? —preguntó.
—¡Los árboles! ¡Los vi! Sus ramas parecían danzar suspendidas en el aire —reaccionando me di cuenta que él, recién llegaba, chorreaba agua por los cuatro costados— ¿De dónde viene así mojado?
— Del caserío, fui a visitar a una amiga, y me agarró la lluvia. Venga a tomar algo caliente, está muerto de frío —me dijo.
—¡No es frío! Es miedo. Lo que cuentan los aldeanos es verdad, lo he visto está noche—. Le relaté paso a paso lo que había contemplado desde mi ventana, pero comprendí que no me creía. Acepté el café, y soporté su mirada irónica.
Le pedí que me acompañara a mi cuarto. Abrí la puerta con temor; sobre el piso, los vidrios rotos  y una alfombra de hojas eran la prueba de lo sucedido. Señalando los cristales le dije:
—Observe que los golpes y las hojas llegaron desde afuera.
— Es una locura —me respondió, mientras miraba la habitación.
— ¿Ahora me cree? —pregunté.
Samuel no respondió, daba vueltas buscando una explicación que no encontraba.

Noté que de la mesa que oficiaba de escritorio, había desaparecido el informe en el que había estado trabajando. Me asomé a la ventana, y los vi diseminados en el parque. Miré a Samuel y me pareció descubrir un brillo de maliciosa felicidad en sus ojos. Furioso bajé a buscar los papeles, pero fue inútil, la lluvia había borrado todo mi trabajo.
¡No quería quedarme un minuto más en la casa!

Esperé que amaneciera, en esas pocas horas el encargado desapareció nuevamente, no lo volví a ver hasta el momento en que subía los bolsos en mi camioneta.
Al despedirme de él, me preguntó:
— ¿Va a publicar algo de lo que vivió aquí?
— Seguro que no —respondí.

Pero mientras regresaba a la ciudad, y los árboles se transformaban en recuerdo, algo pareció despertar en mi recuerdo: los líquenes y el pelo de Samuel, eran una misma cosa… una certeza y una duda rondaron mi cabeza.
La certeza era que iba a publicar el informe, no me iba a costar mucho volver a realizarlo, haría la denuncia orrespondiente y al fin llegaría  una verdadera investigación  en el lugar.
Y la duda que rondaba mi cabeza era: ¿Quién o qué, era en realidad Samuel?





19 comentarios:

Rafael dijo...

Bonito relato.
Un abrazol

TIGUAZ dijo...

Como siempre de una belleza abrumadora. En Galicia ya es tiempo de camelias Recuerda lo del año anterior? Haremos un recorrido por los pazos, lo notarás
Mi aplauso y mi cariño

J.P. Alexander dijo...

Buena historia, me he quedado con ganas de más . ¿ se descubrirá la verdad de Samuel? Te mando un beso

Elda dijo...

Impresionante historia que me ha tenido pegada a la pantalla, y admirada por lo bien contada que está, ni una palabra de más ni una de menos en tu estupenda pluma, lo que lleva a una lectura muy amena.
Felicitaciones por tu estilo, es un gusto leerte.
Un abrazo.

Susana dijo...

Qué susto. Un beso.

Carlos Augusto Pereyra Martínez dijo...

El cuento interesante; funciona el suspenso de los árboles. Un abrazo. Carlos

Carlos Augusto Pereyra Martínez dijo...

El cuento interesante; funciona el suspenso de los árboles. Un abrazo. Carlos

carmen estany dijo...

Una intrigante historia que te mantiene en suspense del principio al fin.
Un abrazo Marirosa

Mari-Pi-R dijo...

Uno más de tus buenos cuentos, un abrazo.

lanochedemedianoche dijo...

Eres una artista para escribir estos relatos tan atrayentes, María Rosa algunas veces con tiempo me gusta ahondar en ellos, y escribo algo, pero tu tiene ese encanto puro de tu pluma narradora. ¡¡¡FELICITACIONES!!!
Abrazo

PEPE LASALA dijo...

Me encantan tus relatos María Rosa, son diferentes. Un abrazo!!

Navegante dijo...

A pesar de que tus historias son contundentes y de rotundos finales me quedo con la sensación de querer más. Eso es bueno. Además son muy encantadoras aún dentro de lo misterioso.
Un abrazo.

Abuela Ciber dijo...

Junto a tus letras he estado momentos impresionantes
Me encanto la forma que tienes de manejar los sentires
Maria Rosa sin querer he borrado tu comentario el que dejasta en el blog, te pido disculpas
Cariños
Martha

Kasioles dijo...

Tienen tus letras un algo, tan especial, que atraen. Me gusta venir a leerte porque siempre, en tus relatos, logras que el lector esté atento e intrigado hasta el final, una vez que se empieza a leer, ya no se puede dejar.
Te felicito por ese estilo, tan tuyo, que es como una especie de imán.
Cariños y buen fin de semana.
kasioles

Margarita HP dijo...

¡Qué intriga! ¡Qué misterio! Y ¡qué miedo! Fascinante, como siempre María Rosa, me encanta tus historias.
¡Besos! :D

José A. García dijo...

El mundo necesita conservar su cuota de misterio, de lo contrario todo se vuelve muy aburrido...

Saludos,

J.

Rafael Humberto Lizarazo Goyeneche dijo...

Un relato misterioso de principio a fin pero que nos deja llenos de duda e intrigados sin develar el secreto.

Un abrazo.

Meulen dijo...

Bien por esta historia , del todo llena de preguntas sin respuestas al final...
Pero mejor quedar con esa duda para seguir indagando

Como sea , no estaría nada de feliz frente a unos árboles de ese tipo...

estes muy bien!

Anónimo dijo...

Una gran historia, salpicada de interrogantes, de inquietantes presunciones,..con el inapreciable condimento de un terror que llega muy hondo en la narración...Un relato muy bien elaborado...Digno de los más excelsos cultores de la literatura terrorífica. Sin cuervos ni tumbas abiertas...fantástico María Rosa...No ceso de aprender...Un fuerte abrazo.Juan Ángel Petta

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