jueves

Garmendia investiga.






El inspector  Garmendia  recorría la cocina de la familia Ponce, observaba con atención  a Eugenia,  la secretaria, que entre lágrimas relataba lo sucedido.  
—Llegué a las ocho como todos los días, la encontré  dormida y la dejé descansar, tiene la costumbre de tomar varias pastillas para dormir  —se secó los ojos, continuó relatando entre suspiros— .Regresé a las diez, estaba en la misma posición, le hablé,  comprendí que no me oía. Algo  estaba pasando: llamé al doctor.
    — ¿Cuál fue el diagnóstico? —inquirió Garmendia.
    —Paro cardíaco —al decir esto se largó a llorar, era tan delgada y menuda que su cuerpo se agitaba como una rama al viento.
La dejó desahogarse, luego  insistió:
    — ¿Había tenido algún disgusto?
    —No sé, no me comentó nada. Ayer la vi cenando sola, le pregunté si necesitaba algo más, respondió que no y me marché. Parecía muy tranquila.
    —¿Sabe si tenía enemigos, problemas familiares?
    —Enemigos no, sólo que siempre discutía con su hijastra Silvina, eso la ponía de mal humor.
    — ¿La chica vive aquí?
    —A veces sí, otras se queda con sus amigas y cuando se le termina el dinero; regresa. No estudia ni trabaja.
    — ¿Ese era el motivo de las peleas?
    —Sí, la señora le decía que era una gitana.
Se abrió la puerta y entró una joven como una ráfaga. Vestía  con elegancia, sus ojeras oscuras le daban  aire de agotamiento, pero no le quitaban belleza.
    — ¿Qué sucedió? ¿Qué le pasó a Marcela? —preguntó mirando a  Eugenia.
    —Esta mañana la encontré muerta. El inspector Garmendia —dijo señalándolo — está investigando.
    — ¿Investigando? —miró de arriba abajo la gruesa figura del inspector.
    —Pura rutina señorita.
La joven salió. Al regresar, su cara  lucía una palidez extrema, Garmendia le pidió hablar a solas, se dirigieron a la biblioteca.      
—Señorita  Ponce…
— Me llamo Silvina.
—Silvina, la señora tiene  marcas en los brazos, parecen quemaduras.
— Ella es artista plástica, suele soldar metales.
— ¡Ah!  ¡Puede ser!  Necesito los datos de la señora –dijo Garmendia.
Quedaron solos en la biblioteca.

Días después el inspector regresó a la casa de los Ponce. Eugenia  abrió la puerta.
    — ¿Otra vez, qué necesita?
    —La extrañaba a usted  —respondió con una sonrisa pícara, notando que no era bienvenido— ¿Sigue trabajando?
    —Silvina  me pidió que ponga en orden los papeles de la señora —lo acompañó al living. Era tan frío su trato que Garmendia confirmó que su presencia  no era apreciada por la secretaria.
    — ¿Por qué? ¿Hay desorden?
    —Cuentas que pagar, y poner al día los libros. ¿Qué necesita inspector?
    —Si me permite recorrer la casa. No la voy a molestar.
    —Voy a llamar a Silvina y consulte con ella —se alejó moviendo su pequeña silueta con desenvoltura. Al entrar la señorita Ponce, le sonrió con tristeza y lo acompañó, hablaba  tratando de desahogarse:
    —Me siento mal. Estoy arrepentida de todas las perrerías que le hice a Marcela. Creí que se había casado con mi padre  por interés, tenían tanta diferencia de edad. Pero el abogado Galindez me dijo que ella  había puesto el setenta por ciento de la herencia a mi nombre.
— ¿Quién es Galindez?
—El abogado de Marcela, primero lo fue de mi padre, luego de mi madrastra.
Recorrieron las habitaciones, llegaron al baño, era amplio, canastos blancos de varios tamaños, le daban un aspecto muy sobre cargado, el inspector curioseaba  todos los rincones.  
— ¿Busca algo? —preguntó Silvina.
—No sé. ¿Notó algún cambio?
—No.
—Si nota algo infrecuente me avisa.
—Inspector, me resulta rara su actitud. ¿Qué sospecha?
—Señorita no sospecho, su madrastra fue asesinada. Las quemaduras en sus brazos y manos no son producto de una soldadura.
Los ojos de Silvina se abrieron.
—Por eso le pido que me avise si nota algo diferente —.Garmendia notó sinceridad en la muchacha— .Estamos investigando a todos los  de la casa.
 — ¿A mí también? —preguntó la joven.
—Sí, a usted también.
—Pero mi madrastra era una mujer sin enemigos.
—Usted la creía su enemiga —exclamó el inspector.
—Es cierto, pero yo no sería capaz de asesinarla.
—No lo sé —respondió Garmendia con una sonrisa.
Siguieron recorriendo la vivienda, el inspector preguntaba detalles que Silvina respondía con seguridad. En un momento descubrió que la secretaria los vigilaba. ¿Trataba de de escuchar lo que conversaban?

Mientras investigaban la cuenta bancaria de la señora Marcela, descubrieron un faltante de cuatrocientos mil pesos, habían sido retirados  días antes de su muerte.  
Garmendia regresó a la casa de los Ponce para hablar  con Eugenia, ella lo hizo pasar y le ofreció una silla y quedó de pie, frente a él.
—Hace pocos días, de la cuenta de la señora Ponce retiraron una cantidad importante de dinero. ¿Lo sabía?
 —Si, la señora hizo el cheque, lo cobré y le entregué el dinero, no sé más.
 — ¿Siendo su secretaria, no estaba informada, no preguntó?
 —No,  no me correspondía. Siempre realizaba lo que la señora me pedía sin preguntar.
La oficina era un salón pequeño, sin ventanas y con muchos estantes cargados de carpetas y libros. Eugenia respondía con las justas y necesarias palabras. Viendo que no lograba nada importante, el inspector se despidió. Al salir recibió un llamado de Perrucho, el forense del caso Ponce, el informe que le dio lo sorprendió.
Una hora más tarde, lo llamó Silvina Ponce:
—Lo invito a tomar un café, quiero que hablemos.
Se encontraron en un bar cercano a la seccional. El Inspector llegó primero, pidió un café y se sentó cerca de la ventana para verla llegar. Silvina fue puntual. Luego de escucharla, comprendió que la sospecha de Perrucho, el forense estaba tomando forma.
—Creo que la madeja se está desenredando solita —dijo el inspector.
— ¿Qué quiere decir? —Silvina lo miraba sin entender.
—Por ahora vamos encontrando, el cómo,  pero me falta saber ¿quién y por qué?
La joven lo miró esperando que  dijera algo más y Garmendia guardó silencio.
Se despidieron, Silvina quedó inquieta al darse cuenta que no confiaba en ella, era claro que el inspector estaba escondiendo una carta importante. Él permaneció en la vereda mirándola partir, era delgada, su cabello rojizo y suelto atraía las miradas de los hombres que pasaban cerca. Garmendia no la creía capaz de un crimen, pero…

Al llegar a la morgue fue directo a la oficina de Perucho, lo encontró ordenando unos papeles que terminaba de imprimir.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó.
—Trato de poner orden en este caos.
La oficina era un cuadrado de dos por dos, con un escritorio,  computadora, una vieja impresora y dos  sillas desvencijadas, las paredes manchadas de humedad le daban aspecto de abandono. Garmendia tomó asiento y  el perito le dijo:
—La señora  tiene pequeñas quemaduras generadas por el paso de corriente eléctrica  
—¿Cómo se originaron?
—Eso no lo sé, es tu campo de investigación. Cuando la piel entra en contacto con una fuerza eléctrica, la energía se transforma en calor y quema la superficie dañando los tejidos localizados bajo la piel. Una persona mojada, puede o no, sufrir quemaduras, lo que sí sufre; es un paro cardiaco que si no se atiende rápidamente lleva a la muerte.
—¿Pudo ser provocado? —el inspector miraba al forense con ansiedad.
—Puede ser  que sí, hay que averiguar, qué fue el detonante.
Garmendia abandonó la oficina de Perrucho. En la calle el aire fresco pareció serenarlo, le dolía la cabeza, cada paso de la investigación agregaba un nudo más difícil de deshacer.
Decidió que le convenía visitar a Galindez, el abogado de la señora Ponce.  Descubrió que al letrado no le caía  bien la señorita Eugenia.
—¿Qué opinión tiene de la secretaria?
—Ella es una chica sin ningún detalle especial, un tanto soberbia. 
—¿Le puedo preguntar por qué no le gusta la secretaria?
—¿Se nota? —preguntó con una sonrisa burlona.
—Sí.
—Se  tomaba atribuciones, no sé que más decirle, me cae mal y punto.
— ¿Qué tipo de atribuciones se tomaba?
—A veces yo llamaba para hablar con mi cliente y me decía que no me podía atender, sin consultarlo, cuando se lo preguntaba a Marcela,  ni siquiera le había avisado de mi llamada.
—¿Sabe algo de un faltante de cuatrocientos mil pesos, de la cuenta de la señora?
—Marcela tenía su cuenta, no me consultaba sobre sus fondos particulares. Yo me ocupaba de la renta que recibía mensualmente, hacía inversiones, que  consultaba con ella.
— ¿Quién pudo odiarla hasta causarle la muerte?  —preguntó el inspector.
—No lo sé, era una buena persona.
Mientras hablaban sonó el celular de Garmendia, escuchó y sólo dijo:
—En media hora voy para allá.
Se despidió y mientras manejaba rumbo a la casa de los Ponce, pensaba: “Esto se está complicando”.  
Al llegar lo recibió la secretaria.
—Inspector, falta una obra de la colección que estaba en del depósito.
Bajaron al sótano, era un amplio salón, rodeado de estantes con obras en exposición y otras embaladas, le mostró la pieza en los catálogos.
—Es pequeña, pero de gran valor —se notaba que Eugenia estaba nerviosa— iba a ser expuesta en la bienal de Roma el año entrante. Era  una de las preferidas de la señora Marcela.
—¿Cómo entraron los ladrones?
—No lo sé, había dos  llaves, una la tenía la señora, la otra estaba guardada en su escritorio, es la que usé para entrar, y las ventanas que comunican con el exterior son pequeñas están a ras de la calle y tienen rejas.
—¿Puede ser que hayan robado el día que la mataron?
—Tal vez, no sé qué decirle.
—Será mejor que cierre con llave nuevamente, hasta que vengan los peritos de la científica  a tomar huellas y a investigar. ¿Puedo pasar al cuarto de la señora?
Eugenia  lo acompaño y lo dejó solo, el inspector halló un mueble cerrado con llave, con una ganzúa lo abrió. Encontró cartas, al leerlas su cara iba cambiando de expresión. Las guardó en el bolsillo interno de su saco. Fue a la oficina de Eugenia y se despidió,  ya en la calle, respiro hondo, estaba confundido, sospechaba de todos. Se quedó en su coche ya era tarde, de un momento a otro la secretaria debía retirarse. La espero. Media hora después ella salió, subió a su coche y partió. Él la siguió a corta distancia. Eugenia se detuvo en un restorán, entró. Garmendia espero unos segundos, ingresó y se sentó en un rincón apartado, podía observar    sin ser visto. Eugenia hablaba con un joven, discutían.  Garmendia no lograba oír la acalorada conversación. Con su celular los fotografió. Ellos se retiraron, ya en la calle él la tomó por los hombros, intentaba calmarla, subieron al coche de ella y se fueron.
Al día siguiente, el inspector averiguó con el abogado Galindez quién era el joven al que había fotografiado. Resultó ser Iván, el hermano de Eugenia.
Las cartas encontradas, demostraban que entre Ivan y la señora Ponce, había existido una relación amorosa. La diferencia de edad no fue una imposibilidad con solo leer las esquelas se comprobaba una fuerte pasión entre ellos.

Los informes forenses trajeron luz sobre las quemaduras en el cuerpo.
La señora Marcela Ponce había fallecido por un infarto producido por una descarga eléctrica, Los peritos descubrieron que estando en la bañera, hubo un cortocircuito al encender el hidromasaje. La descarga  la mató y eso produjo las quemaduras.  La falla en el sistema eléctrico no fue casual, fue preparado. Seguramente por el mismo que retiro el cuerpo, lo secó, lo vistió y lo llevó a la cama.
Garmendia tenía en la mira a  Silvina, Eugenia e Iván. Tal vez los tres habían participado en el crimen, una corazonada le decía que eran dos, ¿Pero quienes?   
Los tres fueron detenidos. Antes de que llegaran sus abogados, el  inspector atacó. Les tomó declaración por separado. Trataría de que creyeran que entre ellos se acusaban, el truco era viejo pero siempre daba buen resultado. Comenzó por Eugenia, la más débil.

Como era de imaginar durante el interrogatorio la secretaria, lloró a moco tendido
—¿Sabía el destino del dinero que sacó del banco? —preguntó el inspector.
—Ya le dije que no.
—Su hermano dice que sí, que usted le entregó el sobre y que sabía del chantaje.
—¡Miente! Eso me lo contó él unos días después cuando descubrí lo que habían hecho, él y su novia.
—¿Quién es la novia?
—Usted lo sabe muy bien, se acostaba con las dos. Con Silvina y con la señora Ponce.
—¿Por qué no me lo dijo antes? Lo encubrió.
—No lo encubrí. Sospechaba, pero no tenía pruebas ya le dije, mi hermano me lo contó varios días después.
—¿Cuándo? ¿La noche que se encontraron en el restorán?
Los ojos de Eugenia se abrieron.
—Sí. ¿Cómo lo sabe?
Garmendia le acercó el celular con las fotos. La joven se largó a llorar nuevamente. El inspector  consideró que era demasiado estúpida para estar metida en el crimen.

Con Silvina  la cosa fue distinta, no lloraba, guardaba silencio.
—¿Sabía del chantaje a su madrastra?
—No.
—Cómo que no, Iván dice que lo organizaron juntos.
—Él puede decir lo que quiera.
—Cuando me llamó para decirme que el sistema de hidromasaje de la bañera no funcionaba ¿Qué quiso demostrar, qué era inocente?
—…….
—Iván declaró que usted y él fueron socios en el crimen.
—No voy a hablar sin mi abogado.
—Los peritos encontraron sus huellas y las de Iván en el sótano. ¿Dónde está la obra robada?
—Es lógico que mis huellas estén en las piezas, ayudaba a mi madrastra en el embalaje y traslado y me encargaba de tenerlas protegidas del polvo.
Quedó en silencio.
Garmendia comprendió que Silvina no iba a hablar, demostraba demasiada seguridad  y la dejó tranquila.
Con Iván fue diferente, el joven lo sacaba de las casillas.
—¿Dónde están las fotos con las que chantajeaba a la señora Ponce?
—No sé de qué habla.
—Marcela Ponce le entregó dinero para que se callara la boca sobre la relación que mantenían y para que le entregará los negativos y las fotos  comprometedoras.
—No sé de qué habla —Iván lo miraba burlón, se lo notaba muy seguro.
—La señorita Ponce declaró que todo fue urdido entre Eugenia y usted.
—Miente  —al decir esto dirigió al inspector un gesto sobrador, este sintió deseos de golpearlo, pero se contuvo.
 —El que miente es usted. Todo está en su contra, escribió las cartas, no lo puede negar y si lo hace un perito calígrafo lo descubrirá. La secretaria  era la única que sabía todos los pasos de la señora Ponce. ¡Eugenia y usted diseñaron el crimen! —la voz de Garmendia se elevó intentando provocarlo— ¡Los hermanitos asesinos!
Iván  perdió los estribos.
    —Mi hermana es demasiado estúpida para planear semejante trabajo.
 Al decir esto, comprendió que se había  delatado. Ciertamente las huellas de Iván en el sótano lo terminaron de inculpar.

Iván había chantajeado a Marcela Ponce con fotos secretas de sus momentos de pasión, le pidió dinero, que ella entregó con tal de evitar un escandalo. Las cartas del chantaje y las de amor estaban juntas en el mueble de su dormitorio.
No conforme con ese dinero, pensó en robar la obra de mayor valor. Pero ¿Por qué la asesino? Si ya había conseguido más de lo imaginado. Iván y Silvina  quedaron incomunicados.
En el peritaje se demostró que  un cable fue conectado desde el motor del hidromasaje, al caño del agua, así realizaron el crimen, el líquido, perfecto conductor de  electricidad fue el medio.
A Iván lo acusaban sus huellas en el sótano, las cartas en las que exigía dinero a Marcela, pero Silvina y Eugenia no tenían nada que las acusara. ¿Había otro implicado? Iván solo no pudo idear tantos finos detalles.
Algunas fuertes dudas perseguían a Garmendia,  consideraba a Iván demasiado torpe para idear solo semejante crimen.
Las fotos del chantaje no aparecían. Registraron el departamento de Iván y nada se encontró,  las acusadas no las tenían. Iván aparentaba  estar muy tranquilo, sabía que sin las fotos, sólo   lo acusarían por el robo de la pieza de arte. Un buen abogado podría encontrar una salida para las cartas y otra prueba no había que lo incriminara. Un importante  estudio tomó su caso, imposible que el joven pudiera solventar sus honorarios y allí  el detective comenzó a sospechar que estaba equivocando de camino. Una idea cruzó como un reflejo, había que cambiar la investigación.  Con su ayudante, y una orden de allanamiento se presentó en el estudio del abogado Galindez. Al ver al inspector y al ayudante el abogado los recibió sonriente.
—Hola, pasen y tomen asiento, ¿hay novedades?
—Sí y muy importantes.
—Lo escucho —El abogado encendió un cigarrillo y se reclino en su silla.
—Tenemos una orden para registrar su oficina y abrir su caja fuerte —Galindez  se incorporó, su cara había enrojecido.
—¿Con qué derecho? —Elevó la voz— ¿Y por qué?
—Uno de los detenidos ha mencionado su participación en el crimen.
—¡Ustedes están locos! ¿Quién me puede incriminar? Marcela fue mi amor durante años, yo nunca le hubiera causado daño… siempre la amé.
—Lo sabemos.
—¿Lo saben…? ¿Qué saben? Ustedes,  le creen a ese infeliz de Iván, a ese estúpido —al decir esto se puso de pie y comenzó a dar vueltas, se acercó al escritorio y golpeando,  vociferó— ¡No tienen ningún derecho de registrar! ¡Fuera de aquí!
El ayudante de Garmendia salió de la oficina. El inspector manteniéndose calmo le dijo:
—Yo no he dicho que fue Iván quien lo incrimino. ¿Por qué dice que fue él?
—No sé… creí entender que Iván me había culpado de algo —El abogado se iba serenando. Varios policías entraron con la orden de allanamiento y comenzaron a revisar el estudio. Galindez se desplomó nuevamente en la silla.
En la caja fuerte estaban las fotos. Al verse descubierto, se cubrió la cara con las manos, era un hombre vencido. Al fin habló:
“Durante años fui amante de Marcela, aún en vida de su esposo, ella me dejó por Iván, fue un golpe a mi hombría, un chiquilín me había robado a mi mujer, estallé de celos. Rogué, supliqué pero Marcela estaba deslumbrada por  ese pendejo y su juventud, no quiso regresar conmigo. Me tomé el  tiempo necesario y gané la confianza de Iván, sospeché siempre que lo único que él buscaba era su dinero, no me equivoqué.  Comprendí que sería fácil vengarme y sin mover un dedo, el trabajo sucio lo realizaría Iván. Lo motivé con la idea de que realizará las fotos y el chantaje. Le aseguré que la herencia de los Ponce, era de Silvina. Iván es muy torpe y cuando se trata de dinero se ciega, quería todo el dinero de las dos. Entendió que para conseguir a Silvina debía sacar del medio a Marcela y cuando le sugerí como matarla, ni siquiera dudo, hasta le pareció divertido. Era el mejor camino para sacarse de encima a su amante y quedarse con Silvina y su fortuna. La obra robada fue simplemente un despiste, para que creyeran que fue un ladrón ocasional. Está guardada en una casilla de correo.
Lo llevaron esposado. Salió con la cabeza gacha y con un peso en los hombros que  parecía cargar el mundo sobre ellos.






 Me despido por un tiempo y les deseo lo mejor, Un abrazo.

María Rosa

24 comentarios:

Rafa Hernández dijo...

Y te despides con un gran relato; vaya si te lo has trabajado.

Gracias por tus visitas, y si te despides por un tiempo que sea para bien

Besos.

Susana dijo...

Una gran historia. No tardes. Un beso.

TIGUAZ dijo...

Regresa porto, esto no sera igual sin tu presencia.Mi cariño y un fuerte abrazo

Franziska dijo...

Muy bien. Un aplauso para tí. Te has despedido y te vas por la puerta grande. La verdad es que en tu relato más largo de lo habitual también ha sido mucho más complejo. Espero que no sea por mucho tiempo y que vuelvas a compartir tus interesantes historias. Un abrazo. Franziska

Mirella S. dijo...

Un excelente relato, Mariarosa, que en este tiempo de descanso puedas ir pergeñando otros tan interesantes como este.
Un gran abrazo y te esperamos.

J.P. Alexander dijo...

Buena historia con mucho suspenso te mando un beso

Margarita HP dijo...

¡Qué maravilla María Rosa! Menuda historia y qué bien llevada. Uf, y vaya desenlace. Me has tenido en vilo todo el tiempo. Escribes super, super bien. Muchos besos preciosa :D

Mª Jesús Muñoz dijo...

María Rosa, impresionante relato, has mantenido en todo momento tu temple y tu talento para demostrar tu maestría. Te felicito por ello, amiga. Siento que te vayas justo que ahora regreso, pero así es la vida. Espero que descanses y te llenes de fortaleza e imaginación para seguir recreándonos a tu vuelta con tus magníficas historias.
Mi abrazo y mi cariño por tu amistad y tu cercanía. Cuídate mucho.

AMALIA dijo...

Estupendo relato.

Espero tu regreso.

Hasta pronto.
Un beso

lanochedemedianoche dijo...

Excelente relato María Rosa como nos tienes acostumbrados, gracias poetisa. Te esperamos.
Abrazo

Elda dijo...

Genial, una historia muy entretenida, y te diré que me suena mucho, yo juraría que la había leído en tu blog porque me suenan todos los personajes.
De cualquier forma, un gran trabajo, como siempre.
Un abrazo y que pases buenos días.

cachos de vida dijo...

Esperamos con impaciencia tu vuelta. Gracias por hacernos tan felices con tus relatos.
Feliz fin de semana.
Un abrazo

buhoevanescente dijo...

hola rosa! llegamos y leimos tu relato es magnifico, nos atrapan las historias tan bien contadas!! te esperamos, saludosbuhos y gracias.

Meulen dijo...

Vaya grupo de tunantes
pero la verdad al fin sale a luz y ojalá así fuera siempre con la policía
que haga bien su trabajo y un crimen no quede impune y menos apunten hacia donde no deben

Nada bueno siembra el despecho, pero a esos extremos es como que demasiado
típico de los hombres que se creen que una persona es de su propiedad y que a ellos no les puede ocurrir eso...porque generalmente es el hombre que traiciona y abandona por otra más joven dejando a la mujer herida , pero ya sabemos que una mujer no actúa siempre así...

La violencia cualquiera sea su motivo , nunca es buena y lo relevante es encontrar la verdad.

Que tengas un buen regreso.
Y hayas disfrutado mucho!

Luján Fraix dijo...

Muy buena historia como todo lo que escribes, nos tienes acostumbrados a tu estilo de narrar que es único María Rosa. Te deseo lo mejor querida amiga. Te estaremos esperando.
Un beso grande.

José A. García dijo...

El dinero es el motor de todos los males...

Eso sonó demasiado bíblico, me lo voy a pensar otra vez.

Saludos,

J.

Carlos Augusto Pereyra Martínez dijo...

Tiene en Garmendia un personaje grueso para la novela de detectives, a la altura de un Poirot. Un abrazo. Realmente la vamos a extrañar. Quedamos a la espéra de su regreso. UM abrazo hasta su alma. Carlos

La Dame Masquée dijo...

Que disfrutes de tus vacaciones, si es que lo son.
En cualquier caso, aguardamos tu regreso y tus inolvidables relatos.

Bisous

Existe Sempre Um Lugar dijo...

Olá, a historia é chamativa para ser lida e relida, a mesma roça a realidade passada com muitas famílias, em que existe sempre alguém que com ganancia, ambiciona o dinheiro sem olhar a meios para o conseguir, sem se importar com a dor causada da vitima e dos familiares, infelizmente acontece.
Feliz fim de semana,
AG

Ernesto. dijo...

Toda unanovela, Mariarosa, por trama y espacio.

Muy buen relato de intriga.

Abrazo.

José Manuel dijo...

Como siempre un estupendo relato que tiene intensidad para no despegar los ojos del papel.

Un abrazo

RosaMaría dijo...

Una gozada leer tu relato, realmente apasionante y muy bien tramado. Felicitaciones. Beso.

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Una muy buena historia, gran trabajo el de Garmendia.
Un abrazo.

Meulen dijo...

Espero donde estés la estés pasando regio
y almacenando relatos
para seguir encantando la vida...
besos.

Un pueblo, allá lejos.

    La rutina de ir a la plaza, sentarme a escribir o dibujar se había convertido en una necesidad. Yo había llegado a ese pueblo en...